Cargando, por favor espere...
Al ver la actual producción fílmica de los países de Occidente considerados como potencias económicas, puede apreciarse que el cine es un poderoso instrumento de embestida ideológica que, al igual que los usados desde hace siglos por las oligarquías, tiene como finalidad mantener en la esclavitud mental a los pueblos del mundo. Esta esclavitud le es necesaria para seguir esquilmando la fuerza de trabajo de miles de millones de seres humanos; para seguir saqueando recursos naturales de otras regiones del mundo; para seguir amasando fabulosas riquezas y perpetuar un orden social basado en la plusvalía, que es la forma más brutal de mantener el parasitismo social más acendrado que ha conocido la humanidad.
Sin embargo, aunque las clases explotadoras utilizan poderosos mecanismos de manipulación y control mental e ideológico, las contradicciones económicas y sociales afloran en el arte, la ciencia y otras expresiones de la conciencia. Por eso, a contrapelo de las maquinaciones de las clases plutocráticas por mantener a las clases oprimidas bajo su férula, lo puntos de vista de los desheredados surgen de forma inevitable. Por ello en el cine de las potencias occidentales se han hecho notables contribuciones a la crítica del orden social mediante la exhibición de injusticias, atropellos e irracionales saqueos de la naturaleza en perjuicio de la humanidad por cuenta de directores como Oliver Stone, Stanley Kubrick, Ken Loach, Bernardo Bertolucci, Milos Forman, Pier Paolo Pasolini, Costa Gavras (sin dejar de lado a los grandes maestros del neorrealismo Italiano como Vittorio De Sica, Roberto Rossellini, Luchino Visconti y otros).
En medio del torrente de aire viciado de las cintas de superhéroes, muertos vivientes, insulsas comedias románticas, dramas que inducen al conformismo social, etc., apareció como una bocanada de aire fresco la cinta británica Prodigio (2022), del realizador chileno Sebastián Lelio, en la que se cuenta la historia de una niña que vive en la Irlanda de la década de los años 60 del Siglo XIX: Anna O’Donell (Kila Lord Cassidy), una niña de 11 años, que, gracias a su devoción lleva, aparentemente, cuatro meses sin probar ningún alimento. Para estudiar el caso, las autoridades sanitarias, eclesiásticas y administrativas contratan a la enfermera inglesa Lib (Florence Pugh), quien se turnará con una monja para observar a Anna.
Mientras el representante de la iglesia sostiene que Anna es la comprobación de un milagro, el médico que tiene a su cargo la observación afirma que en Anna hay un fenómeno físico (pueril o ingenua explicación pues afirma que la energía solar se transmuta en Anna y la mantiene con vida sin necesidad de alimentos). Pero Lib no se deja convencer por el fanatismo religioso ni por las opiniones del representante de la “ciencia oficial” y llega a descubrir el secreto por el que Anna logra sobrevivir sin alimento. Anna recibe alimento de su madre cuando ésta la besa (“maná del cielo”, dice la madre de Anna). Éste es un truco, porque detrás de esa forma de expiación se oculta una terrible verdad: el hermano mayor de Anna abusó de ella antes de morir.
Con la ayuda de William, un reportero que ha sido asignado por un periódico para informar sobre el caso, Lib provoca un incendio en donde vivía la niña para hacer creer que allí no solo murió, sino que además no quedaron ni sus restos. Lib, William y Anna terminan por embarcarse rumbo a Australia. Prodigio es un alegato contra el fanatismo religioso, contra la manipulación y los designios de los poderosos que gobiernan apoyados en las supercherías y fantasías con las que enajenan mental e ideológicamente a quienes se dejan. Prodigio tiene una fotografía excelente que recuerda a Tess, de Roman Polanski.
Oaxaca de Juárez, dos años sin relleno sanitario
Rusia lanza misil balístico sin carga nuclear contra Ucrania
Denuncia Coordinadora Territorial del Pueblo de Mixquic acoso y violencia política
Continúa cerrada circulación de autopista México-Querétaro por accidente
Teatro en SLP, un aventón en La Carreta de Tespis
Escrito por Cousteau
COLUMNISTA