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En los tiempos de la Grecia antigua hubo un debate entre dos posturas filosóficas contrarias. Una que defendía que la realidad estaba en perpetuo movimiento y que, por lo tanto, se hallaba en constante transformación; la otra postulaba que las cosas permanecían estáticas y que eran perpetuas en el tiempo.
Debe tenerse cuidado con tales visiones del mundo porque, de los asuntos observados por los filósofos, hay veladas opiniones y razonamientos sobre otros temas que en principio podrían parecer válidos, pero que en la realidad no lo eran.
Tal es el caso paradigmático de Platón, cuyas opiniones sobre el arte y los artistas son bien conocidas. Este pensador opinaba que no todo el arte debería ser permitido en la “república perfecta” que proponía en uno de sus textos más famosos, porque en ella solo tendrían que ser impulsadas las expresiones artísticas que ayudaran a la creación de un Estado ideal.
De acuerdo con la visión del mundo de Platón, había gente que nacía para gobernar, personas que por su naturaleza debían estar al frente del Estado y otras que, por la misma razón, debían estar al servicio de aquéllas. La educación que cada hombre recibía tenía que corresponder con su naturaleza y con lo que le estaba destinado. Por, el arte permitido en la ciudad ideal de Platón debía ser únicamente el que ayudara a la formación del carácter de los gobernantes y que los impulsara a cumplir con su papel histórico, que estaba determinado, en la mayoría de los casos, por la clase social en la que nacían. Nada de arte disuasivo contra el orden establecido o que enseñara temas no aptos para la permanencia del Estado ideal.
Vemos cómo detrás de este planteamiento racional (idealista), en el que se quiere el “bienestar” de una sociedad mediante el gobierno de quienes por naturaleza están mejor preparados para ello, se esconden varios presupuestos falaces. El primero entre ellos, que por naturaleza haya gente que nace para gobernar o para ser guardiana de los demás. Este planteamiento era muy común en la Grecia antigua porque se trataba de una sociedad esclavista. Aristóteles, por ejemplo, no concebía una sociedad sin esclavos, pues era fundamental que éstos se reprodujeran para que los filósofos griegos se dedicaran a pensar. Un segundo supuesto falaz de Platón en torno a su república ideal fue que ésta sería el mejor de los Estados posibles en esa época, y que pensarlo de otra manera habría sido cosa de locos.
De esta manera, la visión de Platón frente al arte representa un mero soporte de su preconcepción del mundo. Convierte al arte en un arma ideológica que cumple con los fines de una concepción de las cosas bien establecida. Por esto es importante recordar la importancia de crear un arte alterno al establecido, un arte revolucionario que parta de una concepción filosófica tanto o más definida que la del arte generado por las actuales condiciones económicas.
Para que esto se logre a cabalidad, resulta indispensable que el artista cree sus obras conforme a una postura filosófica, que tenga claro el fundamento de su arte y su posición en la sociedad, así como Platón hacía coincidir su filosofía con ciertas expresiones artísticas. Es fundamental, pues, que el artista sepa por qué hace lo que hace y que con esa misma claridad sepa decir a las masas por qué su propuesta tiene algo que ofrecerles.
Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).