El resultado supone la peor de las opciones posibles, en un escenario de decepción y frustración de las mayorías, oxigenado por el miedo de las élites argentinas al peronismo.
Es el voto a favor de los empleados del gran capital, que con políticas de Estado alentarán que todo esté a la venta; que sigan impunes ni rindan cuentas torturadores, espías y pilotos por los vuelos de la muerte.
Es la permisividad para que se siga privando de derechos a los pueblos originales no sólo poseen sociedades off shore en el extranjero, sino que apuestan seguir profundizando la pobreza y desigualdad en una Argentina endeudada y desindustrializada, a la que condena al subdesarrollo esa casta a la que sirve Javier Milei.
Ha sido el voto a favor de los poderosos empresarios, de los terratenientes y rentistas; esa clase díscola que se benefició de un sistema corrupto, bajo la mirada cómplice de La Casa Blanca y de la derecha europea necesitada de apoyos en el otro lado del Atlántico.