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Un villancico feminista (I de II)
Nombrar Villancico a la composición, y catalogarlo como tal, remite a una tradición medieval; el género toma su nombre del diminutivo villano (aldeano, rústico).
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Desde aquella polémica entre una autoridad masculina e inquisitorial –embozada tras el seudónimo de Sor Filotea de la Cruz– y el Fénix de México, Juana de Asbaje, ríos de tinta han corrido para defender o acusar de piadosa o blasfema, de cortesana o sacra, de popular o culta la obra de la Décima Musa. De aquel intercambio epistolar conviene recordar una vez más la agilidad intelectual y la valiente elegancia con que la máxima poetisa mexicana defendiera, sobre el filo de una doble espada –literaria y peligrosamente real–, su derecho a pensar, crear, a disentir, a ser.

Oculto por mucho tiempo dentro de los Villancicos que se cantaron en la Santa Iglesia Metropolitana de México, En honor de María Santísima Madre de Dios, en Su Asunción Triunfante (1687) y publicado en Inundación Castálida (Madrid, 1689) (*), el Villancico V merece especial tratamiento por contener en sí mismo varias de las grandes contradicciones de la obra sorjuaniana. No es casual que Antonio Castro Leal lo haya incluido en Las cien mejores poesías líricas de la lengua castellana.

Nombrar Villancico a la composición, y catalogarlo como tal, remite a una tradición medieval; el género toma su nombre del diminutivo villano (aldeano, rústico). En efecto, tal es el nombre que reciben un conjunto de cancioncillas populares europeas de esa época, de metro hexasílabo y mundano tema pastoril, que hacia la segunda mitad del Siglo XVII sufrió una reelaboración en la liturgia católica para ser cantado en las celebraciones religiosas decembrinas

A decir de Elsa Beatriz Grillo, en su ensayo Entre la Lírica Culta y la Lírica Tradicional: Los villancicos de Sor Juana Inés de la Cruz, éstos se apegan al género, al introducir la poetisa una divinización del tema, es decir están adaptados a lo divino, el asunto mundano se transforma en uno de índole religiosa. Así, el primer cuarteto, que inicia con la mención de una zagala, transita abruptamente hasta convertirla en envidia del cielo.

Aquella zagala

del mirar sereno,

hechizo del Soto

y envidia del cielo…

En el segundo cuarteto vemos al Mayoral (jefe de los pastores) de los divinos rebaños, es decir, la suprema deidad pagana, prendado por la belleza de una joven.

La que al Mayoral

de la cumbre excelso

hirió con un ojo,

prendió en un cabello…

*Con profundo agradecimiento al erudito Fredo Arias de la Canal, del Frente de Afirmación Hispanista A.C. por facilitarme el acceso a la edición facsimilar de dicha obra.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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