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MANUEL ACUÑA. Nació en Saltillo, Coahuila, el 27 de agosto de 1849. Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal, después migró a la Ciudad de México, donde estudió latín, francés y filosofía en el Colegio de San Ildefonso; en 1868, ingresó a la Escuela Nacional de Medicina. En su corta vida fundó la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl junto a Agustín F. Cuenca y colaboró en El Federalista, El Domingo y El Renacimiento. Se suicidó el seis de diciembre de 1873 a los 24 años, justamente como desenlace del drama amoroso que protagonizó y que narra en su Nocturno a Rosario, su más conocido poema. Sus poemas fueron recopilados póstumamente en Versos y poesías (1884).
A LAURA
Yo te lo digo, Laura... quien encierra
valor para romper el yugo necio
de las preocupaciones de la tierra.
Quien sabe responder con el desprecio
a los que, amigos del anacronismo,
defienden el pasado a cualquier precio.
Quien sacudiendo todo despotismo
a ninguno somete su conciencia
y se basta al pensar consigo mismo.
Quien no busca más luz en la existencia
que la luz que desprende de su foco
el sol de la verdad y la experiencia.
Quien ha sabido en este mundo loco
encontrar el disfraz más conveniente
para encubrir de nuestro ser lo poco.
Quien al amor de su entusiasmo siente
que algo como una luz desconocida
baja a imprimir un ósculo en su frente.
Quien tiene un corazón en donde anida
el genio a cuya voz se cubre en flores
la paramal tristeza de la vida;
y un ser al que combaten los dolores
y esa noble ambición que pertenece
al mundo de las almas superiores;
culpable es, y su lira no merece
si debiendo cantar, rompe su lira
y silencioso y mudo permanece.
Porque es una tristísima mentira
ver callado al zentzontle y apagado
el tibio sol que en nuestro cielo gira;
o ver el broche de la flor cerrado
cuando la blanca luz de la mañana
derrama sus caricias en el prado.
Que indigno es de la gloria soberana,
quien siendo libre para alzar el vuelo,
al ensayar el vuelo se amilana.
Y tú, que alientas ese noble anhelo,
¡mal harás si hasta el cielo no te elevas
para arrancar una corona al cielo!...
Álzate, pues, si en tu interior aún llevas
el germen de ese afán que pensar te hace
en nuevos goces y delicias nuevas.
Sueña, ya que soñar te satisface
y que es para tu pecho una alegría
cada ilusión que en tu cerebro nace.
Forja un mundo en tu ardiente fantasía,
ya que encuentras placer y te recreas
en vivir delirando noche y día.
Alcanza hasta la cima que deseas,
mas cuando bajes de esa cima al mundo
refiérenos al menos lo que veas.
Pues será un egoísmo sin segundo,
que quien sabe sentir como tú sientes
se envuelva en un silencio tan profundo.
Haz inclinar ante tu voz las frentes,
y que resuene a tu canción unido
el general aplauso de las gentes.
Que tu nombre doquiera repetido,
resplandeciente en sus laureles sea
quien salve tu memoria del olvido;
y que la tierra en tus pupilas lea
la leyenda de una alma consagrada
al sacerdocio augusto de la idea.
Sí, Laura... que tus labios de inspirada
nos repitan la queja misteriosa
que te dice la alondra enamorada;
que tu lira tranquila y armoniosa
nos haga conocer lo que murmura
cuando entreabre sus pétalos la rosa;
que oigamos en tu acento la tristura
de la paloma que se oculta y canta
desde el fondo sin luz de la espesura;
o bien el grito en que su ardor levanta
el soldado del pueblo, que a la muerte
envuelto en su bandera se adelanta.
Sí, Laura... que tu espíritu despierte
para cumplir con su misión sublime,
y que hallemos en ti a la mujer fuerte
Que del oscurantismo se redime.
¡SALVE!
Hoy que radiante de vida,
de ensueños y de placer,
vienes, juventud querida,
a palpar estremecida
tus ilusiones de ayer.
Hoy que la gloria sonriente
que con sus gracias te atrajo,
te acaricia dulcemente,
ciñendo sobre tu frente
las coronas del trabajo.
Hoy que a la luz que destella
la estrella de la victoria
sobre tu empezada huella
ves surgir al cabo de ella
todo un porvenir de gloria;
gózate mientras agite
tu noble alma la emoción,
y entre tus goces, permite
que a tus plantas deposite
mi lira y mi corazón.
Y mañana que a seguir
tus pasos vuelvas triunfante,
recuerda hasta sucumbir
que el lema del porvenir
es marchar siempre adelante.
Y graba en tu pensamiento
si tu valor se rebaja
porque se agote tu aliento,
que en el taller del talento
quien triunfa es el que trabaja.
A UNA FLOR
Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento,
¿te doblas ya y cansada y sin aliento,
te entregas al dolor y a la agonía?
¿No ves, acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan solo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?…
¡Resucita y levántate!… Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.
Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.
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Escrito por Redacción