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¡Cuba sí, yanquis no!
Gustavo Valcárcel pertenece a la Generación del 50 y a los Poetas del Pueblo. Perseguido por la dictadura de Manuel Odrías, en 1951 se exilió en México, donde cultivó la amistad de grandes artistas, intelectuales y revolucionarios.
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Aceptar, con ciertos críticos, que lo mejor de la obra poética del peruano Gustavo Valcárcel, perteneciente a la Generación del 50 y a los Poetas del Pueblo, se halla en sus primeros años, en Confín del tiempo y de la rosa (1948), claramente influenciado por la corriente de la “poesía pura”, es caer en el juego de quienes pretenden invisibilizar la importancia de su pluma antiimperialista, comprometida con los pueblos oprimidos; es dar la razón a quienes se han encargado de que en su propio país y en todo el mundo se conozca tan poco la belleza, profundidad y valor político de sus poemas; porque la discusión en torno a si la poesía debe ser un fin en sí misma o un arma en manos libertarias no ha terminado.

Perseguido por la dictadura de Manuel Odrías, en 1951 se exilió en México, donde cultivó la amistad de grandes artistas, intelectuales y revolucionarios como David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y León Felipe; relacionándose también con grandes figuras históricas como Fidel Castro y El Ché Guevara, poco antes de que irrumpieran en la historia a bordo del Granma.

Los títulos de su extensa producción poética bastan para entender que su obra no puede contenerse en los límites de su país; a esta universalidad hay que sumar una firme decisión de poner su pluma al servicio del más alto ideal. Además de su desgarradora novela La Prisión (1951), escribió Perú: mural de un pueblo-apuntes marxistas sobre el Perú pre-hispánico y numerosos libros de poesía: Poemas del destierro (1956); Cantos del amor terrestre (1957); El amanecer latente, Poesía revolucionaria y 5 Poemas sin fin (1959); Sus mejores poemas (1960); Cuba sí, yanquis no (1961); Pido la palabra (1965); Poesía extremista (1967); Pentagrama de Chile antifascista (1975); Reflejos bajo el agua del sol pálido que alumbra a los muertos (1980); y obras de un gran valor político como Reportaje al futuro en dos volúmenes; Breve historia de la Revolución Bolchevique y Medio siglo de revolución invencible.

En la poesía de Gustavo Valcárcel, el pensamiento político no está reñido con la belleza y la perfección, como puede constatarse en el siguiente soneto, titulado Canto a Fidel, de innegable perfección quevediana.

 

Esta isla de Cuba donde quiero

un instante inmortal ver mi alegría,

es la patria que Castro combatía,

el cielo es de sus barbas de lucero.

Aquí abrazo a Fidel de cuerpo entero,

su estatura ha llegado sobre el día,

desde el pueblo hasta el pueblo que lo guía

por el puente del hombre venidero.

Cuba luce a la par que Castro existe

y hay entre ambos un tono tan profundo

que hasta el eco es historia que resiste.

Nuestras vidas le dan un sí rotundo

y él se enfrenta a lo oscuro y a lo triste

con su altura de pueblo en pie del mundo.

 

De regreso del exilio mexicano, se incorporó al Partido Comunista Peruano y desarrolló una intensa labor de prensa revolucionaria, convirtiéndose en corresponsal de la agencia soviética Novosti. En 1963 viajó a Cuba, donde conversó durante cinco horas con Fidel; de este reencuentro nacerá Cuba sí, yanquis no, que incluye el poema Salud, Pueblo de Cuba, donde expresa su admiración por la obra de la primera Revolución Socialista en América, ejemplo para todos los pueblos del mundo.

 

Adiós, pueblo de Cuba, me regreso

al Perú, que es la lágrima más diáfana de América.

Me esperan un amor y mil combates,

donde tu estrella ha de pesar,

de un frente a otra frente,

dando luces, a gritos, en la sombra.

Debo acabar este viaje en torno a tu alma,

que mi pueblo recita de memoria,

pero no habrá pañuelos de triste despedida,

ni lagrimas ni adioses.

Sencillamente he de subir hasta tus pechos

a devolver el laurel que tú sembraste;

solamente te diré: ¡salud!

a la hora que parta a la América del llanto.

¿Qué anhelas que pregone en los Mares del Sur,

en los Andes que despiertan a sangre y culatazos?

Está bien, diré muy alto donde quieras

que la caña es más dulce sin la cuota,

que el guajiro solar se abraza a lo que es suyo,

que un solo pulso de héroe trabaja en todas partes,

que el niño es porvenir ya caminando,

que la Revolución limita con Cuba en todo el mapa

y que no podrán contigo

ni diez flotas ni cien mil “americanos”.

Salud, pueblo inmortal, acéptame estos versos,

abrázame a Fidel, despídeme de todos.

Y, ahora, ¡al sur!, a aguantar los culatazos,

a luchar por lo tuyo, hasta las uñas,

a pelear por lo nuestro, hasta los dientes.

Salud, pueblo de Cuba,

tu libro de amor ha terminado.


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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