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Alonso de Ercilla y Zúñiga
En su poesía, el período de la conquista de América ocupa un lugar indiscutible
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Alonso de Ercilla y Zúñiga. Madrid, siete de agosto de 1533 - Santiago de Chile, 29 de noviembre de 1594. gracias a estar ligado con el Rey Felipe II (era su paje) pudo viajar por toda Europa, conociendo muchas tierras y acercándose a las formas líricas de varios lugares. En 1557 llegó a Chile para formar parte del equipo de quien estaba al mando García Hurtado de Mendoza. De este modo Alonso fue parte de una de las expediciones desarrolladas con motivo de la conquista. En su poesía, el período de la conquista de América ocupa un lugar indiscutible, dada la huella que en él dejaron aquellas sangrientas batallas. Entre sus más importantes obras se encuentra La Araucana, un poema épico compuesto por octavas y dividido en tres partes donde el poeta relata su parecer respecto a la conquista de América. Esta obra gozó de éxito en sus comienzos y todavía continúa siendo una lectura recomendada por los amantes de la poesía de aquella época, siendo considerada una de las piezas de imprescindible lectura del Siglo de Oro Español. De hecho muchos autores de periodos muy diversos, como lo son Miguel de Cervantes o Juan Rulfo, la han mencionado en sus obras.  

 

Pónese la discordia que entre los caciques de Arauco hubo sobre  

la elección del Capitán General, y el medio que se tomó por el consejo  

del Cacique Colocolo, con la entrada que por engaño los bárbaros  

hicieron en la casa fuerte de Tucapel, y la batalla que con  

los españoles tuvieron. 

Del bien perdido, al cabo ¿qué nos queda 

sino pena, dolor y pesadumbre? 

Pensar que en él Fortuna ha de estar queda, 

antes dejara el sol de darnos lumbre: 

que no, es su condición fijar la rueda, 

y es malo de mudar vieja costumbre; 

el más seguro bien de la Fortuna 

es no haberla tenido vez alguna. 

Esto verse podrá por esta historia: 

ejemplo dello aquí puede sacarse, 

que no bastó riqueza, honor y gloria 

con todo el bien que puede desearse 

a llevar adelante la vitoria; 

que el claro cielo al fin vino a turbarse, 

mudando la Fortuna en triste estado 

el curso y orden próspero del hado. 

La gente nuestra ingrata se hallaba 

en la prosperidad que arriba cuento, 

y en otro mayor bien que me olvidaba, 

hallado en pocas casas, que es contento: 

de tal manera en él se descuidaba 

( cierta señal de triste acaecimiento) 

que en una hora perdió el honor y estado 

que en mil años de afán había ganado. 

Por dioses, como dije, eran tenidos 

de los indios los nuestros; pero olieron 

que de mujer y hombre eran nacidos, 

y todas sus flaquezas entendieron; 

viéndolos a miserias sometidos 

el error inorante conocieron, 

ardiendo en viva rabia avergonzados 

por verse de mortales conquistados. 

No queriendo a más plazo diferirlo 

entre ellos comenzó luego a tratarse 

que, para en breve tiempo concluirlo 

y dar el modo y orden de vengarse 

se junten a consulta a difinirlo: 

do venga la sentencia a pronunciarse, 

dura, ejemplar, cruel, irrevocable, 

horrenda a todo el mundo y espantable. 

Iban ya los caciques ocupando 

los campos con la gente que marchaba: 

y no fue menester general bando, 

que el deseo de la guerra los llamaba 

sin promesas ni pagas, deseando 

el esperado tiempo que tardaba, 

para el decreto y áspero castigo 

con muerte y destruición del enemigo. 

De algunos que en la junta se hallaron 

es bien que haya memoria de sus nombres, 

que, siendo incultos bárbaros, ganaron 

con no poca razón claros renombres, 

pues en tan breve término alcanzaron 

grandes vitorias de notables hombres, 

que dellas darán fe los que vivieren, 

y los muertos allá donde estuvieren. 

Todos con leda faz se recibieron, 

mostrando en verse juntos gran contento. 

Después de razonar en su venida, 

se comenzó la espléndida comida. 

Al tiempo que el beber furioso andaba 

y mal de las tinajas el partido, 

de palabra en palabra se llegaba 

a encenderse entre todos gran ruido: 

la razón uno de otro no escuchaba, 

sabida la ocasión do había nacido; 

vino sobre cuál era el más valiente 

y digno del gobierno de la gente. 

Así creció el furor, que derribando 

las mesas, de manjares ocupadas, 

aguijan a las armas, desgajando 

las ramas al depósito obligadas; 

y dellas se aperciben, no cesando 

palabras peligrosas y pesadas, 

que atizaban la cólera encendida 

con el calor del vino y la comida. 

La grita y el furor se multiplica: 

quién esgrime la maza, y quién la pica. 

Tomé y otros caciques se metieron 

en medio destos bárbaros de presto, 

y con dificultad los despartieron, 

que no hicieron poco en hacer esto: 

de herirse lugar aún no tuvieron, 

y en voz airada, ya el temor pospuesto, 

Colocolo, el cacique más anciano, 

a razonar así tomó la mano: 

“Caciques, del Estado defensores, 

codicia de mandar no me convida 

a pesarme de veros pretensores 

de cosa que a mí tanto era debida; 

porque, según mi edad, ya veis, señores, 

que estoy al otro mundo de partida; 

mas el temor que siempre os he mostrado, 

a bien aconsejaros me ha incitado. 

¿Por qué cargos honrosos pretendemos, 

y ser en opinión grande tenidos, 

pues que negar al mundo no podemos 

haber sido sujetos y vencidos? 

Y en esto averiguarnos no queremos, 

estando aún de españoles oprimidos: 

mejor fuera esa furia ejecutalla, 

contra el fiero enemigo en la batalla. 

“¿Qué furor es el vuestro, ¡oh araucanos!, 

que a perdición os lleva sin sentillo? 

¿Contra vuestras entrañas tenéis manos, 

y no contra el tirano en resistillo? 

Teniendo tan a golpe a los cristianos, 

¿volvéis contra vosotros el cuchillo? 

Si gana de morir os ha movido, 

no sea en tan bajo estado v abatido. 

“Volved las armas y ánimo furioso 

a los pechos de aquellos que os han puesto 

en dura sujeción, con afrentoso 

partido, a todo el mundo manifiesto; 

lanzad de vos el yugo vergonzoso, 

mostrad vuestro valor y fuerza en esto: 

no derraméis la sangre del Estado 

que para redimirnos ha quedado. 

“No me pesa de ver la lozanía 

de vuestro corazón, antes me esfuerza; 

mas temo que esta vuestra valentía 

por mal gobierno el buen camino tuerza; 

que, vuelta entre nosotros la porfía, 

degolléis vuestra patria con su fuerza: 

cortad, pues, si ha de ser desa manera, 

esta vieja garganta la primera. 

“Que esta flaca persona, atormentada 

de golpes de fortuna, no procura 

sino el agudo filo de una espada, 

pues no la acaba tanta desventura. 

Aquella vida es bien afortunada 

que la temprana muerte la asegura; 

pero a nuestro bien público atendiendo, 

quiero decir en esto lo que entiendo. 

“Pares sois en valor y fortaleza; 

el cielo os igualó en el nacimiento; 

de linaje, de estado y de riqueza 

hizo a todos igual repartimiento; 

y en singular por ánimo y grandeza 

podéis tener del mundo el regimiento: 

que este gracioso don, no agradecido, 

nos ha al presente término traído. 

“En la virtud de vuestro brazo espero 

que puede en breve tiempo remediarse; 

mas ha de haber un capitán primero, 

que todos por él quieran gobernarse; 

éste será quien más un gran madero 

sustentare en el hombro sin pararse; 

y pues que sois iguales en la suerte, 

procure cada cual de ser más fuerte”. 

Ningún hombre dejó de estar atento 

oyendo del anciano las razones; 

y puesto ya silencio al parlamento 

hubo entre ellos diversas opiniones: 

al fin, de general consentimiento 

siguiendo las mejores intenciones, 

por todos los caciques acordado 

lo propuesto del viejo fue acetado. 


Escrito por Redacción


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