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Nació el dos de febrero de 1863 en la Ciudad de México en el seno de la aristocracia novohispana. Falleció el 28 de mayo de 1925. Se desarrolló primero como académico y poeta; formó parte de la Academia Mexicana de la Lengua y en 1901 fue premiado su libro sobre Las novelas ejemplares de Cervantes, en un certamen del Ateneo de Madrid; fundador de la Academia Mexicana de la Historia, a la que perteneció de 1905 a 1925. Durante el gobierno de Porfirio Díaz fue ministro plenipotenciario en Berlín, Alemania y en Madrid, España donde pasó la mayor parte de su vida, primero en calidad de diplomático y tras el estallido de la Revolución Mexicana, en condición de exiliado. Todos sus poemas fueron publicados en la Revista Azul.
EL ENCANTO DEL LIBRO
Desperté de mis sueños al dolor de la vida,
y hallé de mi pasado todo el derrumbamiento,
y vi mis viejos libros como el arma el suicida
a quien quiso el acaso detener en su intento.
Parte de mi existencia a la suya va unida.
Los miro con amor y con remordimiento;
cambié mi vida propia por la suya fingida
para vivir los siglos con solo el pensamiento.
Encarné la leyenda. Como el áureo cuento
al regresar de paso por la senda florida
el ave de la gloria me detuvo un momento…
Y como el santo asceta al volver al convento,
hallé muerto los míos y la celda caída,
porque la voz del ave era un encantamiento.
LA ARTERIA ROTA
Como corre la sangre de la herida,
dejé correr en vano
el curso inútil de mi estéril vida.
Hoy; que exangüe me siento, a cada gota
quisiera lo imposible: por mi mano
ligar la arteria rota;
vivir de nuevo modo la existencia,
y no del que condeno
cuando a solas pregunto a mi conciencia
¿fui sabio, he sido artista, he sido bueno?
LA CANCIÓN DEL CAMINO
Aunque voy por tierra extraña
solitario y peregrino,
no voy solo, me acompaña
mi canción en el camino.
Y si la noche está negra,
sus negruras ilumino:
canto mi canción alegra
la oscuridad del camino.
La fatiga no me importa,
porque el báculo divino
de la canción hace corta
la distancia del camino.
¡Ay triste y desventurado
quien vas solo y peregrino,
y no marcha acompañado
por la canción del camino!
EN LA NOCHE
Los árboles negros,
la vereda blanca,
un pedazo de luna rojiza
con rastro de sangre manchando las aguas.
Los dos, cabizbajos,
prosiguen la marcha
con el mismo paso, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.
Pero en la revuelta
de la encrucijada,
frente a la taberna, algunos borrachos
dan voces y cantan.
Ella se le acerca,
sin hablar palabra
se aferra a su brazo,
y en medio del grupo, que los mira, pasan.
Después, como antes,
cae el brazo flojo, y la mano lacia,
y aquellas dos sombras, un instante juntas,
de nuevo se apartan.
Y así entre la noche
prosigue su marcha
con el mismo ritmo, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.
LAS HORAS
¿Para qué contar las horas
de la vida que se fue,
de lo por venir que ignoras?
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!
¿Cabe en la justa medida
aquel instante de amor
que perdura y no se olvida?
¿Cabe en la justa medida
del dolor?
¿Vivimos del propio modo
en las sombras del dormir
y desligados de todo
que soñando, único modo
de vivir?
Al que enfermo desespera,
¿qué importa el cierzo invernal,
el soplo de primavera,
al que enfermo desespera
de su mal?
¿Para qué contar las horas?
No volverá lo que fue,
y lo que ha de ser ignoras.
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!...
MADRIGAL DE LA MUERTE
Tú no fuiste una flor, porque tu cuerpo era
todas las flores juntas en una primavera.
Rojo y fresco clavel fueron tus labios rojos,
azules y nomeolvides aquellos claros ojos,
y con venas y tez de lirio y de azucena,
aquella frente pura, aquella frente buena,
y, como respondías a todo ruborosa,
tomaron tus mejillas el color de la rosa.
Hoy que bajo el ciprés cercado de laureles,
rosas y nomeolvides, y lirios y claveles
brotando de la tierra confunden sus colores,
parece que tu cuerpo nos lo devuelve en flores.
Escrito por Redacción