En el relato Notas de cartera, Ángel del Campo cuenta el drama que Lucas, escribano (evangelista) del Portal de Santo Domingo, vive cuando una vieja sirvienta iletrada recurre a él para que le lea tres cartas de un compadre de Ixtlahuaca en las que le informa la situación de desastre emocional que su hija Petra ha vivido en el pasado reciente. El escribano lee las dos primeras sin ninguna alteración mayor, pero cuando termina la lectura de la última su estado emocional se derrumba y se pone a llorar inconsolablemente al advertir que su clienta se ha desmayado.
La causa de este cambio drástico se debió a que el contenido principal de la tercera misiva consistió en el anuncio de que había muerto la hija de la clienta, la que no pudo soportar la ausencia del hombre que amaba –un profesor de escuela básica que había emigrado del pueblo en busca de un empleo mejor pagado– y a que esta noticia había tenido un efecto colateral imprevisto: que Lucas el amanuense de Santo Domingo era el exnovio de Petra. El relato culmina cuando éste, en voz baja exclama, “¡Petra, Petrita!” y uno de sus compañeros evangelistas lo consuela y cuestiona con la expresión. Pero, ¿que és eso, don Lucas, los hombres no lloran!”.
En sólo un par de párrafos, Del Campo reseña las importantes labores que entonces realizaban los evangelistas para un alto porcentaje de los habitantes de la capital de la República que no sabían leer y escribir y que, por lo mismo, debían recurrir a ellos para comunicarse con sus familiares por vía postal, la mayoría residentes en las múltiples y muy lejanas o cercanas regiones de México. El traslado de esta correspondencia entonces se realizaba a lomo de caballo o en carruajes tirados por mulas.
El relato comienza con una pregunta planteada por el autor con relación al trabajo de Lucas, el exmaestro de escuela de Ixtlahuaca y ahora evangelista capitalino, para luego describir de manera detallada la escribanía popular y su clientela habitual:
“¿Qué cartas escribía (Lucas)?, me he preguntado al ver desfilar frente a su mesita tantos tipos, llorosos unos, tranquilos otros, estúpidos los más. Si tuviera algo de literato podría escribir un volumen sobre los secretos que lo han sorprendido ¡Cuántas veces una carta no es sino el extracto de grandes dolores, desconocidas tragedias, innumerables esperanzas y crímenes ignorados! El evangelista es el secretario de los léperos, el confidente de la chusma que no sabe leer ni escribir; es uno de tantos tipos que desaparecerán con el progreso, pues denuncia la existencia de los analfabetos.
“Vive de escribir, serio, reservado, permitiéndose dar consejos una que otra vez y, llevado por sus habilidades, hasta resolver cuestiones aritméticas”.