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Una de las necesidades básicas del ser humano es la de transmitir lo que piensa, siente, observa, etc.; necesidad que puede ser explicada porque el humano no puede vivir aislado, sino en sociedad. Sin embargo, esto que conforma la interioridad de cada individuo se ve también influido, determinado en última instancia, por el contexto social en el que se desenvuelve.
Un modo posible en el que esta necesidad de expresión puede resolverse, y de hecho así ha sido, es con la literatura, en específico con la novela. Esta expresión escrita no se ha mantenido con las mismas características a lo largo del tiempo; al igual que la sensibilidad del ser humano, está determinada por las condiciones históricas en las que sale a la luz. Siendo esto así podemos encontrar cómo las novelas, a pesar de que comparten algunas características, tienen otras que son completamente diferentes. Por ejemplo, hay un tipo de novelas, las que pertenecen a la corriente del romanticismo, en las que sus personajes son, por lo general, gentes que pertenecen a las clases altas; mientras que hay otro tipo, el realismo, en el que los personajes son, por regla general, miembros de la clase trabajadora. Estas características compartidas nos permiten hablar de corrientes literarias.
El naturalismo es una corriente literaria que nació a mediados del siglo XIX en Francia, y que retomó algunos elementos que el realismo había plasmado en sus escritos. Ambas corrientes, el naturalismo y el realismo, se caracterizan porque buscan que los personajes centrales de sus escritos sean los olvidados por la literatura clásica de la época: los obreros, los mineros, las prostitutas, los mendigos, los ladrones, etc. Sin embargo, el naturalismo se caracteriza por dejar de lado la dramatización de las situaciones que retrata para presentarlas desde una perspectiva racionalizada que muestra cómo las circunstancias en las que se desenvuelve la historia difícilmente podrían ser otras.
El escritor que propuso este estilo narrativo por primera vez fue Émile Zola, nacido en París el dos de abril de 1840. Los comienzos de la vida de Zola no fueron sencillos, su padre murió cuando era muy joven y tras dos intentos fallidos por terminar el bachillerato, aunados a la difícil situación económica de la familia, decidió buscar por sí mismo su sustento. Comenzó a colaborar en un periódico parisino, al tiempo que hizo sus primeros escritos poéticos; insatisfecho con ellos, decidió incursionar en la prosa.
Fue en este contexto en el que las primeras novelas naturalistas vieron la luz. La primera parte de la producción de Zola es conocida como Rougon-Macquart. Historia natural y social de una familia en el Segundo Imperio y se conforma por 20 novelas, escritas entre 1871 y 1893, entre las que destacan La taberna, la primera novela cuyos personajes principales son obreros; Naná, la historia de una prostituta; Germinal retrata las penurias y luchas de los mineros, y La bestia humana relata las aventuras más penosas de una pareja.
El éxito de la producción de Zola no se debe solo a la creación de toda una corriente literaria, sino también a que logró retratar los peores aspectos del capitalismo naciente, lacras que hasta entonces habían permanecido ocultas.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).