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…de mi ondulante espíritu disperso,
algo en la urna diáfana del verso,
piadosa guardará la poesía.
Dice Arqueles Vela en su Literatura Universal: “El modernismo es la conjunción de los valores de la sociedad capitalista. No es que haya tenido un carácter ecléctico: es al mismo tiempo la síntesis y la antítesis literaria; refleja las inquietudes de un impulso en ciernes. Los modernistas propugnan la liberación del hombre y de la poesía”.
Y esta síntesis que hace el modernismo de toda la tradición poética se cumple en la obra del mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895). Su obra, dispersa en múltiples publicaciones de la época, compilada solo después de su muerte, no tiene hoy, desafortunadamente, toda la justa apreciación y el reconocimiento de que el autor gozó en vida. Desde sus primeras composiciones se distingue ya el gran vate que sería en la “madurez”, si puede llamarse así a su producción final, antes de su temprana muerte, a los 35 años.
Amplio es ya el debate en torno a lo que fue el Modernismo; pero sin duda éste no significó una ruptura total, un rechazo irracional de toda la poesía precedente, sino una renovación de la forma, una adaptación de los viejos, inagotables tópicos, al gusto de la sociedad que veían nacer sus precursores, entre los que forma Gutiérrez Nájera, considerado el padre del Modernismo en México.
Non omnis moriar, escrito en la etapa de madurez poética del mexicano, es un homenaje a Quinto Horacio Flaco (65-8 a. C.) y está inspirado en la Oda XXX, con que el poeta latino termina sus magníficas Odas (publicadas en el año 23 a.C). Gutiérrez Nájera conserva incluso el título en latín.
La muerte, ese gran misterio, límite material de la existencia humana, y las grandes preguntas que la rodean, han sido el impulso para innumerables actos de creación artística desde épocas remotas. El anhelo de trascender, alcanzar la eternidad y triunfar sobre el olvido, asociado inevitablemente a la muerte de la carne, es denominador común en los grandes artistas. Horacio y Gutiérrez Nájera, separados casi por veinte siglos, expresan la angustia humana por la gran incógnita y su aspiración a la inmortalidad a través del arte.
Horacio remata sus Odas: “He acabado un monumento más indestructible que el bronce, más grande que las pirámides de los Reyes (…) ¡Yo no moriré enteramente, no! La parte más noble de mi ser triunfará de la Parca (…) Musa, adórnate de legítimo orgullo y ven sonriente a ceñir mis sienes con la corona inmortal”; y Gutiérrez Nájera proclama: No moriré del todo, amiga mía, pues en la poesía sobrevivirá mi espíritu y podrá seguir hablando después de la muerte al alma que inspirara sus versos, que también –como la Musa horaciana–es femenina y extraterrenal.
Non omnis moriar
¡No moriré del todo, amiga mía!
de mi ondulante espíritu disperso,
algo en la urna diáfana del verso,
piadosa guardará la poesía.
¡No moriré del todo! Cuando herido
caiga a los golpes del dolor humano,
ligera tú, del campo entenebrido
levantarás al moribundo hermano.
¡Tal vez para entonces por la boca inerme
que muda aspira la infinita calma,
oigas la voz de todo lo que duerme
con los ojos abiertos de mi alma!
Hondos recuerdos de fugaces días,
ternezas tristes que suspiran solas;
pálidas, enfermizas alegrías
sollozando al compás de las violas…
Todo lo que medroso oculta el hombre
se escapará vibrante del poeta,
en áureo ritmo de oración secreta
que invoque en cada cláusula tu nombre.
Y acaso adviertas que de modo extraño
suenan mis versos en tu oído atento,
y en el cristal, que con mi soplo empaño,
mires aparecer mi pensamiento.
Al ver entonces lo que yo soñaba,
dirás de mi errabunda poesía:
era triste, vulgar lo que cantaba…
mas, ¡qué canción tan bella la que oía!
Y porque alzo en tu recuerdo notas
del coro universal, vívido y almo;
y porque brillan lágrimas ignotas
en el amargo cáliz de mi salmo;
porque existe la Santa Poesía
y en ella irradias tú, mientras disperso
átomo de mi ser esconda el verso,
¡no moriré del todo, amiga mía!
La decantada maestría, la discreta musicalidad, la estremecedora profundidad de pensamiento, le han valido a Non omnis moriar un sitio de honor en las antologías de poesía mexicana.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.