En México, la religión católica se encuentra muy arraigada en la vida de la población a pesar de la influencia de otras agrupaciones religiosas. Una de las imágenes más representativas del catolicismo y de la cual muchos mexicanos son devotos, es la Virgen de Guadalupe, considerada como la “Patrona de México”.

Cada 12 de diciembre, los fieles a la Guadalupana “peregrinan” desde sus hogares, en alguna parte de la provincia, para visitarla a la Cuidad de México (CDMX). El año pasado, más de 11 millones de personas asistieron a la Basílica de Guadalupe, algunos para agradecerle o pedirle algún favor a la Virgen y otros para cumplir una manda.

No es sorprendente que en un país donde durante 300 años los españoles impusieron a sangre y fuego su dominio económico, político, persistan sus creencias; y que los mexicanos se manifiesten anualmente con fervor incondicional, como se observa en La Villa, a donde acuden desde los lugares más apartados de las colonias populares y las comunidades rurales.

Si se analizan detalladamente las peticiones de los devotos, puede advertirse que son salud, bienestar y favores terrenales, bienes a los que por ley tienen derecho y que el Estado debe proveer; pero como éste resultó ser un sordo insensible, no los escucha. Por ello, las clases más bajas tienen como único consuelo y esperanza que los atienda la Virgen de Guadalupe.

Esta divinidad, sin embargo, no otorga hospitales con servicios médicos de calidad ni con la cantidad suficiente de medicamentos, camas y aparatos tecnológicos de última generación. Tampoco erradica la inseguridad pública, la violencia delictiva; ni crea empleos ni conforma políticas para los trabajadores que siempre anhelan una vida digna.

Viendo esta situación desde otra perspectiva, si esos 11 millones de personas se reunieran para exigir al Estado lo que por ley les corresponde, sus demandas generarían un impacto masivo que transformaría las políticas gubernamentales de salud, educación y seguridad que hoy son insuficientes e ineficientes.

A los gobernantes actuales poco les interesa resolver las necesidades del pueblo; ingenuamente creen que mientras éste busque respuestas en otro plano de la existencia, todo seguirá igual. Pero, como escribió el poeta Salvador Díaz Mirón: más como el ruego resulta inútil, pienso que un díapronto tal vez– no habrá miserias que se arrodillen, ¡no habrá dolores que tengan fe!