Aun cuando las huestes morenistas no se cansan de propalar que éste es el mejor gobierno sexenal desde hace mucho tiempo, la realidad, que es terca como una mula, las desmienten con el evidente deterioro que se advierte, lo mismo en el funcionamiento de las instituciones de servicio público que en el de la infraestructura básica, que cada día se incrementa; pero que para fortuna de todos está por terminar, a pesar de que en el corto plazo no se avizoren los correctivos necesarios para superar los actos de destrucción que el partido oficial y sus aliados han acometido en este sexenio de pesadilla.

Uno de los servicios públicos más importantes es el de comunicaciones y, en particular, el que brindan las carreteras. Cualquier viajero habitual conoce su deterioro físico y que, en el caso de las autopistas de cobro, cuyas cuotas de peaje son muy altas, está en la posibilidad de enterarse que cuando hay un accidente y deben utilizarse las rampas de frenado, su costo aproximado llega a unos 90 mil pesos, porque las aves de rapiña (las “humanitarias” ambulancias, las grúas, las aseguradoras y la Guardia Nacional) se dan un festín con el reparto de moches; y los caídos en desgracia ya no saben si morir les habría salido mejor que sobrevivir al percance.

Los protocolos de seguridad deben cambiar considerablemente, porque la gran mayoría de los accidentes se dan por las malas condiciones de las carreteras y las fallas mecánicas. De acuerdo con algunas notas de Animal Político, a lo largo de este sexenio, el presupuesto para mantenimiento de las vías terrestres ha disminuido y a este hecho debe su alta siniestralidad. La Secretaría de Transporte y Comunicaciones (STC) ha informado que siete de cada 10 carreteras se encuentran en malas condiciones.

Revisemos en particular el caso del tramo Zaragoza-Cuetzalan, de la carretera interserrana del estado de Puebla. Esta vía estaba olvidada por las autoridades desde hace varios gobiernos. Hay baches y derrumbes por doquier que la vuelven intransitable; y sólo hasta que este año los habitantes de la región realizaron manifestaciones de protesta, lograron que se iniciara su reparación. Pero ésta se ejecuta con tal lentitud y con el uso de pésimos materiales que, en los tramos acabados, la carretera se ha convertido en una trampa para los automovilistas que, con frecuencia, sufren percances.

En una región boscosa, inundada por la niebla, la carretera siempre está resbalosa; y si a ello se agrega que no hay iluminación ni señalética lateral o asfáltica, es cuestión de suerte salir ileso, como lo evidencia el hecho de que cada día hay más de tres accidentes debido al derrape continuo de los vehículos. Hasta ahora, los resbalones han cobrado algunas vidas y varios heridos, entre ellos niños, estudiantes, comerciantes y personas de la tercera edad.

La población está exigiendo cuentas al gobernador morenista de Puebla y ha organizado cierres de carretera, pero su única respuesta consiste en el levantamiento de unos tristes topes malhechos que, en lugar de reducir los accidentes, los han aumentado. ¿Quién se hará responsable de las pérdidas materiales y de vidas humanas? ¿Es éste el gobierno humanista que decía que los pobres son primero?

En fin, a falta de una buena respuesta, en la Sierra Nororiental no queda otro recurso más que exigir a las autoridades que den inmediata solución, porque los morenistas no pueden seguir poniendo en juego las vidas de los habitantes poblanos y de todo el país.