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El Conde-Duque Olivares, de Gregorio Marañón (I de II)
El retrato del Conde-Duque Olivares contiene rasgos que suelen ser comunes en cualquier dictador de la historia universal: afectuoso y generoso con sus conocidos, pero muy distante, frío y agresivo con extraños y rivales políticos.
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El prestigiado escritor y médico español exhibe, en esta biografía, su reconocida acuciosidad en la investigación histórica, y también sus amplios conocimientos médicos especializados en endocrinología y psicología moderna (freudiana), porque diagnostica la vocación de poder autoritario de Gaspar de Guzmán y Pimentel, Ribera y Velasco, y de Tovar (1587-1645), el afamado primer ministro (“valido”) de Felipe IV. El retrato del Conde-Duque Olivares contiene rasgos que suelen ser comunes –lo afirma el propio Marañón– en cualquier dictador de la historia universal: fue afectuoso y generoso con su pareja, familia, colaboradores y amigos; pero muy distante, frío y agresivo con las personas extrañas y sus rivales políticos: el grupo de nobles de más alta jerarquía socioeconómica.

Guzmán y Pimentel, como ocurrió con Napoleón I de Francia, tuvo una gran “capacidad” para atraerse el odio de las mujeres de su entorno inmediato, fenómeno quizás debido a que fue visto “demasiado atado” a su consorte. Las “odiadoras” del primer ministro español –entre ellas la reina Isabel de Borbón, en el papel de lideresa– contribuyeron activamente a su caída en 1643. En contraste con otros dictadores, el valido de Felipe IV atendía hasta al último de los indigentes, pero despreciaba a los “grandes de España” porque su padre Enrique de Guzmán, exembajador en Roma, había muerto resentido por no haber conseguido ese título. Marañón lo describe como un católico muy devoto, supersticioso, afecto a hechicerías, acusado de hereje y judaizante.

Gaspar de Guzmán tuvo como gran rival externo a Armand Jean de Plessis (1585-1642), el cardenal Richelieu, el famoso primer ministro de Luis XIII de Francia, y entre sus contemporáneos españoles más conocidos figuraron los autores de teatro Lope de Vega y Francisco Calderón de la Barca; los poetas Luis de Góngora y Francisco de Quevedo (a quien encarceló) y los pintores Diego Velázquez, El Greco (Doménikos Theotokópoulos) y Pedro Pablo Rubens (holandés). Las permanentes campañas políticas en su contra lo convirtieron en un involuntario personaje mediático –obviamente, como dictador– a través de las “redes sociales” de esa época: los rumores, chismes, epigramas, libelos y pasquines. Gobernó España entre 1621 y 1643. El libro de Marañón incluye este diagnóstico de los dictadores europeos del Siglo XVII y principios del XX:

“Desde el punto de vista morfológico, los hombres poseídos de la pasión por mandar se dividen en dos grandes grupos: el fuerte, ancho, rechoncho, con tendencia a la obesidad, que en el terminología moderna se denomina pícnico; y el  enjuto, aguileño, delgado o, según esa terminología, asténico… el primero propende al humor con alternativas, ya de exaltación hipomaniaca y de optimista sensualidad, ya de depresión y melancolía; en suma, lo que llaman los psiquiatras el temperamento cicloide o ciclotímico. El asténico, en cambio, suele poseer un espíritu rígido, reconcentrado, de gran vida interior. En suma, lo que los psiquiatras denominan temperamento esquizoide o esquizofrénico”.


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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