En días pasados vi el video de una charla entre Julio Astillero e Inna Afinogenova, dos muy importantes e influyentes periodistas en México y en América Latina, respectivamente. El tema que acaparó la mayor parte de la conversación fue la victoria del ultraderechista y libertario Javier Milei en Argentina. Ambos aprovecharon para discutir las implicaciones de este suceso y para lanzar comparaciones entre la situación política de ese país con la de otros de la región.
Recojo esta conversación porque es representativa de una tendencia general de varios medios de comunicación, intelectuales, y actores políticos progresistas cuando analizan esta coyuntura y otras similares que se han presentado en el pasado. Esta tendencia consiste en llamar a la autocrítica del gobierno que pierde el poder y la fuerza política que representa (en este caso al peronismo y a su dirigencia) y en resaltar la importancia de reconocer los errores y la “culpa” propia en la victoria de la derecha. Hasta aquí, parece, todo bien. ¿Quién puede estar en contra de este elemental llamado a la reflexión crítica?
El problema es que, en la mayoría de los casos, estas exhortaciones a la autocrítica se inscriben en un análisis sumamente superficial de la cuestión. Es un patrón más o menos generalizado que quienes hacen estos llamados no fueron igual de cautos en el momento de la victoria electoral. Allí se subieron al carro del optimismo celebrando “la extensión de la ola progresista”, “el avance de las fuerzas de izquierda”, la “derrota de la derecha”, etc.
Así, presentan los problemas reales de esos gobiernos y proyectos que dan pie a la derrota electoral como simples errores de la dirigencia y de los actores principales. De este modo, la incapacidad para sostener cambios profundos en el tiempo se termina reduciendo a problemas de tipo subjetivo, combinados siempre con otros factores reales como el papel de los medios de comunicación, la desinformación, las redes sociales, etc.
Sin embargo, para verdaderamente aprender de la experiencia política de otros países, es necesario investigar y entender qué son las fuerzas políticas que han llegado al poder en el continente. Esto es muy diferente a analizar lo que deberían ser y no fueron, que es como proceden gran parte de los intelectuales y medios de comunicación autodenominados progresistas.
Y, para entender qué son estas fuerzas políticas, un principio metodológico básico es nunca basar la interpretación de un aspecto de la realidad social en lo que los actores principales dicen de sí mismos. En contraste, siempre hay que partir de la realidad socioeconómica sobre la que emergen estas fuerzas políticas, la forma que adopta el capitalismo en cada país, su patrón de desarrollo, y cómo éste afecta a las distintas clases sociales. Sobre esa base, el siguiente paso es estudiar, entre muchos otros factores, la composición de clase de la dirigencia y base de la fuerza política en cuestión, las formas de organización y articulación política y cómo los miembros teorizan sobre su propia actividad (es decir, su programa).
Resulta evidente, si se procede de esta forma, que las etiquetas de “izquierda” o “progresista” no sirven para entender los aspectos centrales de procesos tan cualitativamente distintos como el chavismo, el Movimiento al Socialismo, el peronismo, o el obradorismo. En segundo lugar, comenzará a clarificarse qué es lo que de verdad se puede esperar de cada uno de estos proyectos políticos.
Las consecuencias de hacer lo opuesto, es decir, de conformarse con las etiquetas de progresista o izquierdista, son mayúsculas. Al final de la conversación con Astillero, Inna le comentó que “para nosotros, la experiencia de México (el gobierno de la 4T) es ejemplar”, entre otras cosas por la batalla cultural exitosa en el terreno de la comunicación (menciona a las “mañaneras” y a medios de comunicación alternativos, como Sin Embargo). Estos comentarios son una muestra de la visión predominantemente positiva que se tiene de la 4T entre los medios extranjeros que se ubican a la izquierda del espectro político. Estas perspectivas emergen, precisamente, del análisis superficial del que he hablado en este artículo.
¿Sabrán acaso los “progresistas” extranjeros que ven en México a una esperanza para la izquierda que desde el gobierno se calumnia, estigmatiza y persigue a la organización popular siempre que ésta no se someta totalmente a la voluntad del Presidente? ¿Que la austeridad republicana es la bandera de la 4T y que ha provocado un deterioro importante en los servicios públicos como el acceso a la salud? ¿Que el gobierno ha propuesto en múltiples ocasiones un tratado de libre comercio de América Latina con Estados Unidos para contener a China? Quizás, para ellos, todo esto no importa tanto, porque saben que, llegado el momento, le pedirán a la 4T que se haga una autocrítica.