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Cheché
(Muchacha que hace flores artificiales).
Dedico estos veros a la señorita
Mercedes Sardañas, heroina anónima.
A ella devotamente
Cheché es delgada y ágil. Va entrada en el otoño.
Tiene los ojos mansos y la boca sin besos...
Yo la he reconocido en la paz de una tarde
como el Hada –ya mustia– de mi libro de cuentos.
Cheché es maravillosa y cordial;
vuela sin alas por calles y talleres.
En invierno hace brotar claveles y rosas y azucenas
con un poco de goma y unas varas de lienzo...
Esta Cheché hace flores artificiales.
Ella es la abastecedora de escuelas y conventos...
¡La primavera la hace florecer como a tierra virgen!...
Y la deshoja y la sacude en pétalos...
Ella tiene la altura de los lirios pascuales en sus manos;
y tiene que pasar por sus dedos la mística corona
para la niña de Primera Comunión, enviada desde el cielo...
Cheché no llora nunca.
Ni necesita cantos en su trabajo largo, silencioso, ligero...
Es seria sin ser agria;
es útil sin ser tosca;
es tierna sin blanduras
y es buena sin saberlo...
Yo no sé de árbol fuerte más fuerte que su alma...
Ni de violeta humilde comparable a su gesto.
Ni sé de ojos de niño más puros que sus ojos,
ni de música grata aún más que su silencio...
Ella es la Primavera Menor,
la Segadora de prados irreales, de jardines inciertos...
¡Ella es como un rosal vivo!... Como un rosal:
¡Cuando ya hasta las flores su aroma van perdiendo,
yo he encontrado en las flores de Cheché la fragancia de los antiguos mayos,
de los cerrados huertos!...
Más que un clavel me huele a clavel su inocente clavel de trapo...
¡Y más que otras tierras
yo creo que serviría para sembrar una esperanza
la poca tierra humilde y noble de su pecho!...
Poema sin nombre
He de amoldarme a ti como el río a su cauce,
como el mar a su playa, como la espada a su vaina.
He de correr en ti,
he de cantar en ti,
he de guardarme en ti ya para siempre.
Fuera de ti ha de sobrarme el mundo
como le sobra al río el aire, al mar la tierra,
a la espada la mesa del convite.
Dentro de ti no ha de faltarme
blandura de limo para mi corriente,
perfil de viento para mis olas,
ceñidura y reposo para mi acero.
Dentro de ti está todo; fuera de ti no hay nada.
Todo lo que eres tú está en su puesto;
todo lo que no seas tú me ha de ser vano.
En ti quepo, estoy hecha a tu medida;
pero si fuera en mí donde algo falta, me crezco...
Si fuera en mí donde algo sobra, lo corto.
Selva
Selva de mi silencio,
apretada de olor, fría de menta.
Selva de mi silencio, en ti se mellan
todas las hachas; se despuntan
todas las flechas;
se quiebran
todos los vientos.
Selva de mi silencio, ceniza de la voz
sin boca, ya sin eco; crispadura de yemas
que acechan el sol,
tras la espera
maraña verde... ¿qué nieblas
se te revuelven en un remolino?
¿Qué ala pasa cerca
que no se vea
succionada en el negro remolino?
(La selva se cierra
sobre el ala que pasa y que rueda).
Selva de mi silencio,
verde sin primavera,
tú tienes la tristeza
vegetal y el instinto vertical
del árbol. En ti empiezan
todas las noches de la tierra;
en ti concluyen todos los caminos.
Selva apretada de olor, fría de menta.
Selva con tu casita de azúcar
y su lobo vestido de abuela;
trenzadura de hoja y de piedra,
masa hinchada, sembrada, crecida toda
para aplastar aquella,
tan pequeña,
palabra de amor…
DIVAGACIÓN
Si yo no hubiera sido…, ¿qué sería
en mi lugar? ¿Más lirios o más rosas?
O chorros de agua o gris de serranía
o pedazos de niebla o mudas rocas.
De alguna de esas cosas –la más fría–
me viene el corazón que las añora.
Si yo no hubiera sido, el alma mía
repartida pondría en cada cosa
una chispa de amor…
Nubes habría
–las que por mí estuvieran– más que otras
nubes, lentas… (¡La nube que podría
haber sido!)
¿En el sitio, en la hora
de qué árbol estoy, de qué armonía
más asequible y útil? Esta sombra
tan lejana parece que no es mía…
Me siento extraña en mi ropaje; y rota
en las aguas, en la monotonía
del viento sobre el mar, en la paz honda
del campo, en el sopor del mediodía…
¡Quién me volviera a la raíz remota
sin luz, sin fin, sin término y sin vía!…
Dulce María Loynaz
Nació en La Habana, Cuba, el 10 de diciembre de 1902. Escribió poesía desde muy joven y con 16 años, en 1919, publicó sus primeros poemas en varios periódicos nacionales. En 1927 se doctoró en Derecho Civil en la universidad de esta misma ciudad ejerciendo abogacía hasta 1961, dedicándose paralelamente a la literatura.
En la década de los 30, su casa de La Habana comienza a convertirse en centro de la vida cultural de la ciudad, acogiendo en las llamadas “juevinasˮ a diversos intelectuales y artistas, como Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral o Alejo Carpentier. En 1937 publicó el poema Canto a la mujer estéril en la Revista Bimestre Cubana; al año siguiente, Versos, que había comenzado a escribir en 1920. Posteriormente, viajó por Sudamérica y Europa, participó en congresos y colaboró como corresponsal en algunos diarios cubanos, entre ellos El País y Excelsior. En 1951 es elegida miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba, y ese mismo año es nombrada Hija Adoptiva por el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz (Canarias). Ingresa en la Academia Cubana de la Lengua en 1959 y, nueve años más tarde, en la Real Academia Española.
Tras varios años de retiro, publicó obras como Poesías escogidas (1984), Bestiarium (1991) y Fe de vida (1994); recibió el Premio Miguel de Cervantes en 1992. Al año siguiente le concedieron la Orden Isabel La Católica y el Premio Federico García Lorca.
Su última aparición pública tuvo lugar en abril de 1997, cuando la Embajada de España en Cuba le rindió un homenaje en su casa. Falleció ese mismo mes, el 27 de abril de 1997.
Su obra ha sido traducida al francés, italiano, inglés, serbio, noruego y forma parte de la poesía intimista femenina Sudamericana.
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Escrito por Redacción