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La selección natural, llave maestra de la evolución (I de III)
En el libro Las piedras falaces de Marrakech, el paleontólogo y biólogo estadounidense Stephen Jay Gould (1941-2002) reúne 23 ensayos de divulgación científica
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En el libro Las piedras falaces de Marrakech, el paleontólogo y biólogo estadounidense Stephen Jay Gould (1941-2002) reúne 23 ensayos de divulgación científica en los que resalta el propósito de robustecer y enriquecer la teoría de la evolución que, obviamente, no circunscribe el ámbito de la especies orgánicas, sino que la visualiza como pieza estructural en el funcionamiento del Universo. El objetivo de Gould consiste en ofrecer una historia sucinta de la teoría evolucionista y para ello invoca a los antecesores más inmediatos de su formulador más conspicuo: Charles Darwin.

El primero en ser citado es Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon (1708-1788), laborioso investigador de especies animales y botánicas en cuyas aplicaciones taxonómicas, reunidas en los 36 volúmenes de su Historia natural, habla de la relación de dependencia de éstas con su entorno natural e incluso sugiere que algunas difieren con sus compañeras debido a la influencia del medio “biogeográfico”. Buffon llegó a afirmar que ciertos mamíferos americanos eran más pequeños que sus similares europeos a causa de que vivían en climas más cálidos, lo que molestó a los naturalistas estadounidenses, entre ellos Thomas Jefferson.

La estafeta del evolucionismo fue tomada entonces por Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829), botánico especializado en gusanos, creador de los términos biología e invertebrado y director del Museo de Historia Natural de París a partir de 1793. Entre 1800 y 1820 Lamarck elaboró dos teorías que pese a su contenido polémico favorecieron al avance del evolucionismo. Una fue sobre la “herencia de caracteres adquiridos” (también conocida como “principio de uso y desuso”), con la que intentó explicar cómo las jirafas alargaron sus cuellos, los topos enceguecieron y algunos peces se hicieron planos; la otra, su teoría de los “factores evolutivos”, propuso la influencia del medio ambiente como principal agente de cambio en las especies. Su hipótesis de que la naturaleza tiene un “plan” lineal o ascendente (volitivo) fue equívoca, pero aportó los primeros nombres del evolucionismo: trasmutacionismo y progresionismo.

En la teoría de la variabilidad de las especies de Lamarck; en el gradualismo geológico de Charles Lyell (1797-1875), con quien intercambió información y conclusiones; en el lamarckismo médico y filosófico de su abuelo Erasmus Darwin  y su maestro Robert Grant en la Universidad de Edimburgo, y en su avasalladora apetencia por “comprender y explicar todo lo que hallaba a su paso”, el joven Charles Darwin (1809-1882) halló el camino a la “selección natural”, es decir, el mecanismo biológico que el medio ambiente –terrenos, climas, alimentos, etc.– propicia a las especies orgánicas para adaptarse, reproducirse y modificarse, sin que en ello influyan su fuerza o habilidad. Esta teoría fue formulada en 1859 en el libro El origen de las especies, con el que Darwin revolucionó la concepción del mundo y de la vida prevaleciente hasta entonces en Europa y América.


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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