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MANUEL MARÍA FLORES
Con este poeta lírico, el romanticismo mexicano alcanza su expresión más alta. Pasionarias es el título del único libro que el autor vio publicado y que prologó Altamirano; su tema capital de Flores es el erótico
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MANUEL MARÍA FLORES. Nació en San Andrés Chalchicomula, Puebla, el ocho de septiembre de 1838. Estudió en la Ciudad de México en el Colegio de Minería y después en el de San Juan de Letrán, en donde formaba parte del grupo que se reunía alrededor de Ignacio Manuel Altamirano. Simpatizó con las ideas liberales y sufrió cárcel y destierro en tiempos de la intervención francesa. Diputado al Congreso de la Unión. Perteneció a diferentes sociedades culturales. La penosa situación económica y las enfermedades de Flores, a las que se agregó en los últimos años la ceguera, le impidieron formar un hogar. Con este poeta lírico, el romanticismo mexicano alcanza su expresión más alta. Pasionarias es el título del único libro que el autor vio publicado y que prologó Altamirano; su tema capital de Flores es el erótico, que alcanza cierta originalidad por su calidad poética. Tuvo aciertos en sus traducciones de poetas como Víctor Hugo, Muset, Byron, Schiller, etcétera. Murió en la Ciudad de México el ocho de mayo de 1885.

 

LAS FURIAS

(Basada en la tragedia Miss Sara Sampson de Gotthold Ephraim Lessing )

“Mis furias están ya viejas y torpes”,

Plutón dijo a Mercurio, mensajero

que se halla de los dioses al servicio.

“–Necesito cambiarlas: ve a la Tierra

y búscame tres mozas

lozanas y capaces del oficio”.

Desde luego, Mercurio, diligente,

el coturno con alas

como pudo calzóse prontamente,

y atravesando las etéreas salas,

ligero y volador como ninguno

a la tierra subió.

La diosa Juno,

poco tiempo después a su doncella,

esto es, su camarista, Isis la bella,

también le dijo: –“Mira: Citerea,

con mengua del honor de las mujeres,

se jacta de que ya no hay en el mundo

ninguna de ellas que su fiel no sea

y que culto no rinda a los placeres.

Para burlarme de ella y del dios ciego

baja a la tierra luego

y tráeme, por lo menos, tres doncellas,

mas… doncellas... ¿entiendes?

enteramente castas todas ellas”.

Isis partió también. Valle y montaña,

alcázar y cabaña,

ciudad, pueblo, aldehuela y aun ermita,

todo lo registró la pobrecita;

mas ¡ ay! que todo en vano;

y paso a paso y mano sobre mano,

cansada y triste, regresó solita.

“–¡Cómo! ¿es posible?... ¿sola?—gritó Juno

mirándola llegar con faz airada.

¡Oh, virtud! ¡Oh, pureza!... ¿Conque nada?”

Isis le dijo: “Nada, ¡qué oportuno

hubiera sido el viaje más temprano!

Estuviera cumplido

¡oh, diosa! tu mandato soberano;

hubiérate traído

lo que tú me pediste... tres doncellas.

Las encontré en verdad; y eran de aquéllas

que nunca conocieron un amante,

que jamás le pusieron,

jamás, a hombre ninguno buen semblante;

ni en sus glaciales senos

consintieron la llama devorante

de amorosa pasión... ni mucho menos.

Tres doncellas, en fin (sin que esto alarde

sea de mi ojo certero),

purísimas, castísimas, sin pero,

como tú las querías... mas llegué tarde”.

 

“–¿Cómo tarde?”.

–Mercurio en ese instante

para el fiero Plutón las embargaba.

“¡Eso no puede ser!... ¡Cuando pensaba

vengar yo de su sexo las injurias!...

y ¿para qué las quiere?”

–Para Furias.

 

FRANCESCA

(Paráfrasis del Canto V del Inferno de Dante, versos 97-138)

“La tierra en donde vi la luz primera

es vecina del golfo en que suspende

el Po, ya fatigado, su carrera.

Amor, que sin sentir, el alma prende,

a éste prendó del don, que arrebatado

me fué de modo que aun aquí me ofende.

Amor, que obliga a amar, al que es amado,

juntónos a los dos con red tan fuerte

que para siempre ya nos ha ligado.

Amor hiriónos con terrible suerte;

y está Caín de entonces esperando

aquí al perverso que nos dió la muerte”.

Palabras tan dolientes escuchando

incliné sobre el pecho la cabeza,

y –¿en qué –dijo el Poeta– estás pensando?

Y respondí, movido de tristeza:

¡Ay de mí! ¡Cuánto bello pensamiento,

cuánto sueño de amor y de terneza

los condujeron al fatal momento!

Y vuelto a ellos –¡oh, Francesca! –dije,

al corazón me llega tu lamento;

y de tal modo tu dolor me aflige,

que las lágrimas bañan mi semblante.

Pero tu triste voz a mí dirige,

y dime de qué modo, en cuál instante,

cuando tan dulcemente suspirabais,

y en el fondo del alma, vacilante,

tímido aún vuestro deseo guardabais;

¿dime de qué manera inesperada

os reveló el Amor que os adorabais?

Ella me respondió: –¡Desventurada!

¡No hay pena más aguda, más impía,

que recordar la dicha ya pasada

en medio de la bárbara agonía

de un presente dolor... y esa tortura

la conoce muy bien el que te guía.

Mas ya que tu piedad saber procura

el cómo aquel amor rasgó su velo,

llorando te diré mi desventura.

Leíamos con inquietud y grato anhelo

de Lanceloto el libro cierto día,

solos los dos y sin ningún recelo.

Mas en tanto leíamos, sucedía

que dulces las miradas se encontraban

y la color del rostro se perdía.

Un solo punto nos venció. Pintaban

cómo, de la ventura en el exceso,

en los labios amados apagaban

los labios del amante, con un beso,

la dulce risa que a gozar provoca;

y entonces éste, que a mi lado preso

para siempre estará, con ansia loca

hizo en su frenesí lo que leía...

temblando de pasión besó mi boca...

Y no leímos más en aquel día

 

CANCIÓN

(Paráfrasis del L-intermezzo de Heinrich Heine, estrofa XLVI)

¡Que hay en mis versos veneno!...

eso dices... ¿Cómo no

si de veneno llenaste

mi vida y mi corazón?

¡Que hay en mis versos veneno!...

y ¿cómo no haberlo, di,

si en mi alma llevo serpientes

y además te llevo a ti?


Escrito por Redacción


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