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FELIX LÓPE DE VEGA Y CARPIO (Madrid, 25 de noviembre de 1562 - 27 de agosto de 1635). De familia humilde con pretensiones de nobleza, fue un niño precocísimo. Estuvo al servicio del obispo de Ávila y del Marqués de Nava. Escapó al desastre de la Armada Invencible y poco después aparece de secretario del Duque de Alba. La mayor parte de sus días los pasó en Madrid, alternando el estudio con una vida fecunda en episodios amorosos. En 1614 se ordenó sacerdote. Ya para esa fecha había escrito centenares de obras dramáticas y su renombre era extraordinario. Durante muchos años fue monarca absoluto en el campo de las letras. Aunque no le faltaron enemigos, como Góngora y Ruiz de Alarcón, la admiración que despertaba era general, hasta el grado de que para encarecer la bondad de alguna cosa solía decirse: “es de Lope”. En la ingente obra poética del Monstruo de la Naturaleza encontramos la más extensa colección de sonetos, una larga serie de romances, epístolas ricas en noticias biográficas, églogas y canciones. Tampoco se le resistió a este genial vate la poesía narrativa en ninguna de sus variantes, aunque en ella no alcance la altura a que llega en la lírica y en el drama. Lope es un poeta cordial, sencillo, nada intelectual. En su lírica se transparenta su propia vida con una sencillez encantadora*. A propósito del teatro de Lope dice Federico Carlos Sainz de Robles: ¿Valor literario de Lope? Oigamos al gran crítico literario Schack: No existe literatura alguna en el mundo que, como la española, deba todo su teatro a un solo autor: Lope de Vega. Oigamos a nuestro Menéndez y Pelayo: Lope creó un teatro todo acción y todo nervio, rápido y animadísimo, lleno de fuerza y de inventiva, más extenso que profundo, más nacional que humano; pero riquísimo, espontáneo y brillante sobre toda ponderación. Oigamos al gran crítico inglés Fitzmaurice Kelly: Sin Lope no tendríamos a Tirso ni a Calderón, ni a los demás; es el padre augusto de todos. Y… ¡oigamos a Cervantes!: Entró luego el Monstruo de la Naturaleza, el Gran Lope de Vega; alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias y felices y bien sazonadas; y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos (Cervantes confiesa esto en 1615) y todas, que es una de las mayores cosas que pueden decirse, las ha visto representar… Y si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él solo.
Fuente: Ocho siglos de poesía en lengua española. Francisco Montes de Oca. Ed. Porrúa. México 1990
Escena primera de: El Caballero de Olmedo
DON ALONSO:
Amor, no te llame amor
el que no te corresponde,
pues que no hay materia adonde
no imprima forma el favor.
Naturaleza, en rigor,
conservó tantas edades
correspondiendo amistades;
que no hay animal perfeto
si no asiste a su conceto
la unión de dos voluntades.
De los espíritus vivos
de unos ojos procedió
este amor, que me encendió
con fuegos tan excesivos.
No me miraron altivos,
antes, con dulce mudanza,
me dieron tal confïanza,
que, con poca diferencia,
pensando correspondencia,
engendra amor esperanza.
Ojos, si ha quedado en vos
de la vista el mismo efeto,
amor vivirá perfeto,
pues fue engendrado de dos;
pero si tú, ciego dios,
diversas flechas tomaste,
no te alabes que alcanzaste
la victoria que perdiste
si de mí solo naciste,
pues imperfeto quedaste.
DE: Fuenteovejuna
ACTO TERCERO, Escena III
(Sale LAURENCIA, desmelenada)
LAURENCIA:
Dejadme entrar, que bien puedo
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?
ESTEBAN:
¡Santo cielo! ¿No es mi hija?
JUAN ROJO:
¿No conoces a Laurencia?
LAURENCIA:
Vengo tal,
que mi diferencia os pone
en contingencia quién soy.
ESTEBAN:
¡Hija mía!
LAURENCIA: No me nombres tu hija.
ESTEBAN:¿Por qué, mis ojos? ¿Por qué?
LAURENCIA:
Por muchas razones,
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compren,
no han de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejasteis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¡Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes!
Mis cabellos, ¿no lo dicen?
Las señales de los golpes
¿no se ven aquí, y la sangre?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el nombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois bronces,
pues sois jaspes, pues sois tigres…
Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta:
¿para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra destos tiranos,
la sangre destos traidores,
y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
sin sentencia, sin pregones,
colgar el comendador
de una almena de la torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio-hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.
ESTEBAN:
Yo, hija, no soy de aquellos
que permiten que los nombres
con esos títulos viles.
Iré solo, si se pone
todo el mundo contra mí.
JUAN ROJO:
Y yo, por más que me asombre
la grandeza del contrario.
REGIDOR:
¡Muramos todos!
BARRILDO:
Descoge
un lienzo al viento en un palo,
y mueran estos inormes.
JUAN ROJO:
¿Qué orden pensáis tener?
MENGO:
Ir a matarle sin orden.
Juntad el pueblo a una voz;
que todos están conformes
en que los tiranos mueran.
ESTEBAN:
Tomad espadas, lanzones,
ballestas, chuzos y palos.
MENGO:
¡Los reyes nuestros señores
vivan!
TODOS: ¡Vivan muchos años!
MENGO: ¡Mueran tiranos traidores!
TODOS: ¡Tiranos traidores, mueran!
(Vanse todos los hombres).
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Escrito por Redacción