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El 10 de mayo es una de las fechas más sensibles de la población mexicana. No es para menos, pues se agradece y enaltece el amor de las madres hacia los hijos y, en cada “rinconcito” de la patria, éstos, en al menos ese día, se sienten conmovidos y les prestan la atención que quizás les niegan el resto del año. La madre perdona todo; y se sabe que hasta el más torvo criminal, a la hora de la muerte, se encomienda a su madre. He escuchado a personas muy ancianas y abandonadas que, con la mente ya perdida en el tiempo y la voz entrecortada, casi imperceptible y nostálgica expresan: ¡Yo no estaría así si mi madre viviera! No puedo olvidar una escena cuando, al enterarse de que su hijo había sido atropellado, la madre salió corriendo como si sus pies tuvieran alas para llegar a tiempo a recoger el último aliento del hijo amado. Nada debe ser tan triste en el mundo que el dolor que siente una madre al ver morir a un hijo; por ello nada puede equipararse al amor maternal; y poetas, compositores de canciones y creadores de todas las artes dedican, a tan noble ser, loas y obras plásticas.
En el mundo actual, atribulado por el egoísmo imperante del sistema económico de libre mercado, donde el dinero enseñorea las cuestiones materiales y espirituales del hombre, el amor de la madre permanece como la luz en un camino que se ha tornado gris y desolado. El mundo estaba mal, pero la llegada del Covid-19 lo ha hecho más desigual, más injusto y más cruel para las masas trabajadoras. En los hogares de México se percibe desolación y muerte. El virus ha cobrado una factura cara, y sus efectos son más dañinos conforme se desciende en la escala social. En un país donde el 80 por ciento de las familias tiene algún tipo de carencia, éstas han crecido y se han acentuado, pues algunos de sus integrantes se han quedado sin empleo. Es en éstas es donde precisamente las madres están sufriendo las más penosas carencias. Unas porque son amas de casa; otras porque, aparte de las tareas del hogar, deben salir a trabajar para completar el gasto familiar. Los productos de la canasta básica se han elevado 30 por ciento en promedio, y no puede ser adquirida porque más del 40 por ciento de sus responsables económicos perdieron sus trabajos. Si por un momento los grandes empresarios y políticos que han vivido del pueblo se asomaran a la ventana de la vida cotidiana de estas viviendas, verían el daño irreversible que han causado. Los servicios más elementales para llevar una vida sana están ausentes, ya que la precariedad y la miseria se perciben por doquier. No ha sido el Covid-19 el causante de este daño, sino la avaricia de los privilegiados en el modelo económico, sumada a un gobierno que deja morir a sus ciudadanos. A más de un año de surgida la pandemia, la desgracia asuela a todos los hogares humildes y la madre, cual hermosa ave, redobla sus esfuerzos para mantener abrigados y alimentados a “sus polluelos”, pensando tal vez que, después de esta horrible tormenta, vendrá la calma. Pero no llega: Los analistas afirman que tardaremos más de una década para volver a “los malos tiempos anteriores”; pero en el caso de México, todo puede ser peor, si seguimos con gobiernos improvisados como el actual.
Vienen tiempos amargos y, por ello, las madres deben prepararse con sus hijos para dejar atrás actitudes pasivas y sufrientes. Se necesitan madres fuertes con hijos valientes y aguerridos que se atrevan a tomar las riendas del país en sus manos. No hay otro camino si queremos que las cosas mejoren. Porque cuando las madres se deciden a la lucha, hay pruebas fehacientes de que han logrado levantar a toda una nación. Porque no hay hombre que se resista al llamado de su madre.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA