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Nació en Montevideo, Uruguay, el 13 de julio. Fue una profesora y poetisa uruguaya. Fue la primera mujer uruguaya en dedicarse a la poesía. Colaboró con varias revistas literarias, entre ellas: la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales (1895), fundada por José Enrique Rodó, los hermanos Martínez Vigil y Víctor Pérez Petit; La Revista (1899), dirigida por Julio Herrera y Reissig; El Mercurio de América (1899), revista modernista editada en Buenos Aires; y, Rojo y Blanco (1900), dirigida por Samuel Blixen. También fue incluida, tempranamente, en antologías de poesía tales como la Colección de poesías uruguayas (1895) y El Parnaso Oriental: antología de poetas uruguayos (1905), de Raúl Montero Bustamante, quien dijo de ella: “es sin disputa la primera poetisa de América y la más grande que ha tenido el país”. Este juicio le valió que Miguel de Unamuno la reconociera como tal en España. No publicó nunca una obra con sus poemas, sin embargo, dejó el manuscrito de su poemario La isla de cánticos que fue presentado póstumamente por su hermano.
Paralelamente, escribió teatro y presentó tres obras en el teatro Solís: La piedra filosofal, con texto y música propios, en 1908; Los peregrinos y Resurrexit (Idilio Medioval), en 1913, drama lírico musicalizado por César Cortinas, que recibió una crítica de alto reconocimiento. En vida, solo autorizó la publicación de este último, que salió en el Diario del Plata, en Montevideo, el cinco de agosto de 1913. Entre sus documentos se conservan los borradores de una cuarta obra incompleta titulada Nube de estío. Con esta línea de producción dramático-lírica, conectan los viajes que realizaba a Buenos Aires, de los que da cuenta la correspondencia que mantuvo con Pedro Miguel Obligado.
Sus características personales fueron determinantes en su obra, especialmente la evolución de su producción, que pasó de los inicios románticos y modernistas a una línea de poesía filosófico-ontológica, altamente original y valiosa, que fue fundante solo a largo plazo y que aún hoy resulta poco visible y explorada.
El ataúd flotante
Mi esperanza, yo sé que tú estás muerta.
No tienes de los vivos
más que la instable fluctuación perpetua;
no sé si un tiempo vigorosa fuiste,
ahora, estás muerta.
Te han roído quién sabe
qué larvas metafísicas que hicieron
entre tu dulce carne su cosecha.
En vano
el mágico abanico de tus alas
con irisadas ráfagas me orea
soltando al aire turbadoras chispas.
Yo sé que tú eres de esas
que vuelven redivivas en la noche
a decir otra vez su última verba...
Ya te he visto venir
blanca y piadosa como un santo espíritu
sobre el vaivén de las marinas ondas;
te he visto en el fulgor de las estrellas,
y hasta los bordes de mi quieta planta
danzan tus llamas en festivas rondas.
Pero si al interior vuelvo los ojos
Veo la sombra de tu mancha negra,
miro tu nebulosa en el vacío
dar poco a poco su visión suspensa;
sin el miraje de los fuegos fatuos
veo la sombra de tu mancha negra.
No llores porque sé los ojos míos
saben vivir en lontananzas huecas;
míralos secos y tranquilos; márchate
y el flotante ataúd reposar deja
hasta que junto a ti también tendida
nos abracemos como hermanas buenas
y otra vez enlazadas nos durmamos
en el sepulcro vivo de la tierra.
Barcarola de un escéptico
Alma mía
que tornas al viejo lar
con la red seca y vacía
de las orillas del mar,
con la red seca y vacía
que en la plenitud del día
no te atreviste a arrojar.
Yo he visto los pescadores
pescando gloria y amores
que disiparon después.
Unos llevan cosas muertas;
otros las llevan desiertas:
lo mismo es.
Alma mía,
que la red seca y vacía
no te he de arrojar.
Entre la arena y las olas
existen dos cosas solas:
morir o matar.
Alma mía
que traes la red vacía
de las orillas del mar…
Desde la celda
¡Ay de aquel que fuera un día
novio de la soledad!
Después de este amor supremo
¿a quién amará?
¿Quién sin dar nada se entrega
y estrecha sin abrazar?
¿Quién de un vago tesoro
hace que se pida “¡más!”?
¿Qué araña invisible y muda,
carcelera singular,
teje sus rejas abiertas
y el cautivo no se va?
Los aldabones golpean
con rumor de eternidad,
y el corazón solitario
le responde: “Más allá”…
Sí, más allá de sí mismo,
más allá del propio mal,
amorosamente solo
con su mal de soledad.
Afuera ríen los soles
sus vitrinas de cristal
racimos de perlas vivas
al pasajero le dan.
Por los caminos del mundo
cruza la marcha triunfal.
¡Evohé!... siga la fiesta...
¡Ay de aquel que fuera un día
novio de la soledad!
Único poema
Mar sin nombre y sin orillas,
soñé con un mar inmenso,
que era infinito y arcano
como el espacio y los tiempos.
Daba máquina a sus olas,
vieja madre de la vida,
la muerte, y ellas cesaban
a la vez que renacían.
Cuánto nacer y morir
dentro la muerte inmortal!
Jugando a cunas y tumbas
estaba la Soledad…
De pronto un pájaro errante
cruzó la extensión marina;
“Chojé, Chóje…” repitiendo
su quejosa mancha iba.
Sepultóse en lontananza
goteando “Chojé… Chojé…”
Desperté y sobre las olas
me eché a volar otra vez.
Lágrima vacua
Grito de sapo
llega hasta mí de las nocturnas charcas. . .
la tierra está borrosa y las estrellas
me han vuelto las espaldas.
Grito de sapo, mueca
de la armonía, sin tono, sin eco,
llega hasta mí de las nocturnas charcas…
La vaciedad de mi profundo hastío
rima con él el dúo de la nada.
La estrella misteriosa
Yo no sé dónde está, pero su luz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!...
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.
Si alguna vez acaso me aparto del camino,
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
Gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino…
y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía.
¡Mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega!
Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega.
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Escrito por Redacción