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Freud
La serie Freud bien pudo haberse titulado Fleur.
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Cuando el cine privilegia lo comercial sobre el contenido artístico, cultural, científico o histórico, se vuelve un producto que distorsiona la verdad en aras de obtener ganancias al precio que sea. No es la primera ni la última vez que un científico relevante es adaptado al perfil de un personaje propio de los intereses mercenarios de la industria cinematográfica. La plataforma Netflix ha tenido éxito con la serie sobre la vida de Freud, no como un científico serio, sino como un psicólogo cocainómano, partidario adocenado de ideas emparentadas con supercherías, incluida la de “el poder de la mente”.

En el filme Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis y la psicología moderna, en su primera etapa como médico en Viena, es interpretado por Robert Finster. Mediante el uso de la hipnosis, intenta desentrañar el origen psicológico de las enfermedades mentales y las conductas “atípicas” o delincuenciales de sus pacientes en el hospital psiquiátrico de la ciudad austriaca. Freud conoce a Fleur Salomé (Ella Rumpf), quien es familiar de dos aristócratas húngaros, los condes Sofía von Szápary (Anja Kling) y Víctor von Szápary (Philipp Hochmair), quienes la utilizan con fines políticos: buscan relacionarse con el hijo del emperador autriaco, crear caos en el Imperio Austrohúngaro y separar a Hungría de Austria. Fleur es una “médium”, cuya personalidad es inmejorable para que Freud pueda demostrar su teoría sobre el “subconsciente”.

Precisamente en la versión cinematográfica de esta parte de la psique humana es donde el realizador, en vez de ofrecernos una relación objetiva y profunda de la teoría del psicólogo austriaco de origen judío, distorsiona más su biografía académica al sumergirnos en la historia de Fleur Salomé, quien en función de personaje central de la película es descrita como una paciente con disociación de personalidad, ya que está poseída por un espíritu maligno –Tältos, personaje mitológico de las antiguas sectas húngaras– que, al posesionarse del cuerpo y alma de la joven, la convierte en un ser demoniaco con insaciable apetito sexual. En el afán de comprobar su teoría del subconsciente, Freud intenta curar a esta mujer.

Los condes Szápary logran que la médium Fleur sea requerida por el príncipe heredero del Imperio Austrohúngaro, quien queda bajo su enervante influencia durante un baile en el palacio real de Viena. En esta fiesta, mediante un conjuro de Tältos, los condes húngaros logran, además, hipnotizar a parte de los concurrentes quienes, bajo el efecto del procedimiento, desenvainan sus espadas y se lanzan a asesinar a los otros invitados. El mismo príncipe heredero, también hipnotizado, trata de matar a su padre, pero éste es salvado por Freud.

La polémica sobre la teoría psicológica y el psicoanálisis no ha terminado.  Sin embargo, el cuestionamiento más profundo al pensamiento de Freud –sin demeritar sus aportaciones a la terapia psicológica y psiquiátrica– sostiene que los seres humanos somos esencialmente racionales y que no es la parte “irracional” (el subconsciente) la que determina su conducta cotidiana. La serie Freud bien pudo haberse titulado Fleur.


Escrito por Cousteau

COLUMNISTA


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