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Gustave Courbet fue un representante del realismo pictórico en cuyas obras reprodujo la vida cotidiana y las actividades laborales más comunes del pueblo. Pero lo que más llama la atención de su trabajo artístico fue la forma en que la compaginó con su compromiso político. En los inicios del Segundo Imperio, cuando Napoleón III era el dirigente político de Francia, se enemistó con él debido a que su posición era más cercana a la república, al progreso y a las libertades civiles que respiraban las clases avanzadas de París. Estaba a tal grado convencido de su crítica que cuando el gobierno le ofreció la Legión de Honor, la rechazó sin pensarlo. Su carta de respuesta a aquél incluye estas expresiones: “… parecía haberse consagrado a la tarea de destruir el arte en nuestro país (…) El Estado es incompetente en esa materia (…) Tengo 50 años y siempre he vivido como hombre libre; déjenme terminar así mi existencia”. Esta declaración es muestra del repudio que sentía hacia un régimen que consideraba contrario a los ideales de la libertad, más que de apatía por las labores políticas.
El 18 de marzo de 1871, día en que inició el proceso revolucionario de la Comuna de París, Courbert inmediatamente tomó partido por los comuneros, por el pueblo parisino, pues estaba convencido de que se inauguraría una nueva forma de hacer política, que al ser encabezada por las clases populares estaría más cercana a las necesidades de la gente. Además de estas consideraciones de orden general, pensaba que participaría activamente en la nueva política de la Comuna.
Durante el breve tiempo que permaneció la Comuna, Coubert actuó siempre como un elemento crítico y fue un ejemplo de dedicación en la construcción de lo que él creía un nuevo régimen. Tomó medidas para blindar el famoso Museo del Louvre, cuya protección era necesaria, no tanto por los saqueos sino porque, desde el principio, los opositores de la Comuna, encabezados por el ejército de Louis Adolphe Thiers concentrado en Versalles, bombardeaban sin compasión las áreas de París defendidas por los comuneros.
Coubert estuvo convencido de que el arte era una arma poderosísima para la construcción de la nueva sociedad. Persuadió a otros artistas para que se unieran a los intereses de la Comuna. Logró reunir a un grupo fuerte que tomó en sus manos la conservación de monumentos y museos del arte plástico; también intentó convertir a cuanta persona se cruzaba con él a la causa de la revolución en marcha.
Courbet, que exigía la libertad artística frente a las limitaciones y gustos impuestos por el Segundo Imperio de Napoleón III, exclamaba viendo el ánimo de los comuneros para impulsar el crecimiento artístico de su ciudad: “París es un verdadero paraíso (…) Todos los grupos sociales se han establecido como federaciones y son dueños de su propio destino”.
Es verdad que no puede valorarse como bueno o malo un artista por sus ideas políticas, y que muchas veces la riqueza estética ha sido heredada por creadores conservadores. Sin embargo, es importante reconocer el compromiso de personas como Courbet para alejarnos de la idea en torno a que el arte no tiene nada qué aportar a la transformación de la realidad. En él se muestra el apego que muchos artistas tienen hacia su pueblo y el rol activo que pueden jugar los diversos sectores sociales en un proceso de transformación, como el que Gustave Coubert vivió en París durante ese periodo revolucionario.
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Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).