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Jomi García Ascot
Fue uno de los fundadores del Grupo Nuevo Cine, en 1961
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JOMI GARCÍA ASCOT. Nació en Túnez el 24 de marzo de 1927. En 1939, a los 12 años, llegó a México, junto a toda su familia, debido al exilio de su padre en la Guerra Civil Española. Estudió filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde más tarde ejerció como profesor. Fundó y dirigió la revista Presencia (1948), y las revistas cinematográficas Cine Verdad, TeleRevista y Cámara. Colaboró con muchas publicaciones culturales nacionales y extranjeras como La Gaceta del FCE, México en la Cultura, Presencia, Prometeus, Revista de la Universidad de México, etc. En su carrera cinematográfica destaca su película En el balcón vacío (1961) que obtuvo los premios de la Crítica Internacional en el Festival de Locarno (1962) y el Jano de Oro en la Reseña del Cine Latinoamericano en Sestri Levante (1963). Fue uno de los fundadores del Grupo Nuevo Cine, en 1961, del Cine Club Universitario y director del Cine Club del Instituto Francés de América Latina. Como poeta publicó Un otoño en el aire, Estar aquí, Poemas de amor perdido y encontrado y su Antología Personal. En 1984 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por toda su obra. Murió en la Ciudad de México el 14 de agosto de 1986. 

España

Esta tarde que muere

es también vuestra tarde.

Bajo el cielo fugitivo

es también vuestra voz el canto de estas nubes

que llenan mi pecho y huyen

y el canto de estas nubes es España.

España caliente manantial trenzado con el viento,

el peso de mi sangre,

memoria del olvido.

Bajo la fresca luz empañada de mentas

¡qué noche abre sus dedos por el aire!

España, sombra, España

garganta en que me nacen las palabras

humo del llanto, España,

nudo del pecho

largo muro de cal del horizonte

fugitivo nivel de la mirada

caliente pan del sueño

España, nudo, España

el hueco de mi boca

nombres del aire.

Lejana España, España

donde yacen las olas de mis horas

donde termina el arco

de mi cielo

donde brota el pulsar que hoy cruza el aire

empañado de mentas

donde nació esta tarde que aquí muere,

pálida y alta,

donde habita el dolor

y éste mi pecho.

Un modo de decir 

Escribir poesía es hablar de huecos y presencias, 

de cosas que suceden 

y de cierto color que da la vida 

al cuerpo de la mañana o la madera. 

Escribir poesía es un modo de decir 

como ha pasado el tiempo por nosotros 

y cual su sedimento de rumores 

en ese olvido oscuro que llevamos por dentro 

y donde despertamos cada noche 

y escuchamos los trenes que se alejan. 

 

Escribir poesía es haber visto, desde la cima de la infancia, 

la esperanza que nos amanecía 

y haber sentido ese sordo dolor entre los huesos 

de que el amor es cosa que se pierde. 

Y es muchas cosas más, tejidas en el tiempo, 

tardes de lluvia o sol a bofetadas, 

salas de espera y dunas y amores y hospitales, 

cuerpos del ser, memoria de los vientos. 

Escribir poesía es silencio y palabras, 

un modo de decir que estamos existiendo 

y que esperamos a que empiece la vida, 

y que se nos acaba. 

Todo comienza

Todo comienza porque faltan palabras

porque hay demasiada vida

y no basta vivirla

porque hay demasiado mundo

y no basta estar en él como un árbol

que se estremece al más ligero soplo

ahogado de silencio y de memoria.

Todo comienza porque un niño

me canta por adentro una mañana

y miraba y miraba las luces que corrían

desde un tren.

Todo comienza desde un amor lejano

desde un amor sin nombre

por tantas tantas calles de este mundo

vieja canción de andar por ahí, andando,

y el futuro sonando en los bolsillos.

Todo comienza por algo que será recuerdo

y aún no sabemos

por algo que es recuerdo y lo olvidamos

por algo que es recuerdo

y se nos vuelve tiempo

y vida presurosa entre las manos.

Todo comienza donde empieza el humo

como el olor del campo

que perdimos.

Cielo de mi ciudad, devuélveme la vida

que no puede volver,

dame otra vez el aire de tus tardes

si no puedes en pan, en la palabra...

POEMA del exilio

Hemos venido aquí, desde muy niños,

a esperar, y a vivir.

Llevamos en las manos muchos años

y el otoño en lejanos comedores

vastos de sobremesa y de presagios.

Llevamos en las manos luces amarillentas,

deberes escolares,

gestos que conocimos

como iglesias de pueblo,

y en jardines que el invierno alargaba

los pequeños amigos desterrados.

Llevamos trenes, viajes, estaciones de noche,

el olor del hollín y vidrios empañados

y nuestros padres, que eran ya tan mayores

y murieron tan jóvenes aquí.

Hemos venido así, desde muy lejos,

desde las navidades, las vísperas de todo,

y llevamos lo lejos en el sabor de lápiz

de la boca.

Hemos venido aquí y hemos visto en el cielo

cómo suben las cosas por la luz,

este mundo que crece, los océanos.

Hemos subido aquí, sobre esta costa

que se abre en el azul,

los vientos grandes, los caballos del tiempo

que cruzan la mañana.

El destierro es lo inmenso, la llanura

donde rebota el Sol, esta distancia

entre el pecho y el aire.

Y hoy miramos de aquí nuestra casa perdida

nuestra Europa lejana. Miramos por encima

como el balcón, como la nube blanca.

Ya es ancha nuestra vida,

ya cabe en la mirada

con el parque lejano, las manzanas.

Recuerdos

Hay en alguna parte

un cuarto terrible, como sala de espera,

como vestíbulo de hotel,

como alta bóveda de una estación

a la hora de salida de los trenes,

un cuarto terrible y desolado

donde suenan a un tiempo en todos los idiomas

las voces de urgencia

en relámpagos altos, sin sentido.

Perdido allí, como un niño extranjero

que sus padres dejaron para arreglar papeles y derechos

yo he mirado por años el tumulto

y los trenes partir –quizás con ellos–

y el rumor de pisadas y todo ese misterio

de la fiebre del aire, lejanos altavoces,

los ruidos del metal y de la noche.

He esperado por años el regreso

del rostro familiar, de la mano caliente

que diga por aquí, ya estamos juntos,

una ciudad espera

donde una habitación

me devuelva la tierra.


Escrito por Redacción


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