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En su célebre conferencia impartida en el año de 1919 en la Universidad Sverdlov, Vladimir Ilich Lenin dijo: “Hubo un tiempo en que no había Estado. Éste aparece en el lugar y momento en que surge la división de la sociedad en clases, cuando aparecen los explotadores y los explotados”. Tiene sentido esta importante cita porque señala claramente que, como todos los fenómenos de la sociedad (y de la naturaleza y el pensamiento), el Estado tiene un origen y un desarrollo, surgió en una época específica, bajo circunstancias concretas, no ha existido siempre. El Estado es, pues, un aparato ligado a la sociedad dividida en clases y es, por tanto, un aparato de dominación de una clase por otra.
La democracia es una forma de Estado. Es, en consecuencia, una de las múltiples formas de opresión de clase y puede existir en distintos modos de producción. Ahí mismo, en esa conferencia de la Universidad Sverdlov, Lenin añadió: “El Estado de la época esclavista era un Estado esclavista, ya se tratara de una monarquía o de una república, aristocrática o democrática (…). Las formas de dominación del Estado pueden variar: el capital manifiesta su poder de un modo donde existe una forma y de otro donde existe otra forma, pero el poder está siempre, esencialmente, en manos del capital, ya sea que exista o no el voto restringido u otros derechos, ya sea que se trate de una República democrática o no (…)”.
Puede el lector, haciendo uso de su libertad y su independencia de criterio, decir que no porque lo haya dicho Lenin, lo escrito es cierto. Y tendrá razón. Para tratar de convencerlo de la veracidad del planteamiento, lo invito amablemente a repasar la realidad, es decir, a comprobar con sus propios conocimientos históricos, cómo en Estados Unidos (EE. UU.), en donde sus hombres y mujeres más influyentes aseguran que existe el modelo más perfecto de democracia y muchas otras personas en el mundo así lo creen, “el poder está siempre, esencialmente, en manos del capital”. Así se explica cómo, a lo largo de los años, una democracia ejemplar haya podido cometer tantos crímenes en el mundo en defensa del capital y sus intereses.
El señor Joseph Biden, presidente de EE. UU., acaba de convocar a sus seguidores a una “Cumbre por la Democracia” y creo que debemos estar conscientes que a lo más que llegará la citada reunión virtual es a reforzar una de las formas de dominación del capital, la que ha resultado hasta ahora más efectiva porque aleja de la mente de las masas la idea de la existencia de las clases sociales y, más aún, la perniciosa verdad de la permanente lucha entre ellas en la que, regularmente, resulta vencedora la dueña de los medios de producción. La concepción de que la democracia es un modelo ideal, la culminación de la justicia en la tierra, es una forma de ocultar la opresión y tratar de perpetuarla. Una ojeada a la áspera realidad nos arroja a la cara la verdad.
EE. UU., el campeón de la democracia, no solo no ha sido incompatible, sino que ha perpetrado muchísimas intervenciones violentas en numerosos países del mundo, muchas de ellas “en defensa de la democracia”. Solo unos dramáticos ejemplos en América Latina y el Caribe: México fue la primera víctima de la Doctrina Monroe (o sea, América para los EE. UU.), pues, entre 1846 y 1848, EE. UU. llevó a cabo una guerra en la que le arrebató al país gran parte de su territorio; en 1854, la marina de EE. UU. bombardeó y destruyó el puerto nicaragüense de San Juan del Norte; en 1898, invadió Puerto Rico y Cuba, entonces colonias españolas y, hasta la fecha, Puerto Rico sigue siendo colonia estadounidense; en 1903, promovió la segregación del Canal de Panamá que entonces era parte de Colombia y se adueñó de sus derechos; en 1914, los estadounidenses volvieron a ocupar México, esta vez, el puerto de Veracruz; en 1916, los marines estadounidenses ocuparon la República Dominicana; en 1941, en Guatemala, la CIA, con el apoyo de la United Fruit Company, orquestó el derrocamiento del gobierno democráticamente electo de Jacobo Árbenz; en 1961, en Cuba, un ejército de mercenarios pagados, entrenados y dirigidos por EE. UU., con apoyo aéreo y logístico, desembarcó en Playa Girón, etc., etc. La lista es larguísima y todavía no se acaba, pues son recientes las intervenciones norteamericanas en Bolivia,Venezuela y Chile.
El balance en el mundo es aterrador y asombrará a las generaciones futuras que batallarán para entender cómo el mundo vivió una larga época bajo este espanto “democrático”. EE. UU. ha orquestado desde 1945, en más de 30 países de Asia, África, Europa y Latinoamérica, golpes de Estado que han dejado entre 20 y 30 millones de muertos y cientos de millones de heridos. Hasta ahora, el golpe de Estado más sangriento y espantoso organizado por EE. UU. ha sido el que orquestó en 1965 en Indonesia, en donde los escuadrones de la muerte a su servicio ejecutaron a entre medio millón y tres millones de personas.
Internamente, como forma de Estado opresor de clase, la democracia ha aportado espléndidos resultados en EE. UU. Según datos de la Reserva Federal, publicados en marzo de este año, el uno por ciento de los más ricos de EE. UU. aumentó su patrimonio en más de cuatro billones de dólares el año pasado, es decir, se quedó con el 35 por ciento de toda la nueva riqueza generada; y el siguiente nueve por ciento de los más ricos se quedó con el 34 por ciento de esa nueva riqueza, lo que significa que el 10 por ciento de los más ricos acaparó el 69 por ciento de la nueva riqueza producida en el año por la clase trabajadora.
Los votantes, la inmensa mayoría del pueblo, que son los que deciden quién es su presidente, su vicepresidente, sus senadores, sus diputados, sus gobernadores, sus jefes de condado y hasta sus jueces, pues estamos hablando de un régimen democrático hasta las cachas, se debaten en una ruda pobreza. Unos 60 millones de estadounidenses necesitan donaciones caritativas para alimentarse, eso equivale al 20 por ciento de la población total. Ítem más. Así como EE. UU. es el campeón mundial de la democracia, cuyo presidente convoca a más de cien jefes de Estado y numerosas asociaciones civiles para darles lecciones al respecto; es, también, el campeón mundial de muertes por Covid-19, las cuales al 12 de noviembre llegaban ya a 780 mil 805 personas.
Datos de mediados del verano señalan que el año pasado hubo un aumento de asesinatos del 36 por ciento en EE. UU. Ciudades como Austin (Texas), Louisville (Kentucky), Pittsburgh y Philadelphia (Pensilvania), Nashville (Tennessee), Washington D.C., y Detroit (Michigan), están reportando más homicidios este año que el pasado; y en San Petersburgo, Florida, se han disparado un 129 por ciento los homicidios. Ésos son los muertos por mano ajena. Los muertos por mano propia, es decir, los empujados a consumir drogas sin freno ni medida, ya llegaron a 100 mil el año pasado, pues los desesperados norteamericanos están consumiendo drogas más fuertes, peligrosas y baratas.
Mientras tanto, con una descomunal cobertura mediática que ya lleva más de cien años y que sirve para ocultar todo esto y muchísimo más (se requerirían millones de volúmenes para documentarlo), EE. UU. les tiene impuestas sanciones de todo tipo a Bielorrusia, Birmania, Burundi, República Centroafricana, Cuba, República Democrática del Congo, Hong Kong, Irán, Irak, Líbano, Libia, Mali, Nicaragua, Corea del Norte, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Siria, la parte rusófona de Ucrania, Rusia, China, Venezuela, Yemen y Zimbabwe.
Cosas de la democracia que predica EE. UU. Ésa que nos ampara, según dijo Joseph Biden en nota de CNN, porque “los autócratas trabajan para ‘promover su propio poder’ y ‘(exportar) y expandir su influencia en todo el mundo’ buscando ‘avivar las llamas de la división social y la polarización política’”. Indignante, o ¿cómo decimos en México?
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".