Cargando, por favor espere...
El 1° de mayo no es un día de fiesta. Conmemoramos este día la lucha de los trabajadores en todo el mundo; y al decir trabajadores me refiero a todos los que producen riqueza con su trabajo, no a los que la acumulan ni la sustraen pagando salarios miserables, sino al pueblo, que deja literalmente la vida en la fábrica y en el campo. Aquél que logra que el rico se regodee en sus inconmensurables riquezas, mientras él apenas puede obtener, después de ser exprimido hasta el agotamiento, lo indispensable para sobrevivir.
El Día del trabajo, sobre todo en nuestro país, no hace referencia únicamente a los que dejan su vida y su energía en las grandes empresas. El Día del trabajo también celebra al campesino, al colono, al ama de casa, al albañil, etc.; celebra a todos los explotados, a quienes pasan hambre, frío, sed y penurias en general, a pesar de que nunca antes en este mundo habían producido tanta riqueza.
Cuando hablo del “Día”, no quiero decir con esto que debamos caer en la trampa de la burguesía que ha logrado diluir en la mente de la gente, borrando cualquier rastro de verdadera lucha a través de conmemoraciones banales y consumistas: el Día del albañil, el Día de la enfermera, el Día de la madre, el Día del ama de casa, el Día del niño y hasta el Día del amor; ahora con esto pretenden que la gente se olvide de que toda el año se es albañil, madre, enfermera, maestro y trabajador. De esta forma evitan que reaccionen quienes son continuamente explotados, esperando a que llegue el día que les toca manifestarse, el día que les toca existir, porque los otros 364 días es a alguien más al que le tocará “hacerse escuchar”.
Si hablo del Día del trabajo, lo hago para llevar el mensaje a los explotados de este país; a los trabajadores que antes hubieran prestado oídos sordos a la lucha. El Día del trabajo es todos los días; el mundo está hecho de trabajo y no hay un solo día en el que no se trabaje. En México se trabaja toda la semana, las 24 horas, los 365 días del año; por lo tanto, el Día del trabajo es todos los días. ¿Qué pasaría si el pueblo dejara de trabajar un solo día? El sistema se rompería.
Lamentablemente se ha convertido un día de lucha, de rebelión y hasta de catarsis, en una verdadera mercancía. El capitalismo es como el rey Midas, que todo lo que tocaba, se convertía en oro; aquél cuanto toca lo convierte en mercancía. La burguesía se ha apropiado del único día que le era permitido al obrero salir a la calle a exigir mejores condiciones de trabajo; en el sistema neoliberal, los obreros han perdido el derecho a protestar y hasta a ser escuchados.
Por eso es necesario recordar que el 1º de mayo se celebra conmemora la represión que, en 1866 ocurrió en Chicago, donde cientos de obreros fueron reprimidos y asesinados por el gran capital. Fue la Internacional Comunista quien destinó ese día a unificar el grito de protesta de todos los trabajadores del mundo.
Pero, a todo esto, ¿Por qué es importante hablar de la lucha del trabajador en México? Antes, quizás, la respuesta podía diluirse en llamados a la lucha y a la organización que muchos creían lejanos e innecesarios; pero hoy más que nunca en el mundo entero, el llamado es a organizarse por necesidad, a agruparse en torno a un ideal que unifique realmente los intereses de los trabajadores. Es innegable que el mundo se aproxima a una de las peores crisis de que la historia tenga memoria; y si el pueblo no se une para salvarse a sí mismo, la gran burguesía está dispuesta a llevar todo a sus últimas consecuencias, en las que, sin lugar a dudas, como siempre, únicamente los explotados, los menesterosos de la Tierra, en una palabra, los trabajadores, pagarán los daños y pondrán el sufrimiento.
El capitalismo pregonó, desde su advenimiento, que distribuiría la felicidad en la Tierra, que haría a los hombres iguales y fraternos, que la revolución era para y por el pueblo. Todo era falso. Desde que el sistema apareció solo hubo igualdad para los que poseían los medios de producción, mientras los trabajadores fueron continua y cada vez más intensamente explotados. En México, estas conquistas costaron sangre, sudor y lágrimas, miles de vidas humanas, desde la primera gran huelga, que se gestó en el estado de Hidalgo, con los mineros de Real del Monte en 1766; pasando por las de Cananea y Río Blanco, en 1906 y 1907, respectivamente, que lograron la jornada de ocho horas después de la Revolución, y mejorar cualitativamente las condiciones de vida de los obreros. ¿Qué ha pasado con esas conquistas que tanto esfuerzo costaron? Han sido arrebatadas nuevamente a los trabajadores; pero ahora con el agravante de que son trabajadores sin cabeza y sin guía, cuya inconformidad se diluye en pura indignación que, sin organización, resulta estéril. El eco del grito emitido, hace casi dos siglos, por los trabajadores del mundo resuena ahora con más fuerza: “Proletarios del mundo, uníos” antes de que sea demasiado tarde.
Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).