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Solón Argüello Escobar
En 1912, tras el triunfo de la Revolución se convirtió en secretario privado de Francisco I. Madero y se naturalizó como mexicano.
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Nació en Nicaragua el 11 de julio de 1879. Miembro de una distinguida familia, en su país se convirtió en un intelectual progresista. En 1902 migró a la Ciudad de México como empleado temporal en revistas y periódicos, dos años más tarde se trasladó a Tepic, Nayarit, como docente en enseñanza elemental, superior y taquigrafía en la Escuela Superior de Niños, en esta entidad pasó la mayor parte de su vida y publicó tres poemarios El grito de las islas (1905), El libro de los símbolos e islas frágiles (1909) y Cosas crueles (1913). Se integró plenamente a la vida literaria y política que se desarrollaba junto a poetas como Julio Florez, Amado Nervo, Luis Rosado Vega, etc. hasta 1910 cuando huyó porque el jefe del entonces Territorio de Tepic declaró su captura por sedición debido a las ideas liberales que publicaba contra el gobierno de Porfirio Díaz.

En 1912, tras el triunfo de la Revolución se convirtió en secretario privado de Francisco I. Madero y se naturalizó como mexicano. Después de la Decena Trágica intentó armar una guerrilla para combatir al huertismo, pero fracasó y fue capturado en 1913 mientras planeaba un atentando contra Victoriano. Fue fusilado el 29 de agosto de 1913 en la línea de ferrocarril México-Querétaro; se dice que antes de morir dijo: “Acercadme el reflector: quiero que todos veáis este pecho que tantas veces combatió por la libertad”.

El verso rebelde

He de cantar tu dorso lleno de escamas,

sierpe que a Nemrod huye, grácil, de prisa,

zigzag ardiente y rojo como las llamas

y algo sacro, intangible, pan de misa.

 

¡Oh! la frase rebelde que a Plectro inflamas

y te esquivas al darle tu gran sonrisa,

sonrisa que cual polvo de oro derramas

en sus nervios do se alza la Pitonisa.

 

Eres como de Tántalo ansiada fruta

que de los labios corres, cual bestia hirsuta,

cuando insomne seguimos tu egregio paso.

 

Con tus alas sedeñas, rebelde verso,

te esfumas casquivano, riente y perverso

¡Mientras Febo es cautivo del Rey Ocaso!

 

Y prosiguió su signo

Pasó lleno de polvo

su traje asaz roído,

con sus viejas sandalias que conocen

cien valles, cien desiertos, mil caminos.

 

Pasó, con su melena

que desgreñaba el austro,

con su triste mirada pensativa,

que escruta, siempre fija en el arcano.

 

Pasó, como una sombra,

callado, obscuro, solo,

con sus laxos camellos de tristeza

doloridos. Pasó lleno de polvo…

 

Miró hacia atrás en busca

del ya lejano predio

y aun oyó reproches que venían

traídos por la parva de los vientos.

 

Y se bebió sus lágrimas

y prosiguió, en su signo,

con sus viejas sandalias que conocen

cien valles, cien desiertos, mil caminos.

 

La música del barrio

Yo amo la música, yo amo

la música del pobre

organillo del barrio;

la voz de esas almas quejumbrosas

que imploran con lúgubres halagos

un pan para el artista,

un vino, o un harapo.

 

Yo amo la música, yo amo

la música del pobre

bohemio que cruza cabizbajo

las calles de la aldea,

trayendo bajo el brazo

su caja doliente y melodiosa

que aporta desde un país lejano,

mendigo y ambulante,

ya de plañir cansado.

 

Al pie de balcones entreabiertos

y viendo hacia arriba, no hace caso

de la nieve que cae

sobre sus hombros flacos,

en tanto que mueve su manubrio

caritriste e impávido.

 

Yo amo la música, yo amo

esos ritmos enfermos,

sin arte, sin luz, toscos y lánguidos,

como inmensos gemidos

que se alargan elásticos.

 

Yo amo esos versos de palurdo

que huelen a poblacho

y traen al alma viejas cosas

empolvadas de antaño;

el son de un violín que se lamenta,

heridos tal vez de fiero dardo,

o el de un acordeón cuando solloza

debajo de algún árbol

que es el techo amoroso

de los seres gitanos,

y el lloro que plañe una guitarra

allá en la callejuela

oscura de algún barrio.

 

Al ir por la senda del víacrusis

en que voy con mi fardo

de penas, que abruman y ennegrecen

mi dolorido ánimo

a veces, absorto en mi camino,

he detenido el paso

oyendo esas notas gemebundas

que son como el grito hondo y amargo

de todas las miserias

y de todos los llantos

que van por la tierra, peregrinos

sin pan y sin descanso.

 

Y ebrio de horrísona tristeza,

me he marchado llorando,

volviendo a mi alma viejas cosas

empolvadas de antaño.

Yo soy también, ¡ay! otro bohemio

sin patria, desterrado,

que va por las aldeas

ofreciendo sus cánticos

y amando la música del pobre

organillo del barrio

que es el eco aflictivo

de un armonioso hermano.


Escrito por Redacción


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