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En su campaña presidencial de 2016, Donald John Trump ofreció que no libraría ningún conflicto y retiraría las tropas de Estados Unidos (EE. UU.) del Medio Oriente. ¡Mintió! Hoy, su “acuerdo del siglo” perpetúa la ocupación de Palestina por Israel y trastoca la frágil paz y seguridad en esa región estratégica.
Al tutelar el Apartheid sionista contra el pueblo palestino, el gobierno estadounidense profundiza las diferencias de Arabia Saudita y sus aliados con Irán. Por ello, México no debe mantener su alianza de facto con Washington, pues avala esta violenta diplomacia; éste es un tiempo de guerra y urge que su gobierno retome la política exterior de principios que tanto prestigio le ganó.
En el conflicto palestino-israelí, los demócratas y republicanos estadounidenses han reforzado el expansionismo sionista desde Palestina hasta Siria y Líbano. Todos desdeñan los reclamos palestinos de recuperar su tierra, expulsar al ocupante y el retorno de los refugiados. Si se suponía que el llamado “acuerdo del siglo” de Trump no favorecería a los palestinos, al menos se esperaba un gesto de justicia histórica hacia las víctimas de ese conflicto, creado por Occidente con presiones del sionismo. Pero no fue así.
El 28 de enero, acompañado por el ultranacionalista primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, Trump anunció un plan para privar de todos sus derechos a millones de palestinos. Fue una declaración de guerra. El desdén imperialista hacia los pueblos de esa región, de la que pretende obtener más beneficios, se confirmó cuando la Casa Blanca presentó tal texto en ausencia de líderes palestinos. Israel, que históricamente ha recurrido a EE. UU. para defender su ilegal ocupación de Palestina, es el beneficiario; pero queda en una posición moral y políticamente injustificable.
Esta burda manipulación de los intereses israelí-estadounidenses copió la estrategia del demócrata James Carter en 1978, cuando pactó los Acuerdos de Camp David con el presidente egipcio Anwar el Sadat, sin incluir al liderazgo palestino, entonces representado por el célebre Yasser Arafat. El tiempo confirmó que esa estrategia era equivocada y activó más violencia.
El plan de Trump, cínicamente denominado “Acuerdo de la paz a la prosperidad: una visión para mejorar la vida de los pueblos palestino e israelí”, consta de 181 páginas; incluye un plan político y otro económico, que se presentó en Bahréin, en julio, y prevé crear un fondo de 50 mil millones de dólares para – supuestamente– impulsar la economía palestina e israelí y derramar algunas migajas en Jordania y Egipto.
En su visión capitalista, el gobierno de EE. UU. deja a los Estados árabes la carga de aportar esa suma, pero pocos han ofrecido solventarla. En tanto, Israel consuma un régimen de Apartheid en Gaza y Cisjordania como el que privó en Sudáfrica. Los palestinos, que representan la población mayoritaria, son segregados por su afiliación étnico-nacional, no tienen servicios básicos, incluido el de seguridad pública, ni derecho a votar. “Es un fascismo que huele a democracia”, denuncia el analista político Omar H. Rahman.
Adicionalmente, la iniciativa de Trump está destinada a las derechas que adquieren cada vez más poder en Israel. Con este respaldo, Netanyahu confía en que su coalición ultraderechista retendrá el poder en marzo y, al mismo tiempo, intimida al Fiscal General que evalúa los cargos existentes en su contra, por fraude y corrupción.
La visión imperial
Si durante los Siglos XV al XIX, el colonialismo europeo se apoderó de territorios en América, Asia y África, el plan de Trump se dispone a perpetuar la ocupación de Palestina con la oferta de un mini-Estado palestino inviable, que equivale al 22 por ciento del territorio histórico de Palestina; en contraste, los sionistas contarían con una mayor extensión y cumplirían su aspiración de ser una nación judía.
Para el exasesor palestino Nizar Farsakh, el proyecto plantea “una prisión al aire libre”. Y explica que EE. UU. no respeta ninguna exigencia árabe, pues al comparar la postura palestina que publica la página web del Departamento de Estado “es exactamente lo opuesto a lo que los palestinos piden”.
La Casa Blanca propone un Estado palestino fragmentado en exceso, rodeado por Israel salvo hacia el sur de Gaza y con colonias israelíes que se extienden hasta en 30 por ciento hacia Cisjordania. Esos asentamientos se conectarían, mediante corredores, con los principales centros poblacionales de Israel.
El plan, articulado por el proisraelí yerno de Trump, Jared Kushner, designa a Jerusalén como capital de Israel; y ofrece que la capital del hipotético Estado palestino (a la que llamaría Al Quds, como la denominan los árabes) se ubique en la zona oriente de esa ciudad.
Es decir, la futura capital palestina se situaría en barrios pobres y separados, como Shuafat y Abu Dis, lo contrario a la exigencia árabe en torno al control de toda la parte oriental de esa ciudad, ocupada por Israel en 1967 y que en 1980 se anexó.
Dadivoso en su plan, Trump nombra hoy a Israel “guardián de los sitios religiosos tanto cristianos, musulmanes , palestinosy judíos” y, con ello, arrebata el papel de custodio a Jordania. Además, cumple otro sueño de la derecha israelí, al respaldar la anexión israelí al oeste del valle del río Jordán.
Esto equivale a casi 30 por ciento de Cisjordania, que quedaría sin salida a Jordania, o solo podría hacerlo cruzando Israel. Como burla, el plan afirma que se “maximizarán las facilidades” para viajar dentro del Estado palestino.
La iniciativa logra otro anhelo imperial: proclamar “terrorista” a Hamas, la organización islámica que, con 65 por ciento de los votos, ganó el gobierno de la Franja de Gaza desde 2006. El plan condiciona toda inversión internacional y amaga “mejoras significativas” para Gaza, hasta que se desmilitarice y reestructure su gobierno. Ni una palabra al genocida bloqueo israelí en esa zona.
Además de justificar que las aguas territoriales de la Franja pasen a soberanía israelí porque “son vitales” para su seguridad”, el mapa diseñado por el sionismo incluye zonas “de manufactura industrial de alta tecnología” y “residencial o agrícola” en territorio palestino.
En las negociaciones, los palestinos exigieron, reiteradamente y de forma irrenunciable, el retorno de los refugiados. Pero el plan de Trump afirma que “no habrá derecho al retorno, o absorción de ningún refugiado palestino en Israel”.
Y da tres opciones: su “absorción” en el micro-Estado palestino, su integración a los países de acogida o su reasentamiento en países de la Organización de Cooperación Islámica, que los acepten. De este modo, EE. UU. e Israel trasladan a los árabes “la responsabilidad moral” de integrar a los palestinos “del mismo modo que los judíos fueron integrados en Israel”.
Medios occidentales subrayan que, a cambio de tales “concesiones” para los palestinos, el presidente de EE. UU. logró que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu y su rival político, Beny Gantz, se comprometieran a suspender por cuatro años la expansión de las colonias israelíes en Cisjordania y “aceptaran la creación de ese Estado palestino independiente y soberano”.
Rotundo ¡no!
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbás –también conocido como Abu Mazen– rechazó el proyecto de Trump. Desde El Cairo, donde sesionaba la Liga Árabe, afirmó que desde que EE. UU. empezó a mediar entre palestinos e israelíes, no se ha avanzado hacia una solución negociada.
Destacó que se reunió con Trump cuatro veces y la posición palestina no avanza. Por ello se negó a recibir una copia del proyecto estadounidense y a recibir una llamada del magnate.
Enérgico, Abbás expresó: “No voy a grabar mi nombre en la historia de mi patria como quien vendió a Jerusalén, porque no es mía, sino de todos”, y reiteró que no aceptará nunca ese plan. Días después, una encuesta mostraba que la mayoría de palestinos apoyan a Abbas, porque creen en sus palabras.
Los estrategas israelí-estadounidenses analizaron bien las diferencias entre musulmanes, árabes y persas en Medio Oriente. Midieron con exactitud la reacción de sus aliados y adversarios dentro y fuera de esa región. Con esta información, la Casa Blanca se propone remodelar la mayor zona energética del planeta y garantizar su control sobre las rutas comerciales más estratégicas.
En cuanto Donald Trump presentó su iniciativa, el Ministerio de Exteriores de Arabia Saudí reafirmó “su apoyo a los esfuerzos dirigidos a lograr una solución justa y completa al conflicto palestino”; también invitó a reiniciar negociaciones directas entre las partes “bajo el auspicio de EE. UU.”.
Los aliados de Riad ven la propuesta como una “oportunidad” para que las partes vuelvan a la mesa de negociaciones. De los 22 miembros de la Liga Árabe, algunos valoran positivamente la propuesta. Su secretario general, Ahmed Aboul Gheit, lamentó que el texto suponga un “gran desperdicio” de derechos palestinos a su territorio y consideró que una paz justa y duradera no debe realizarse ignorando la ocupación israelí de los territorios palestinos.
La organización chiita de Líbano, Hezbolá, denominó “acuerdo de la vergüenza” a expensas del pueblo palestino a la “salvaje” iniciativa de la administración de Trump; además de condenarla, acusó: “Este acuerdo no habría tenido lugar si no hubiera sido por la complicidad y traición de varios regímenes árabes involucrados de forma secreta en esta conspiración” y advirtió que tendrá repercusiones negativas hacia el futuro en los pueblos de la región. Para Mohamad Yavad Zarif, ministro de Exteriores, representa una iniciativa “ilusoria” y expresó que sería mejor aceptar la solución democrática propuesta por el ayatola Ali Jamenei, basada en un referéndum, con el que todos los musulmanes, palestinos, judíos y cristianos decidan su futuro. El presidente del Parlamento, Ali Lariyaní, lo llamó “fraude del Siglo que busca humillar a los musulmanes”.
El canciller cubano Bruno Rodríguez criticó el afán de dominio imperialista estadounidense y repudió el sesgado y engañoso plan de Trump “que consagra la ocupación israelí y conculca el derecho inalienable de los palestinos a tener su propio Estado en las fronteras previas a 1967, con Jerusalén oriental como capital y el retorno a los refugiados”.
La Organización de Cooperación Islámica estimó que la propuesta “carece de los elementos más básicos de justicia y destruye las bases de la paz” entre palestinos e israelíes. También la repudiaron los presidentes de Argelia, Abdelmejid Tebboun y Túnez, Kaies Said.
Poco viable
El Kremlin desplegó un complicado juego de sombras respecto al plan. El vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, no quiso confirmar si Vladimir Putin respaldará esa iniciativa, aunque dos días después, Netanyahu visitó a éste, en Moscú, para explicarle la propuesta estadounidense. Enseguida, la vocera del Ministerio de Exteriores, María Zajárova, emitió la posición rusa: “La palabra decisiva en un proceso de solución justa y a largo plazo del conflicto corresponde exclusivamente a los propios palestinos e israelíes, ya que se trata de su futuro”.
Sin embargo, el dos de febrero, Rusia detectó problemas: “Vemos la reacción de los palestinos y una serie de países árabes que se solidarizan con ellos en contra de ese plan; por eso dudamos de la vialidad”, explicó Peskov al canal Rossiya 1. Más tarde, analistas rusos declararon que el plan contradice varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
El proyecto es tan arbitrario, que hasta analistas proestadounidenses lo critican. Robert Satloff, dirigente del Instituto Washington para la Política del Cercano Oriente, admitió que el plan se inclina hacia Israel y condiciona los eventuales beneficios para los palestinos con largos requisitos.
Por su parte, el geopolitólogo que dirige el Eurasia Group, Ian Bremmer, advirtió una escalada en la violencia regional; y es que los palestinos ya no aceptarán un dialogo en el que medie EE. UU., pues ese actor adoptó una postura que niega sus derechos.
Jeremy Ben-Ami, del grupo pacifista Lobby J. Street, advirtió hace meses: “Lo que EE. UU. ha hecho hasta ahora anticipa lo que realizarán. No tienen intención de resolver el conflicto. En cambio, se acercarán a la posición de aquellos que están más a la derecha en la política israelí”. Por ello, hasta ahora, todo indica que el “acuerdo del Siglo” es otra ocurrencia imperial.
Boicot a México
La solidaridad mexicana con los palestinos se centra en la defensa de sus derechos humanos, en la denuncia de la ilegalidad de las colonias israelíes en tierra palestina y en el apoyo al retorno de los refugiados. El cinco de agosto de 1975, en Alejandría, Egipto, hubo un acercamiento personal entre el presidente Luis Echeverría Álvarez y el dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat. Ahí se pactó la apertura de una oficina diplomática en México.
En noviembre, la ONU aprobó la Resolución 3379 que define al sionismo como forma de racismo y México votó a favor. En reacción, la comunidad judía en EE. UU. declaró boicot turístico contra México. Echeverría explicó que nuestro país “no es antisemita, pues los judíos siempre han vivido aquí en paz”, pero agregó que Israel debía aclarar que el sionismo no es el expansionismo contra sus vecinos.
Las presiones llegaron el 23 de noviembre: The New York Times publicó un exhorto de organizaciones israelíes y judías a boicotear a México turística y económicamente. Ese día se cancelaron 30 viajes programados y, en los meses siguientes, hubo 30 mil. El gobierno se movilizó y debió abstenerse de votar contra Israel en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y otros foros. A su vez, los judíos bajaron el tono, preocupados por la posible conformación de una “reacción antiisraelí peligrosa” en México, refiere Ariela Katz.
Diez años más tarde, en 1995, México elevó la oficina palestina a Delegación Especial y, en 2005, abrió una Oficina de Representación en la calle Al Kawthar Street 100 del VIP Center, en Al-Bireh, Ramala, Cisjordania
En 2012, México apoyo la Resolución 67/19 que reconoce a Palestina como “Estado Observador no Miembro de la ONU”. En 2014 condenó el ataque de cohetes y bombardeos aéreos israelíes contra palestinos en Gaza e hizo un enérgico llamado para decretar el alto al fuego. Además, condenó la toma ilegal de territorios en Cisjordania por Israel.
En 2017 lamentó la iniciativa del parlamento israelí en torno a legitimar las colonias ilegales en Cisjordania y consonó la demolición de casas palestinas en Jerusalén oriental. Ésa es la política independiente y de valores que no se puede perder ahora.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.