Las razones por las que Limantour no aceptó estas posiciones fueron su ya mencionada y supuesta falta de vocación para las actividades no administrativas y el rechazo que según él generaba en muchos funcionarios públicos, periodistas y aun ciudadanos comunes por ser hijo de extranjeros (franceses). En sus Apuntes, sin embargo, salta a la vista que fue un político hábil y avezado en las negociaciones de Estado; que el chovinismo de sus críticos no pesaba mucho y que se negó a los deseos del “jefe máximo” porque no quería desempeñar el papel de “presidente títere” como le ocurrió a Manuel González en 1880 - 1884.
Otro de los atractivos del libro se halla en sus revelaciones sobre los diálogos de paz que Díaz ordenó durante los seis meses que siguieron al estallido de la Revolución Mexicana en noviembre de 1910, en las que Limantour actuó como estratega y aun como negociador directo con la familia Madero, Francisco Vázquez Gómez y Francisco León de la Barra en Nueva York y la CDMX; e indirecto con los rebeldes sureños Emiliano Zapata, en Morelos y los hermanos Figueroa de Guerrero.
Limantour habla también de la ineptitud y las prácticas de corrupción en el Porfiriato; de las “subvenciones” gubernamentales que recibían los editores y periodistas (entre ellos Carlos Díaz Dufoo, director de El Imparcial); de la naturaleza real del grupo de los “científicos”, del que dice que en realidad fue sólo un club de amigos que tuvo como origen el Manifiesto de la Unión Liberal (MUL) en abril 1892; que estuvo integrado por funcionarios públicos con afinidades sociales, ideológicas y culturales; que no fue un “partido fantasma” como decían la prensa y sus rivales; y que Díaz siempre sintió antipatías y recelos hacia sus integrantes, con excepción de él.
Limantour fue Ministro de Hacienda de 1892 a 1911 y afirma que el alto nivel de confianza que siempre le tuvo Díaz se debió a que durante su gestión logró que por primera vez en la historia de México se emparejaran los ingresos fiscales con los egresos; y que cuando renunció al cargo, en mayo de 1911, dejó en la caja del gobierno de transición –cuyo manejo posterior estaría a cargo del gobierno maderista– poco más de 63 millones de pesos y que sólo después que le dieron visto bueno a esta entrega salió en ferrocarril hacia Nueva York para finalmente exiliarse en Francia.