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Uno de los méritos de la película británica Viviendo con el enemigo (2019), del realizador británico James Kent, es que nos muestra con imágenes ilustrativas cómo quedó destruida la ciudad alemana de Hamburgo al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Los historiadores han establecido que en Hamburgo el 70 por ciento de las casas, edificios, escuelas, etc., quedaron destruidos por los bombardeos y decenas de miles de civiles murieron. También –y eso es notorio–, el terrible ambiente social que privaba entre los alemanes supervivientes de esa gran conflagración: hambre, desempleo y mucha inconformidad ante la nueva situación (inconformidad que tenía expresiones violentas como atentados perpetrados por miembros clandestinos de agrupaciones nazis, supervivientes de la guerra y que se identificaban por tener marcado en alguna parte del cuerpo el numero 88, que significaba –y hoy todavía se utiliza por los neonazis– Heil Hitler. Los británicos nunca han sido precisamente generosos con los vencidos; hay, por el contrario, mano dura, maltrato de los vencedores. En esa atmósfera cruenta y terrible se desarrolla la historia del coronel Lewis Morgan (Jason Clarke) y su esposa Rachel (Keira Knightley). Morgan y su esposa se alojan en la casona del arquitecto alemán Stefan Lubert (Alexander Skarsgard), una lujosa mansión, que deben ceder al oficial británico. Lubert tiene la opción de irse a vivir a otro lado; sin embargo, los esposos Morgan le permiten que viva con su hija en el ático de la casona.
Las actividades de Lewis lo obligan a estar fuera de la casa y esta circunstancia va propiciando que Rachel y Lubert entablen una relación amorosa. Rachel no puede olvidar la muerte de su hijo años atrás y Lubert ha sufrido la pérdida de su esposa a consecuencia de los bombardeos. la cinta aborda el tema del adulterio y la traición sentimental. Sin embargo, al final de la narración, Lubert le propone a Rachel huir con él y ambos toman la decisión de irse; Rachel le confiesa a Lewis que ha establecido la relación con el arquitecto alemán, lo que resulta devastador para el oficial británico.
Arrepentido, antes de que Rachel se marche, Morgan le confiesa que el olor de ella le recuerda siempre a su hijo. Rachel sale con Lubert y su hija hacia la estación ferroviaria; pero antes de abordar el vagón, Rachel decide no ir con el arquitecto alemán y regresa con Lewis.
Viviendo con el enemigo no es una cinta moralista, más bien es una historia que intenta reflejar el ambiente psicológico en que suele aparecer la traición dentro de las relaciones matrimoniales. Y la cinta, siguiendo los patrones hollywoodenses, tiene un “final feliz”, pues el matrimonio Morgan se reconcilia.
En los últimos años, las cintas europeas y norteamericanas sobre la Segunda Guerra Mundial se han vuelto más indulgentes con el nazismo, de forma que subrepticiamente en la mente del público se va inoculando la idea de que no todos los nazis fueron malos, que algunos de ellos no son tan diferentes a los hombres y mujeres que profesan la ideología de las llamadas sociedades “libres” y “democráticas”. No debemos olvidar nunca que los poderosos de esas sociedades “libres”, como la norteamericana y la británica, no solo han perdonado a verdaderos criminales nazis, responsables de la muerte de millones de seres humanos, sino que ayudaron a escapar a algunos miembros de la élite científica e intelectual del régimen hitleriano y los adoptaron como ciudadanos, con todos sus derechos a salvo.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA