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El Presidente de la República ha llamado conservadores, cuando no adversarios, corruptos o partidarios del neoliberalismo, a todos los críticos de su gobierno, sus proyectos o a cualquiera que disienta de su política; hoy le toca a él ser criticado por aplicar una política centralista en la distribución de la hacienda pública entre las distintas entidades federativas de la República Mexicana.
Los conservadores juegan en la historia de nuestro país el papel más negativo; fueron siempre los partidarios del centralismo, de la dictadura, instauraron más de una vez un imperio en México; fueron siempre contrarios a las causas populares, a la democracia, a las ideas progresistas y aliados de las fuerzas más retrógradas de la sociedad. Calificar de centralista a un político es definirlo como conservador. Una de las más importantes causas o factores de la separación de 10 miembros de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) es el centralismo que atribuyen al gobierno de López Obrador, a quien acusan de efectuar una distribución irracional del presupuesto entre las 32 entidades federativas a las que toca solamente el 20 por ciento de la riqueza hacendaria frente al 80 por ciento que retiene el Gobierno Federal.
Los 10 gobernadores que han abandonado la Conago atribuyen su salida a la ineptitud del gobierno de la “Cuarta Transformación” así como al desprecio del Presidente a sus propuestas para enfrentar racionalmente la crisis económica y sanitaria que ha causado tantos estragos en la población, sobre todo en las clases mayoritarias, víctimas del desempleo, la falta de bienes indispensables, el contagio y las muertes por la pandemia de Covid-19. Los gobernadores inconformes señalan que han propuesto una distribución más racional de los recursos presupuestales para afrontar la crítica situación pero que sus opiniones solo han recibido el desdén presidencial; como resultado de ello, ahora deciden conformar una nueva agrupación de mandatarios, la Alianza Federalista.
Nuestra historia ha demostrado las ventajas del federalismo sobre el centralismo; la superioridad de varios estados, unidos en un todo, para solidarizarse frente al desastre, la agresión o la amenaza de un extraño a cualquiera de sus partes.
Es obvio que una distribución de los ingresos hacendarios no puede ser un simple reparto igualitario entre un determinado número de integrantes, desiguales en múltiples aspectos como población, riquezas naturales y otras características geográficas; y tampoco puede basarse en lo que aporta cada entidad federativa al gobierno central. Una distribución racional del presupuesto debe tomar en cuenta las necesidades de cada estado y debe encargarse de ella un gobierno electo por todos; en esto reside la superioridad del federalismo. El gobierno central (no centralista) tiene que ser el que maneje y distribuya, de la manera más racional, la riqueza del país.
La creación de un nuevo organismo de gobernadores, minoritario pero no despreciable, no solo es producto de los graves problemas, de la torpeza, la ineptitud del gobierno o de la desesperación de los mandatarios locales ante la indiferencia a sus planteamientos, sino de la añeja actitud de descalificar a cualquiera llamándolo conservador o corrupto. El resultado está a la vista.
Uno de los argumentos de la Alianza Federalista es indiscutible: el Gobierno Federal tiene que estar abierto, dispuesto a escuchar las propuestas de quienes integran la federación, discutirlas y extraer las mejores conclusiones. Una actitud cerrada a la crítica y a las opiniones diferentes es divisionista y lesiona los intereses y la unidad del todo. La respuesta invariable de tildar de adversario, corrupto o conservador al que difiere, solo conduce a la fractura, como la que sufre hoy la Conago.
Escrito por Redacción