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El erotismo y la muerte en la poesía de Jorge Gaitán Durán
La poesía del colombiano Jorge Gaitán Durán (1924-1962) es de una fuerza expresiva tal que justifica plenamente el destacado puesto que ocupa en la lírica de su generación.
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La poesía del colombiano Jorge Gaitán Durán (1924-1962) es de una fuerza expresiva tal que justifica plenamente el destacado puesto que ocupa en la lírica de su generación; perteneciente al grupo de los Cuadernícolas y fundador en Colombia –junto a Hernando Valencia Goelkel y Eduardo Cote Lamus– de la Revista Cultural Mito, publicación bimestral que desde 1955 y a lo largo de 42 números, se convirtiera en un motor de la divulgación literaria en su país con tan grande liberalidad que, junto a textos del Marqués de Sade y Simone de Beauvoir, aparecerían León de Greiff, Octavio Paz, Vicente Aleixandre, Jorge Luis Borges, St. Jhon Perse y Gabriel García Márquez, entre muchos otros; un ejercicio de inclusión, de convivencia intelectual y pluralidad en un momento convulso de la historia colombiana.

Eros y Tánatos danzan entrelazados en Siesta, cuyo epígrafe es un verso de Octavio Paz: “Voy por tu cuerpo como por el mundo”. Después de la cópula, y liberado del deseo, el poeta se desdobla para contemplar la escena toda. La tarde estival, en la que bulle la vida en toda su magnificencia, se hace una con los cuerpos desnudos, mientras reflexiona sobre la imposibilidad de detener el tiempo, de traspasar los límites carnales y de la fugacidad del instante en que los amantes pueden ser uno en el otro para vislumbrar la eternidad: “hurtando al ser cada momento”. Es poesía para comprenderse con todos los sentidos, con toda la lucidez de quien abre los ojos en la tarde y siente la vida fluyendo turbulenta hacia la nada: “el mundo huye por el firmamento… Sé que voy a morir. Termina el día”.

 

Es la siesta feliz entre los árboles,

traspasa el sol las hojas, todo arde,

el tiempo corre entre la luz y el cielo

como un furtivo dios deja las cosas.

El mediodía fluye en tu desnudo

como el soplo de estío por el aire.

En tus senos trepidan los veranos.

Sientes pasar la tierra por tu cuerpo

como cruza una estrella el firmamento.

El mar vuela a lo lejos como un pájaro.

Sobre el polvo invencible en que has dormido

esta sombra ligera marca el peso

de un abrazo solar contra el destino.

Somos dos en lo alto de una vida.

Somos uno en lo alto del instante.

Tu cuerpo es una luna impenetrable

que el esplendor destruye en esta hora.

cuando abro tu carne hiero al tiempo,

cubro con mi aflicción la dinastía,

basta mi voz para borrar los dioses,

me hundo en ti para enfrentar la muerte.

El mediodía es vasto como el mundo.

Canta el cuerpo en la luz, la tierra canta,

danza en el sol de todos los colores,

cada sabor es único en mi lengua.

Soy un súbito amor por cada cosa.

Miro, palpo sin fin, cada sentido

es un espejo breve en la delicia.

Te miro envuelta en un sudor espeso.

Bebemos vino rojo. Las naranjas

dejan su agudo olor entre tus labios.

Son los grandes calores del verano.

El fugitivo sol busca tus plantas,

el mundo huye por el firmamento,

llenamos esta nada con las nubes,

hemos hurtado al ser cada momento,

te desnudé a la par con nuestro duelo.

Sé que voy a morir. Termina el día.

 

El 21 de junio de 1962, el avión en que el poeta viajaba hacia Colombia sufrió un accidente al aterrizar en Point-á-Pitre, Guadalupe, causando la muerte del autor de ¡Vengan, cumplidas moscas!, poema en el que describe a su propia muerte como una criatura femenina, tangible y familiar a la que vio rondar sus aposentos desde la infancia; olvidada por largos periodos de felicidad y plenitud, ella siempre estuvo esperándome –dice–, la única fiel, hilando el tiempo, como una antigua criatura mitológica, esperando el momento en que la materia se volviera polvo, sabiendo inevitable mi desenlace.

 

Cuántas veces de niño te vi

cruzar por mi alcoba de puntillas.

Enhebrabas tu aguja con manos

más ligeras que los días.

Luego te olvidé. No es poca cosa

vivir. El mundo es bello y el deseo

vasto. (Que lo diga Ulises,

cuando nada en el mar y come uvas

después de la batalla). Mas cada

año acortabas el hilo, zurcidora

aplicada.

Como una madre

o Penélope siempre lozana me has

guardado fidelidad. ¡La única!

Empollabas la herencia con tus

mimos. Solícita, cuidabas huesos,

dientes, toda la ruin materia

que te ceba.

¿Vale más el alma?

No encontraste nada en la mía

que me hiciera rey. Quedaba poco

cuando destapaste el pudridero.

¡Vengan cumplidas moscas! Hoy te pago

el ansia con que viví cada momento.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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