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Leí una crítica cinematográfica sobre el documental El farmacéutico (2020) de la realizadora Julia Willougby que decía textualmente: “Aunque es esclarecedora y muestra a un padre con mucho coraje pese a todo lo que ha sufrido, deja un regusto agridulce: parece que no hay solución al problema”. Y yo, amigo lector, sostengo que no puede haber solución al problema de la drogadicción en un orden social que nació y siempre se ha desarrollado como un sistema que tiene como propósito esencial la obtención de ganancias y la enorme y excesiva acumulación de riqueza al costo que sea necesario y por los medios que sean necesarios.
El farmacéutico es una miniserie de televisión que se encuentra en una plataforma streaming, la cual nos narra la heroica actividad de un farmacéutico –Daniel Schneider–, quien sufre en 1999 la desgarradora situación del asesinato de su hijo de 22 años en una comunidad de Nueva Orleans. Schneider se dio cuenta de que su hijo consumía drogas y que su asesinato fue a manos de un adolescente negro, el cual le vendía el estupefaciente. Después de una crisis depresiva, Schneider, quien trabajaba en la farmacia Bradley’s , al ir contemplando el crecimiento exponencial del consumo de un opiáceo (OxyContin) que es recetado por los médicos, y el cual va produciendo adicción, descubre que, particularmente, hay una médico de nombre Jaquelin Cleggett, quien vende cientos de recetas a cientos de adictos –personas que no están enfermas y que consumen OxyContin y otras drogas “legales”–. Schneider se propone lograr que a Cleggett le sea cancelada la licencia como médico profesional. Incluso, intenta convencer al FBI y a la DEA de que investiguen a Cleggett.
Pero las dos agencias encargadas de combatir el tráfico de drogas le dicen a Schneider que “ya llevan tiempo investigando a la médico, pero que aún no hay suficientes elementos para detenerla”. Schneider no se da por vencido y, al leer una noticia sobre la detención de un médico en Oklahoma que hacía lo mismo que Cleggett, decide consultar al fiscal que llevó a la cárcel a ese médico; Schneider le pregunta ¿Cuál fue la clave para lograr atrapar y juzgar a aquel médico? Y el abogado contesta: “Tuve que recurrir al Consejo Médico Estatal –organismo regulador de las actividades sanitarias–, para que, por medio de recursos administrativos, se investigara y se lograra la cancelación de la licencia profesional de Jaquelin Cleggett. Cleggett no solo perdió su licencia para ejercer su profesión, sino que fue detenida (en su consultorio fueron encontradas miles de recetas que prescribían OxyContin, sin fecha y sin nombre a quien se recetaba, listas para ser vendidas en 300 dólares).
La lucha de Schneider en contra del crecimiento de la adicción y las muertes por sobredosis de opioides en aquella región no terminó con la detención de Cleggett; Schneider siguió luchando en contra de la industria que fabricaba OxyContin, la compañía Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler. El documental da cuenta de cómo esta compañía estuvo mintiendo y engañando a millones de personas haciéndoles creer que su principal producto “no producía adicción”. Por esta razón, después de la detención de Cleggett, el problema de la venta de recetas que prescribían OxyContin, lejos de terminarse, se multiplicó; miles de médicos vendían recetas. Se calcula que desde 1996 hasta hace poco, la compañía Purdue Pharma obtuvo 35 mil millones de dólares por la venta de OxyContin.
El problema de las adicciones en Estados Unidos y en todo el mundo no se explica simplemente por la ambición de los “malvados médicos” que buscan enriquecerse fácilmente: el problema de las adicciones –que ha provocado más de 500 mil fallecidos por sobredosis en las dos ultimas décadas en Estados Unidos–, es (como muchos de los flagelos del capitalismo) un problema congénito, una manifestación de la esencia inhumana de un orden social que sacia su hambre de ganancias a costa de la muerte de millones de seres humanos. Por tanto, en este orden no habrá solución, la solución a éste y otros flagelos que dañan a la humanidad está en establecer un orden justo y verdaderamente humano.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA