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César Vallejo
Gran poeta peruano de raza india, una de las más claras voces de la moderna lírica americana. Se dedicó, desde muy joven, a la poesía pura.
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Nació en Santiago de Chuco, Perú, el 16 de marzo de 1892. Gran poeta peruano de raza india, una de las más claras voces de la moderna lírica americana. Se dedicó, desde muy joven, a la poesía pura mientras colaboraba en dos famosas revistas: Contemporáneos y Colónida. Más tarde se orientó al ultraísmo y acabó por apartarse de todo grupo o tendencia para expresar, de una manera personal y singularísima, el alma de su país y de su raza. Primeramente, la nota personal conformó el tema de su poesía, después cantó sobre el dolor de los demás, con lo que su acento adquirió una gran hondura y trascendencia. Obras: Los Heraldos Negros (1918), Trilce (1922), Escalas melografiadas (1922), Poemas humanos (1939). Escribió también una novela de carácter nacionalista y social, Tungsteno (1930). Falleció en París, Francia el 15 de abril de 1938.

 

Los arrieros

Arriero, vas fabulosamente vidriado de sudor.

La hacienda Menocucho

cobra mil sinsabores diarios por la vida.

Las doce. Vamos a la cintura del día.

El sol que duele mucho.

 

Arriero, con tu poncho colorado te alejas,

saboreando el romance peruano de tu coca.

Y yo desde una hamaca,

desde un siglo de duda,

cavilo tu horizonte y atisbo, lamentado

por zancudos y por el estribillo gentil

y enfermo de una “paca-paca”.

 

Al fin tú llegarás donde debes llegar,

arriero, que, detrás de tu burro santurrón,

te vas...

te vas...

 

Feliz de ti, en este calor en que se encabritan

todas las ansias y todos los motivos;

cuando el espíritu que anima el cuerpo apenas,

va sin coca, y no atina a cabestrar

su bruto hacia los Andes

occidentales de la Eternidad.

 

Los desgraciados

Ya va a venir el día; da

cuerda a tu brazo, búscate debajo

del colchón, vuelve a pararte

en tu cabeza, para andar derecho.

Ya va a venir el día, ponte el saco.

 

Ya va a venir el día; ten

fuerte en la mano a tu intestino grande, reflexiona

antes de meditar, pues es horrible

cuando le cae a uno la desgracia

y se le cae a uno a fondo el diente.

 

Necesitas comer, pero, me digo,

no tengas pena, que no es de pobres

la pena, el sollozar junto a su tumba:

remiéndate, recuerda,

confía en tu hilo blanco, fuma, pasa lista

a tu cadena y guárdala detrás de tu retrato.

Ya va a venir el día, ponte el alma.

 

Ya va a venir el día; pasan,

han abierto en el hotel un ojo,

azotándolo, dándole con un espejo tuyo...

¿Tiemblas? Es el estado remoto de la frente

y la nación reciente del estómago.

Roncan aún... ¡Qué universo se lleva este ronquido!

¡Cómo quedan tus poros, enjuiciándolo!

¡Con cuántos doses ¡ay! estás tan solo!

Ya va a venir el día, ponte el sueño.

 

Ya va a venir el día, repito

por el órgano oral de tu silencio

y urge tomar la izquierda con el hambre

y tomar la derecha con la sed; de todos modos,

abstente de ser pobre con los ricos,

atiza

tu frío, porque en él se integra mi calor, amada víctima.

Ya va a venir el día, ponte el cuerpo.

 

Ya va a venir el día;

la mañana, la mar, el meteoro, van

en pos de tu cansancio, con banderas,

y, por tu orgullo clásico, las hienas

cuentan sus pasos al compás del asno,

la panadera piensa en ti,

el carnicero piensa en ti palpando

el hacha en que están presos

el acero y el hierro y el metal; jamás olvides

que durante la misa no hay amigos.

Ya va a venir el día, ponte el sol.

 

Ya viene el día; dobla

el aliento, triplica

tu bondad rencorosa

y da codos al miedo, nexo y énfasis,

pues tú, como se observa en tu entrepierna y siendo

el malo ¡ay! inmortal,

has soñado esta noche que vivías

de nada y morías de todo...

 

Intensidad y altura

Quiero escribir, pero me sale espuma,

quiero decir muchísimo y me atollo;

no hay cifra hablada que no sea suma,

no hay pirámide escrita, sin cogollo.

 

Quiero escribir, pero me siento puma;

quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay tos hablada, que no llegue a bruma

no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

 

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

carne de llanto, fruta de gemido,

nuestra alma melancólica en conserva.

 

¡Vámonos! ¡Vámonos! Estoy herido;

Vámonos a beber lo ya bebido,

vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

 

El poeta a su amada

Amada, en esta noche tú te has crucificado

sobre los dos maderos curvados de mi beso;

y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,

y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

 

En esta noche clara que tanto me has mirado,

la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.

En esta noche de septiembre se ha oficiado

mi segunda caída y el más humano beso.

 

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;

se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;

y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

 

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;

ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura

los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.

 

 

El pan nuestro

Se bebe el desayuno... Húmeda tierra

de cementerio huele a sangre amada.

Ciudad de invierno... La mordaz cruzada

de una carreta que arrastrar parece

una emoción de ayuno encadenada!

 

Se quisiera tocar todas las puertas,

y preguntar por no sé quién; y luego

ver a los pobres, y, llorando quedos,

dar pedacitos de pan fresco a todos.

Y saquear a los ricos sus viñedos

con las dos manos santas

que a un golpe de luz

volaron desclavadas de la Cruz!

 

Pestaña matinal, no os levantéis!

¡El pan nuestro de cada día dánoslo,

Señor...!

 

Todos mis huesos son ajenos;

yo talvez los robé!

Yo vine a darme lo que acaso estuvo

asignado para otro;

y pienso que, si no hubiera nacido,

otro pobre tomara este café!

Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!

 

Y en esta hora fría, en que la tierra

trasciende a polvo humano y es tan triste,

quisiera yo tocar todas las puertas,

y suplicar a no sé quién, perdón,

y hacerle pedacitos de pan fresco

aquí, en el horno de mi corazón...!

 


Escrito por Redacción


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