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Los recortes presupuestales aplicados por la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al gasto público destinado al arte y a la cultura (este sector tiene asignado solo el 0.21 por ciento del Presupuesto de Egresos de la Federación de 2021) confirma tanto su empeño por marginar al Estado de su papel como procurador de la justicia social, como el de negar a los marginados del país la posibilidad de acceder a un mayor nivel cultural. Adriana Malvido rescata esta valiosísima cita de Víctor Hugo en 1848:
“Las reducciones presupuestales a las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversas. Son insignificantes desde el punto de vista financiero y nocivas desde todos los demás puntos de vista (...) [es] más necesario duplicar los fondos destinados a los saberes (…), habría que multiplicar todos esos espacios para que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas las que lo pierdenˮ.
En efecto, la actitud de nuestro mandatario y “predicador” no es consistente en sus acciones por esclarecer la conciencia –en el sentido amplio de la palabra– de los trabajadores, quienes son víctimas de una doble miseria: la material y la espiritual. Parece que sus imprecisiones a la hora de hablar tienen el propósito de confundir, no de aclarar; y de evadir, no de enseñar. Dicho en otras palabras, al no explicar con la profundidad suficiente la situación política, busca conducir (manipular) y no convertir a la gente en partícipe efectiva de las decisiones en el país. De este modo repite las malas costumbres de la ramplona politiquería: el poder político expolia a los más pobres y se convierte, de facto, en un ente que lejos de ayudarlos, los hunde aun más en la miseria, como lo ha evidenciado el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval): los programas sociales de AMLO no detienen el aumento de la pobreza; ahora hay nueve millones más en esta situación. Para una auténtica democracia, las mayorías deben participar en política de forma permanente y, para hacerlo con éxito, deben formarse una idea clara sobre cuáles son sus intereses en esta materia.
¿Cuál es la relación de la política con el arte y la cultura? Se halla, antes que todo, en que las expresiones artísticas (incluidas las del folklor, desde luego) estimulan la inteligencia y la imaginación. Diego Rivera argüía: “El arte lo mismo concierne al fenómeno de nutrición que al de la imaginación”. Y sostenía: “La obra de arte es un agente capaz de producir determinados fenómenos fisiológicos perfectamente precisos, o sea, secreciones glandulares que proporcionan al organismo humano elementos tan necesarios para la vida humana como los alimentos”.
El disfrute pero, sobre todo, el ejercicio artístico amplía las miras de la vida; el arte es imaginar, o sea, mirar más allá de lo evidente. Según Gastón Bachelard, imaginar significa “ir más allá de las primeras imágenes”. Tal vez porque las primeras imágenes nos abren un mundo, pero, a la vez, nos lo cierran. Alguien expresó que lo esencial es invisible a los ojos.
¿Qué perdemos si dejamos de estimular la imaginación artística? Somos incapaces de generar empatía. El descubrimiento de las “neuronas espejo” en 1996, en la Universidad de Parma, Italia, por el científico Giakomo Rizzolatti, lo asegura. Descubrimos que el cerebro es capaz de “experimentar” la misma sensación que mira en otro. Dice el divulgador científico José Gordon: “El arte por excelencia estimula las neuronas espejo”; el arte expresa reacciones humanas profundas: soledad, amor, melancolía, desesperanza, amistad, regocijo… de otros. Vivirlas es humanizarnos aún más; no hacerlo es convertirnos en zombis: metáfora de quien no tiene neuronas espejo, el que va por la vida como una cosa no asimilada de su entorno, solitario, mezquino, casi inerte. Humanizarnos es hermanarnos; las dolencias del mundo agreden a millones, pero esos millones lastimosamente son incapaces de acuerparse para hallar una solución, a menos que la violencia del hecho mismo, como un sismo, los obligue”.
En suma: el arte difundido ampliamente generaría un ejercicio mental que colocaría a las masas en altas posibilidades de comprender mejor su entorno, su posición en la sociedad y obtener una perspectiva más amplia; porque, al final de cuentas, el arte no es más que el remanso donde la humanidad ha colocado su mayor inteligencia y sensibilidad a lo largo de la historia. Como advirtió Arturo Ripstein: “la cultura, en su sentido más estricto y riguroso, es la única opción que tenemos para enfrentar la barbarieˮ.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista