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El mundo está conmocionado por el arresto de Julian Assange. El fundador de WikiLeaks, perseguido por la justicia estadounidense que lo acusa de la comisión de “delitos informáticos”, ingresó a la embajada de Ecuador en Londres en 2012 para pedir asilo diplomático al país sudamericano. Pasaron siete años para que el activista cibernético saliera de ese edificio cargado por la policía de Londres, que lo subió a una furgoneta y lo trasladó inmediatamente a un juzgado.
Assange tenía cuentas pendientes con la justicia del Reino Unido, pues el australiano había violado su libertad condicional al solicitar asilo a la embajada ecuatoriana. Tras siete años de brindarle protección, finalmente la presa fue entregada a la jauría. ¿Por qué? Lenín Moreno, presidente de Ecuador desde 2017, le ha dado a su país un rumbo no solo distinto, sino completamente opuesto al que tuvo con Rafael Correa.
La administración de Correa, que se extendió de 2007 a 2017, se caracterizó por un fuerte antiimperialismo. En sintonía con los vientos bolivarianos impulsados por Chávez en la región, Correa se negó a ceder ante la dominación estadounidense en todos los terrenos: erigió en Ecuador la sede de la Unión de Naciones de Suramérica (Unasur), el bloque de países sudamericanos que pretendía sumar fuerzas para oponerse al poderío estadounidense; se negó a pedir préstamos al Fondo Monetario Internacional (FMI) para no verse obligado a seguir las políticas neoliberales que ese organismo financiero impone; y protegió a Julian Assange cuando la superpotencia yanqui quería castigarlo ejemplarmente por haber difundido varios de los miles de crímenes cometidos por el gobierno estadounidense.
Sobre una línea totalmente contraria, Moreno se esfuerza por deshacer lo que Ecuador ganó en una década: Lenín sacó a su país de la Unasur –incluso le quitó el edificio que servía de sede en Quito– y lo unió al recién creado Foro para el Progreso y el Desarrollo de América del Sur (Prosur), organismo proimperialista encabezado por Iván Duque y Sebastián Piñera; después de varios años de crecimiento económico sin recurrir a los préstamos del FMI, finalmente Lenín aceptó implementar reformas económicas neoliberales a cambio de cuatro mil 200 millones de dólares; y, por último, el gobierno de Moreno decidió entregar a Assange como una ofrenda para ganarse el favor del gobierno de Estados Unidos. La gota que colmó el vaso fue la filtración que hizo WikiLeaks sobre los INA Papers, en los que se involucra el presidente ecuatoriano en un caso de corrupción. Sin embargo, el motivo para entregar a Assange pudo haber sido cualquier otro: era cuestión de tiempo para que, también en este rubro, Moreno deshiciera lo que Correa había hecho.
En el interior de Ecuador, con apenas dos años de gobierno, la imagen de Lenín Moreno se encuentra ya muy desgastada. Una encuesta realizada en marzo de este año por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica reveló que el 56 por ciento de los ecuatorianos tiene una imagen negativa de su presidente, cifra superior al 44 por ciento registrado en noviembre de 2018. La falta de crecimiento económico, la evidente subordinación de su país a los intereses estadounidenses y la falta de resultados tangibles, llevó a que Alianza País, el partido de Moreno, perdiera posiciones en las elecciones seccionales efectuadas el mes pasado. La gestión de Lenín es, en resumen, desastrosa.
La entrega de Assange es, en el fondo, una ofrenda que le hace Moreno al imperialismo estadounidense. Con el periodista australiano, el presidente ecuatoriano entrega a un símbolo del periodismo crítico y a un símbolo de la resistencia contra los atropellos de los poderosos del mundo. Es muy probable que Assange pase sus últimos días encerrado en una prisión estadounidense; pero todo esto no le importa al inquilino del Palacio de Carondelet: él solo quiere deshacer lo que hizo Correa y alinear a Ecuador en la nueva configuración ideológica de América Latina.
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Escrito por Carlos Ehécatl
Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.