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El 18 de junio de 1954, el gobierno de Estados Unidos, en alianza con la oligarquía guatemalteca, puso en marcha una sangrienta operación aérea contra la población inerme; su objetivo era derrocar al gobierno de Juan Jacobo Árbenz Guzmán, sucesor del profesor Juan José Arévalo Bermejo, cuyo gobierno progresista y con amplio respaldo popular había iniciado una serie de reformas favorables a las capas más desprotegidas de la sociedad. Los latifundistas expropiados, entre los que se hallaba la United Fruit Company, hallaron un pueblo desarmado al que el gobierno nunca confió la defensa colectiva de las reformas logradas. Como resultado de la asonada se instauró el gobierno provisional del coronel Carlos Alberto Castillo Armas, ratificado luego en una operación electoral a todas luces fraudulenta. A partir de entonces se desató una feroz represión contra cualquier manifestación de inconformidad, quedando a los intelectuales de izquierda solo dos caminos: el exilio o la muerte. Tras el asesinato de Castillo Armas, su sucesor, José Ramón Ydígoras Fuentes, continuó la misma política expoliadora y proimperialista.
En estas condiciones, una pléyade de escritores hizo de la palabra un arma de combate; y este aliento revolucionario pasó hasta la siguiente generación de poetas. Uno de ellos, que con frecuencia se soslaya en las historias de la literatura de Centroamérica, es Arqueles Morales (Jutiapa, Guatemala, 1940-Cuba, 19 de diciembre de 1988). Periodista, poeta, ensayista, miembro de la llamada Generación Comprometida y amigo entrañable de Otto René Castillo, Roque Dalton y Mario Payeras, enarboló como ellos los ideales libertarios y de justicia. Es heredero del ideario político de la generación anterior, encendida en el fuego rebelde tras el sangriento golpe militar. Hoy compartimos con nuestros amables lectores dos de sus más conocidos poemas. En Lo que ya no es suficiente, el poeta rechaza toda conformidad. Aceptar apenas una porción de amor, dignidad o lucha es colocarse del lado del enemigo. “Todo o nada”, dice Arqueles en este hermoso canto a la consecuencia absoluta del hombre verdadero.
Pedirle una hora benigna a un día es ser inconsecuente
con nuestra propia juventud.
Hay que hacer que el día sea bueno en toda su extensión
o combatirlo con los ojos abiertos.
Exigir un momento de amor para toda la vida
es negar nuestra propia razón. Hay que lograr
que el amor nos impulse
en estos largos caminos en que andamos.
Pedirle piedad al enemigo
es rebajar la estatura de nuestros propios actos.
Quererlo convencer con paciencia y en uso de la lógica
es colocarlo a nuestra propia altura.
Pedir un poco de poder para el proletariado
es traicionar a Marx.
Con medio salario no gana nadie la tranquilidad
y sí se puede aupar a los medrosos.
Cuando Lenin decía: “¡Todo el poder a los Soviets!”
no sugería “un poco de poder a los Soviets”.
Las batallas se dan en su momento o se concilia.
En la juventud, en el amor, en la dignidad
y en la lucha de clases.
El segundo poema, titulado Algunas preguntas necesarias, afirma la inmortalidad de los héroes del pueblo caídos en la lucha y está dedicado a Salvador Cayetano Carpio, el legendario Comandante Marcial, dirigente comunista salvadoreño fundador de las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martíˮ y del FMLN.
“¿Y quién carajo dice
que Marcial está muerto?”.
Dijo Ambrosio en la asamblea popular
celebrada en Chalatenango.
Y añadió:
“¿Acaso se muere el viento
sobre los árboles,
el mismo viento que se despeina a los hombres
y que trae noticias de los pájaros?
¿Puede morir así nomás
el agua que baja de la montaña
clarita y eternamente fresca?
¿Quién puede asegurar que un día se
termine la luz de las mañanas
y el titilar de las estrellas en la noche?
¿Acaso el maíz dejará de crecer
todos los años
y su pequeña luna, la tortilla
pasará a la historia?
¿Cómo podría acabarse el verde de las hojas,
las flores silvestres
que adornan la soledad de las montañas,
las ceibas, los amates,
los frutos de la tierra?
¿Por qué el mar dejaría de venir a las costas
y la lluvia pasaría
a ser solo un recuerdo?
¿Qué acaso el fuego de los fierros
no hace posible a veces
que amanezca más temprano
entre los estampidos de la guerra del pueblo?
¿Quién carajo pretende
que Marcial está muerto?
Sería como decir
que se murió la vida para siempre,
que es solo orfandad lo que nos queda.
Allí está Marcial, compañeros,
¿qué no lo ven atrás, entre los niños,
escuchando las cosas que decimos,
aprendiendo como siempre entre nosotros,
dirigiendo la furia, reuniéndola
como un fusil inmenso que escribirá la historia?
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.