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En La isla ofendida (1965), el poeta, ensayista y diplomático dominicano Manuel del Cabral (1907-1999) levanta la voz en defensa de la Revolución Cubana. Es una de las figuras más importantes de la literatura moderna en su país, pilar de la poesía negrista latinoamericana y reconocido por Gabriela Mistral como uno de los cuatro grandes poetas de América (junto a Pablo Neruda, Vicente Huidobro y César Vallejo); su rotunda voz se levanta para denunciar la pobreza y las injusticias que soporta su pueblo, sojuzgado por caciques locales al servicio del imperialismo norteamericano.
Una carta para Whitman forma parte del poemario antes citado; en imaginaria charla con el gran poeta norteamericano, Del Cabral le cuenta la expoliación, las masacres, el saqueo, la miseria, el racismo, la represión y la doble moral del neocolonialismo yanqui; cómo pregonan libertad y democracia los mismos que amasan fortunas de las que rezuma sangre, hombres nacidos en el mismo suelo que el autor de Canto a mí mismo pero que nada tienen que ver con él.
Viejo Whitman,
ya sé que todavía no lo sabes... pero lo irás sabiendo
con los muertos que van como raíces
creciendo para abajo
hacia el ilustre nido de tus barbas que ahora
no descansan con águilas profundas...
Ellos te contarán que desde tu país
nos enviaron fusiles comerciantes,
fusiles con negocios de difuntos,
fusiles que vinieron
a cambiar por cadáveres, bananas,
a cotizar con balas los ingenios;
fusiles que vinieron
a ponerle zapatos al orgullo descalzo,
fusiles que vinieron
a meter sin permiso en unas botas
todo el aire del pueblo.
Viejo Whitman, como yo sé que estás despierto,
voy a hablarte estas cosas por teléfono...
Hoy, prohibieron que en el cine
los muchachos de América vean en la pantalla
mi pequeño país
socio de otros países grandulones,
porque todos, casi todos,
diecinueve mellizos y un Gigante,
lo dejaron pudrirse, lo dejaron
perfectamente solo, trágicamente solo.
Los parientes
tienen aún el mismo, el viejo miedo,
el pequeñito miedo
a perder tres centavos de repunte en Manhattan,
el miedo a que les niegue su limosna el Gigante.
Viejo Whitman, ya Simón nos lo dijo: «todos...
tenemos que juntarnos». Porque los que gobiernan
tienen negocios que no tienen patria...
Se quitan de los dedos la honradez
como si se quitaran un anillo de cobre...
Ya ves, Libertador, Whitman del fuego...
Éstos no son... no son los tuyos,
los que venden tu espada por lo que pesa el hierro.
Los que lustran tus botas con saliva adulona.
Los que dicen:
hoy mi mano está triste, no ha robado...
Ya ves, limpio soldado,
lo demás es lo tuyo... la América dormida...
Donde no se negocia con las alas de Whitman.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.