El movimiento asociado a la actividad física del ser humano es una tarea difícil de explicar; muchas veces escuchamos que nuestro cuerpo es una máquina perfecta y ésa es la realidad, para que un movimiento, por mínimo que sea, se realice, tiene que ocurrir una serie de actividades complejas en nuestro organismo; intervienen diferentes sistemas y músculos, principalmente el sistema nervioso central, que envía los impulsos eléctricos a través de las neuronas y dendritas para dar las distintas indicaciones a los músculos, por decirlo así, a fin de que éstos se contraigan y realicen los movimientos para los que están diseñados.
Para hablar de la motricidad y coordinación es necesario definir los conceptos:
La motricidad, según diferentes corrientes fisiológicas, se define como la capacidad de producir movimientos, los cuales son resultado de la contracción muscular que se produce por los desplazamientos y segmentos del cuerpo, a la vez que por la actitud y el mantenimiento del equilibrio (Zapata, 1989).
Por tanto, podríamos definirla de manera amplia como la capacidad que tiene el cuerpo para realizar movimientos que pueden ser simples o complejos. Todos los seres humanos poseen esta cualidad desde el momento en que nacen y muchas veces lo realizan de manera inconsciente como parte de un reflejo natural, no importa que éste posea una enfermedad congénita, se va desarrollando con el paso del tiempo si se estimula correctamente.
Por otro lado, podríamos decir que la coordinación es la capacidad que tiene el organismo para mover dos o más partes del cuerpo al mismo tiempo de manera compleja o simple, que pueden ser de manera fina o gruesa, según sea el caso, dirigidos por el sistema nervioso. Dentro de la coordinación se encuentran las habilidades motrices básicas que permiten la supervivencia de todo ser humano y son fundamentales para aprendizajes motrices más complejos como marchar, correr, girar, saltar, lanzar, recepcionar, todos ellos son aspectos que deben ser desarrollados entre los seis y los 12 años.
Por ello, podríamos definir la coordinación, de manera general, como la capacidad de los seres humanos para realizar movimientos corporales simples y complejos con facilidad. Para cumplir con esta tarea se debe lograr una comunicación adecuada entre el cerebro y el resto de las extremidades.
En educación física, la coordinación tiene que ver con la capacidad del deportista o ejecutante de realizar movimientos ordenados y dirigidos que le permitan la correcta ejecución técnica de un determinado ejercicio o rutina.
Niks y Fleisman (1960) sugieren que la esencia de la coordinación reside en la capacidad de integrar movimientos separados en uno más complejo. Estos mismos autores opinan que la buena coordinación depende del buen funcionamiento del sistema nervioso, principalmente de la corteza encefálica.
Por tanto, podemos definir la coordinación como la capacidad de regular de forma precisa la intervención del propio cuerpo en la ejecución de la acción justa y necesaria según la idea motriz prefijada. En realidad, la coordinación es una actividad indisoluble de movimiento en el que se logra desarrollar, incrementar y mantener la precisión de los movimientos.
Pero si la motricidad se refiere sólo al desarrollo de los movimientos finos y gruesos como una capacidad natural del organismo y la coordinación es la que desarrolla el movimiento articulado, meticuloso y preciso, ¿podríamos decir que existe la motricidad fina y gruesa y la coordinación fina y gruesa?
En mi opinión, la motricidad la tenemos todos al nacer y se incrementa de manera natural de acuerdo con nuestro desarrollo, sin tener que trabajar en ella, mientras que la coordinación la desarrollamos con el paso de los años de manera natural, pero en el caso de los atletas se desarrolla de manera intencionada a través de actividades de coordinación cada vez más complejas que estimulen su desarrollo; es decir, la motricidad y coordinación no son las mismas en un individuo que no practica ninguna actividad física que en un atleta de alto rendimiento, quien no sólo realiza movimientos simples como correr y saltar, sino que ejecuta movimientos precisos utilizando la coordinación óculo-manual y óculo-pedal, es decir, la coordinación fina, que involucran movimientos complejos utilizando sus sentidos.
Por esta razón, me atrevo a decir que debemos contemplar en nuestro trabajo deportivo el desarrollo de estos conceptos y de estas habilidades para mejorar el rendimiento de los atletas, porque esto implica la acción de coordinar diversos sentidos como la vista, el tacto o el oído bajo situaciones que requieren mucha precisión en la ejecución de cada movimiento, dependiendo del espacio y del tiempo del que se trate.