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Leopoldo Lugones
Su poesía es vigorosísima, repleta de imágenes y ritmos, opulenta y prolífica.
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Nació en Villa del Río Seco, (provincia de Córdoba), el 13 de junio de 1874 y se suicidó en San Fernando (provincia de Buenos Aires) el 18 de septiembre de 1938. Poeta argentino, una de las máximas figuras del modernismo. Colaborador de la Nación, de Buenos Aires, director de La Montaña, viajó tres veces por Europa y ocupó diversos empleos en su patria, hasta ser presidente del Consejo Nacional de Educación. Premio Nacional de Literatura Argentina en 1926. Director de la Biblioteca Nacional y de la Biblioteca de Maestros. Era un hombre cordial y benévolo, pero severo con los jóvenes. Su prosa es de las mejores en habla castellana. Su poesía es vigorosísima, repleta de imágenes y ritmos, opulenta y prolífica. La aparición de su primer libro de versos, Las montañas de oro (1897), fue saludada jubilosamente por Rubén Darío; siguiéronlo Los crepúsculos del jardín (1905) Lunario Sentimental (1909), Odas seculares (1910), El libro fiel (1912), El libro de los paisajes (1917), Las horas doradas (1922), Romancero (1924), Intermedio (1924), Poemas solariegos (1928), Romances del Río Seco (1938).

El Dorador

Lector. si bien amaste, y con tu poco

de poeta y de loco, descubriste

la razón que hay para volverse loco

de amor y la nobleza de lo triste;

si has aprendido, así, a leer la estrella

en los ojos leales de la Esposa.

y alcanzaste a saber por qué es más bella

la soledad de la tardía rosa;

si una mañana el cielo a tu ventana

la mariposa azul enviarte quiso;

si has mordido hasta el fondo tu manzana,

contento de arriesgarle el Paraíso;

si a un soplo de coraje o de victoria,

sentiste dilatarse en tu quimera

el estremecimiento de la gloria,

como el viento sonoro en la bandera;

si en la conformidad de tu pan bueno,

y en la franqueza de la sal que gusta

tu sencillez cordial, te inunda el seno

un alborozo de salud robusta;

si es tu vino en su espíritu elegante,

el rubí de la generosidad;

y tu agua, en el primor de su diamante,

la perfección de la serenidad;

si afable ríe el fondo de tu saco

la veleidad de la última moneda;

si teje en la hebra azul de tu tabaco

la araña filosófica su seda;

si cumpliendo la ley de tu destino,

así que amengua el frío sus rigores,

floreces como el árbol del camino,

sin saber quién se llevará tus flores;

si dueño de ti mismo en el contraste

y en la ventura, con feliz prudencia

la plenitud de libertad lograste,

exento al par de mando y de obediencia;

Si tu dolor acendra lo que toca,

y en un alto heroísmo lo sublima,

como el águila impone a toda roca

la soberbia tristeza de la cima;

si en sencilla piedad se entrega probo,

con ternura de pan tu corazón;

si sobre la fiereza de tu lobo

manos de suavidad tiende el perdón;

si amas la vida y sabes merecerla,

hasta hermosear tu propia desventura,

tal así como afina el mar la perla

que engendró en la inquietud y en la amargura;

si vas perfeccionándola sincero,

sin preocuparte del postrer fracaso,

cual no arredra al artístico alfarero

saber que un día ha de romperse el vaso;

si va alcanzando en la sabiduría

la paz final tu espíritu seguro,

como anuncia el cercano mediodía

la sombra que se acorta al pie del muro;

si para aminorar la ajena angustia,

inclinarte sabrás hacia el olvido

con la docilidad de la hoja mustia…-

si has admirado y si has aborrecido;

si has llorado también, lo que se debe

llorar con dignidad y fortaleza;

si ha sabido oponer a toda plebe

balaustrada de mármol tu firmeza;

si tu ingenio, a la vez jovial y pronto,

juzga con apacible menosprecio,

en la absoluta convicción al tonto

y en la excesiva rectitud al necio;

si con fácil bondad te contradices,

y amable a todo el que de ti recoje,

tu pizca de mostaza en las narices

no los priva del grano de tu troje;

si consiguió tu vida diferente,

sobre la peña o por el cauce blando,

la flexible unidad de la corriente,

que como va corriendo, va cambiando;

si fiel a la verdad que tu alma aquieta,

en la sombra estrellada de tu abismo,

la posesión de la bondad completa

te revela que dios está en ti mismo;

si serenado de equidad, ya en tu alma

ningún torpe deseo se encapricha;

si el cielo es el espejo de tu calma

no busques más, amigo, eso es la dicha.

Así forma la vida tu tesoro;

que así las penas como los placeres,

en cada hora te dan su gota de oro.

pero el buen dorador tú mismo lo eres.

Como solo al arder rinde el incienso

su plenitud de aroma, vive y ama,

para que en onda de perfume inmenso

te alce al azul la valerosa llama.

Gloria en que todavía será prenda

de fino amor, la cándida ceniza

que a la fragante brasa de tu ofrenda

con apagadas canas tranquiliza.

Dulce es ver la llegada del invierno

que acerca un desenlace sin congojas

en la pureza del azul eterno

y el dorado silencio de las hojas.

Silencio que, recóndito y dorado,

con tu recuerdo llorará después,

la poesía del nido abandonado

en el noble misterio del ciprés.

Feliz con haber sido cuerdo y loco,

sonríe a tus quimeras seductoras,

y en tu huerto invernal reserva un poco

de lento sol para dorar tus horas.

Salmo pluvial

Tormenta

Érase una caverna de agua sombría el cielo;

el trueno, a la distancia, rodaba su peñón;

y una remota brisa de conturbado vuelo,

se acidulaba en tenue frescura de limón.

 

Como caliente polen exhaló el campo seco

un relente de trébol lo que empezó a llover.

Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,

se vio el cardal con vívidos azules florecer.

 

Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;

sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal;

y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,

como un inmenso techo de hierro y de cristal.

 

Lluvia

Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto

que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,

o en pajonales de agua se espesaba revuelto,

descerrajando al paso su pródigo arcabuz.

 

Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,

descolgó del tejado sonoro caracol;

y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,

transparente y dorada bajo un rayo de sol.

 

Calma

Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.

Delicia de los gárrulos raudales en desliz.

Cristalina delicia del trino del jilguero.

Delicia serenísima de la tarde feliz.

 

Plenitud

El cerro azul estaba fragante de romero,

y en los profundos campos silbaba la perdiz.

 


Escrito por Redacción


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