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El pasado 11 de septiembre se cumplieron 48 años del golpe de Estado en Chile, que terminó con el derrocamiento y la muerte del presidente socialista Salvador Allende Gossens. Debido a la sublevación de las fuerzas armadas, comandadas por el general Augusto Pinochet, y al apoyo del gobierno de Estados Unidos (EE. UU.), los sectores más conservadores pudieron quitar el poder a quien lo había ganado democráticamente. Las élites andinas, temerosas de perder sus privilegios y asustadas por “el fantasma del comunismo”, prefirieron entregarse a los brazos de los militares y del imperialismo antes que permitir la introducción de algunas mejoras en la vida de los pobres y la participación política de las mayorías.
Salvador Allende apenas gobernó tres años, durante los cuales siempre estuvo bajo el asedio de los sectores más retrógradas del país y las arteras agresiones de Washington, que jamás dejó de impulsar la inestabilidad política del gobierno de Unidad Popular y desquiciar la economía, igual como hoy hace en Venezuela. Al final, el proyecto socialista de Allende, coherente con la realidad de Chile, fue superado por el cúmulo de corrientes derechistas apoyadas por el gobierno de EE. UU.
Todo esto viene a colación porque la experiencia chilena puede brindar a México algunas lecciones en los tiempos de la llamada “Cuarta Transformación” (4T). La primera es que no basta tener buenas intenciones, ni siquiera contar con una propuesta clara y armónica, cuya ejecución garantice los resultados más nobles. En nuestro contexto actual, mucha gente respalda al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) porque cree que es un hombre de buenas intenciones; pero aun suponiendo que ello sea cierto, no es suficiente. ¿Acaso Salvador Allende no tenía buenas intenciones? ¿No es verdad que el presidente chileno tenía el noble propósito de hacerle menos dura la vida a los pobres de su patria? Claro que así era. Sin embargo, y aun con riesgo de herir a los seguidores del Mesías de Macuspana, es inevitable recordar que Allende fue un hombre más culto, más claro y más riguroso de pensamiento que AMLO y que, pese a ello, no logró el cambio que se propuso al inicio de su mandato.
La segunda lección es que la realidad social no puede ser cambiada sin el concurso del pueblo organizado y consciente; y que además sea capaz de defender un proyecto de país ante las arremetidas al interior y desde el exterior. En Chile, la organización popular no pudo resistir el contrataque del conservadurismo y menos el de los militares. No hubo forma de frenar el golpe de Estado porque nunca hubo una organización fuerte que conciliara a las fuerzas activas en la Unidad Popular. A lo largo de los casi tres años de gobierno allendista, hubo contradicciones internas, incluso en el momento del golpe militar ni siquiera pudo orquestarse una resistencia efectiva y las fuerzas reaccionarias avasallaron a los partidarios del proyecto socialista. Cuando Salvador Allende pronunció su último discurso en el palacio presidencial de La Moneda, en la ciudad de Santiago, mientras los militares ya lo bombardeaban, estaba prácticamente solo, no hubo pueblo organizado que pudiera defenderlo e impedir el nacimiento de la dictadura pinochetista.
En México, AMLO no solo no quiere organizar al pueblo para defender su proyecto –en el supuesto de que realmente lo tenga y que sea para beneficio de las mayorías– sino que además pretende arrasar a las organizaciones sociales que hay en el país, incluidas las que votaron por él en 2018. Desde el inicio de su sexenio, el mandatario actual no ha parado de arremeter contra ellas y las ha acusado de ser “intermediarias”, de “quedarse con los apoyos sociales” y aun de ser “corruptas”. Esta misma agresividad es imitada por los gobiernos estatales y municipales morenistas a los que, como ocurre con el Presidente, no les gusta que el pueblo se organice y prefieren a éste disperso, dividido y en espera pasiva de las “ayudas” monetarias de la administración federal.
En Chile, el fracaso de Allende desembocó en la tragedia de una dictadura militar de 17 años. Y aunque México no es Chile, ni AMLO es Allende y las épocas son distintas, es muy alto el riesgo de que la 4T termine sumiendo al país en el caos. Del pueblo organizado depende evitarlo.
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Escrito por Luis Rodriguez Rodríguez
colaborador