En 1934, Iósef Vissariónovich (Georgia 1879-Rusia 1955), quien dirigió durante tres décadas a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), fue entrevistado en dos ocasiones por las revistas británicas Leaders of Europe y The New Statesman and Nation. En el primer caso, el entrevistador fue Emile Ludwig y en el segundo Herbert George Wells, el famoso autor de la novela La guerra de los mundos. Ambos autores se dijeron sorprendidos y satisfechos de que Stalin respondiera a todas sus preguntas y del trato cortés y paciente que les brindó a pesar de que intentaron colocarlo en el “banquillo de los acusados” con base en cuestionarlo sobre las prácticas “dictatoriales, sangrientas y genocidas” que le atribuían en Occidente y algunos de sus rivales políticos rusos (Trotsky, Bujarin, Kamenev y Zinoviev).
Ludwig se atrevió a preguntarle si se sentía un dictador que “aterroriza a sus súbditos” y aun le recordó que alguna vez fue acusado de distraer dinero del ejército revolucionario para financiar los gastos al Partido Comunista de Rusia (PCR); pero ninguna de estas y otras preguntas le molestaron; se dedicó a brindar a su “fiscal” periodístico respuestas detalladas. La entrevista con Herbert George Wells, cuya filiación socialdemócrata era conocida en Gran Bretaña, derivó en un debate abierto con él sobre la distinción entre el socialismo “anglosajón” u occidental y el marxista-leninista practicado en la URSS. Del análisis sobre este asunto se desprendió la afirmación de Wells de que el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, se decía o consideraba socialista.
Para contravenir este supuesto, el dirigente soviético argumentó que si Roosevelt fuera realmente un socialista jamás habría llegado a ser presidente de su país, porque la economía capitalista que prevalecía en esa nación era eminentemente abierta, liberal, en contraste con la socialista-marxista, que era planificada. Fue a partir de esta aclaración que Stalin explicó que la economía planificada se aboca a eliminar el “paro” y para ejemplificarlo trazó este escenario: “Supongamos que fuera posible preservar el sistema capitalista reduciendo el desempleo hasta un nivel mínimo determinado, ningún capitalista aceptaría jamás una erradicación completa del paro, una abolición del ejercicio de reserva de los desempleados, cuyo fin es ejercer presión sobre el mercado de trabajo para garantizar la disponibilidad de mano de obra barata.
“Ahí tendría usted una de las contradicciones de la economía planificada en las sociedades burguesas. Además, la planificación de la economía presupone un incremento en la producción de las ramas de la industria que generan los bienes que las masas necesitan. Pero, como usted bien dice, el incremento de la producción en el capitalismo obedece a motivos muy distintos. El capital fluye hacia los sectores de la economía en los que las tasas de ganancia son mayores. Nunca conseguirá que un capitalista acepte incurrir en una pérdida de beneficios para sí mismo en aras de satisfacer las necesidades del pueblo. Sin librarnos antes de los capitalistas, sin abolir antes el principio de la propiedad de los medios producción, es imposible crear una economía planificada”.