En mi entrega anterior mostré algunas características del liberalismo mexicano. Ahora quiero apuntar lo ocurrido en la matriz de este movimiento, Europa. Para abordar el tema es necesario tener presente que, en las sociedades humanas, política y economía no se pueden desligar. Así, por ejemplo, Aristóteles definió a la democracia como una constitución en la cual los nacidos pobres y libres controlan el gobierno siendo al mismo tiempo una mayoría. Esta breve definición sobre una formación política encierra consideraciones de condición económica.
Con la instalación de la burguesía como nueva clase en el escenario económico, el entorno de las ideas y los procesos de aprendizaje se modificaron. El objetivo era desplazar a la nobleza e iglesia del control sobre los hombres, del poder político e ideológico. Ahora se discutía sobre progreso, mercados, técnicas. De la mano de filósofos, científicos y escritores, los nuevos anhelos de una clase fueron alentados por todos los medios, ejemplo de ello fue publicación de la Enciclopedia, en 1751. No escatimaron esfuerzos en recrear una sociedad idílica a manera de promesa. Quizá las ideas más potentes en el terreno político las encontramos en las nociones de soberanía popular y derechos civiles.
Veamos. En Inglaterra se había consumado en 1688 una revolución desde arriba. Se construyó un sistema parlamentario, foro que solo dio cabida a los representantes de los terratenientes y los grandes comerciantes de ultramar. Por ello, para 1830, los campesinos, artesanos, pequeña burguesía, iniciaron protestas contra el hambre, los sueldos bajos y una reforma electoral. En esta última la gran burguesía naciente tuvo especial cuidado de no incluir a la gran masa de trabajadores; la reforma fue tan limitada que los votantes pasaron de 500 mil a 813 mil, el 5.8% de los habitantes. En Francia, los hacedores del sistema político, Guizot, Thiers y Thierry, plantearon premeditadamente que solo aquellos que tuvieran suficientes propiedades fueran merecedores de derechos políticos. Empero, el discurso popular sobre el monopolio de los derechos políticos se hacía en términos de la libertad de todos. Como quedó plasmado por Delacroix en su famosa obra La libertad guiando al pueblo.
Una prueba irrefutable del doble carril del discurso de los derechos civiles fue lo acontecido durante estos años con el aumento constante del tráfico de esclavos y el saqueo de las colonias por todo el mundo. Inglaterra, Estados Unidos y Francia, fueron los adalides de esta sanguinaria política que no debemos olvidar nunca. El capitalismo nunca se llamó por su nombre, siempre apeló al conjunto. Una vez pasada la primera etapa de construcción, hacia la segunda mitad del siglo XIX, el mapa europeo se resolvió a favor del capital, de la gran burguesía, en el poder. El capitalismo industrial se posicionó como amo y señor de todo lo existente. A partir de aquí, el capital le impuso al mundo una disciplina fabril de muerte. Jornadas laborales extenuantes, acceso paupérrimo al alimento, vivienda, vestido. Una situación que no tuvo alto hasta que los obreros se organizaron y, como un solo hombre, a pesar de las muy diversas corrientes del pensamiento socialista que prendieron entre ellos, exigieron al capital jornadas laborales de 8 horas y salarios mínimos suficientes.
Todo lo conquistado por la clase trabajadora en el mundo, ha sido fruto de su misma lucha. Pero en medio de la dispersión obrera, del triunfo del individualismo ¿quién le enmienda la plana al capital? Nadie porque ahora ellos son el gobierno. Si alguna modificación les hace a las leyes, apelan a los principios democráticos en términos teóricos y no como una expansión del poder popular. Cualquier discusión observada se hace en términos técnicos y no como resultado de la lucha de clases. ¿De qué armas se han valido los poderosos para mantener la situación actual? de la manipulación de las consciencias y cuando es necesario, de la imposición y la violencia. Decirlo impone la tarea de construir, crear en un solo bloque a la fuerza popular organizada capaz de enfrentar y vencer los grandes poderes que nos aquejan.