Las acciones humanas dejan rastro. Se trata de “huellas” cuantificables, medibles (datos) que arrojan mucha información sobre las personas (características, intereses, hábitos de consumo, etc.). El análisis de datos permite explicar fenómenos, predecir tendencias y proponer acciones. Facilita a gobiernos y empresas la implementación de políticas públicas, la organización de sistemas productivos y, en última instancia, la maximización de utilidades.
La investigadora iraní-estadounidense en materia de neurotecnología Nita Farahany advierte sobre las potencialidades y riesgos del análisis de datos cerebrales en su libro La batalla por tu cerebro y, recientemente, en conferencias en el Foro Económico Mundial.
Nuestro sistema nervioso produce pequeñas descargas eléctricas que varían en función de la actividad que estemos desempeñando, de nuestros niveles de concentración y de la emoción que experimentemos. El cerebro se “enciende y apaga” como las luces de Navidad y los dispositivos electrónicos antes mencionados detectan, monitorean y analizan estas señales y sus cambios. A continuación, algunas “espadas de doble filo” sobre las que advierte Farahany:
En materia de comunicaciones y transportes
Las gorras y cascos que monitorean la actividad cerebral mediante sensores miden en tiempo real niveles de atención y concentración de choferes de camiones, trenes y aviones. Detectan y notifican a empleados y patrones el momento en que el conductor entra en un estado de microsueño. Esto abona a la reducción del número de accidentes; pero, ¿qué implican estas formas de vigilancia?
Inteligencia Artificial y entorno laboral
Existen audífonos que informan a las empresas si los trabajadores se distraen, cuándo ponen atención ¡y hasta el tipo de actividad en que piensan! (dependiendo de la actividad será la emoción y la señal eléctrica que se detecta). Ésta es una forma sorprendente (y peligrosa) en que la tecnología se acerca a “leernos la mente”. Es posible incluso imprimir los dígitos o imágenes en las que está pensando una persona (por ejemplo, el NIP).
No sólo se busca incrementar y vigilar permanentemente la productividad de los trabajadores contabilizando los tiempos de conexión, sino mediante bufandas táctiles o plumas que zumban cuando se distraen. También se emplean pulseras y chips que mapean su ubicación, rutas de traslado, estados de movimiento y hasta las personas con que se relacionan. ¿Será para limitar aún más la libertad de asociación y las organizaciones laborales? La telepantalla orwelliana en los hechos no está fija; ahora la llevamos en la cabeza, en las muñecas y hasta en el cuello.
La pandemia y la inteligencia artificial han facilitado avances en ergonomía cognitiva y seguridad (por ejemplo, el uso de robots que “colaboran” con los trabajadores según sus niveles de estrés y signos vitales) y estudios sobre el estado emocional de trabajadores y su relación con la productividad(se ha detectado que los niveles de estrés de los empleados son superiores en reuniones virtuales que de forma presencial).
Neurotecnología y medicina
La empresa Neuralink (propiedad de Elon Musk) pretende efectuar la implantación de un microchip del grosor de un cabello en el cerebro mediante una cirugía realizada por un robot. Esto contribuirá al tratamiento del Alzheimer y otras enfermedades neurológicas.
La neurotecnología avanza aceleradamente y sus beneficios son innegables. Pero la detección de riesgos de vulnerar la privacidad de los datos cerebrales y la proposición y aplicación de leyes relacionadas (biométricas) se mueve mucho más lento. “Está en nosotros tomar la decisión de usarla bien” (dice Farahany, refiriéndose a este tipo de tecnología). ¿En “nosotros”, los millones de trabajadores cada vez más vigilados o en los líderes empresariales del mundo presentes en su conferencia?