Para los pueblos originarios de América, el 12 de octubre no es un día para el festejo, ni de la “raza” o del “descubrimiento”, sino una fecha ignominiosa porque, a partir de 1492, se inició la invasión de sus territorios a manos de personas extrañas en cuyos hábitos predominaban la rapiña y ferocidad criminal. Hoy, los pueblos americanos están lejos de superar los malos recuerdos de ese oscuro pasado, porque muchas de las prácticas de explotación feudal sobreviven y están provocando la migración laboral que el capitalismo propicia hoy en Centroamérica, Sudamérica, el Caribe y la lejana África. ¿Cómo explicar que las personas salgan de su patria? ¿Por qué no se permite el libre flujo de las personas y sí el de las mercancías? ¿Acaso un hombre vale menos que un pepinillo? ¿Quiénes son los culpables de este éxodo masivo?: los propietarios de las grandes corporaciones de EE. UU., que desde la proclamación de sus sucesores por la Doctrina Monroe en 1823 para aprovecharse de la decadencia del colonialismo español y del bajo desarrollo industrial de los países de América Latina, han determinado que América no sea para los americanos, sino para EE. UU., un objetivo que han logrado mediante el intervencionismo y el terrorismo armados.
Los responsables del bajo desarrollo industrial y tecnológico de los pueblos americanos son EE. UU. y las potencias de la Unión Europea (UE). Pero el mayor culpable de la migración laboral en nuestro continente es EE. UU.; mientras, por un lado, su mercado capitalista exige mano de obra barata para elaborar mercancías y la existencia de grandes conglomerados de consumidores cautivos; por el otro, sólo ha logrado que, en el resto de las naciones americanas, incluido México, gran parte de la mano de obra se pierda en el desempleo y carezca de recursos para incorporarse al mercado de consumo. A estos factores se suman al escaso desarrollo del capitalismo industrial y la prevalencia de una oligarquía malinchista que únicamente se dedica a la explotación del comercio básico o precarista. Esta situación contradictoria es la que favorece la migración laboral masiva hacia EE. UU., donde las leyes antiinmigrantes y el muro fronterizo sirven tanto para contener y filtrar migrantes como para que las empresas gringas los hagan trabajar ilegalmente gratis o para pagarles salarios cuatro veces más bajos que los percibidos por los trabajadores estadounidenses.
En su camino hacia el “sueño americano”, los migrantes enfrentan la hostilidad de los países hermanos; son víctimas del crimen organizado, del timo y el abandono de “polleros” sin escrúpulos; son perseguidos, golpeados, ultrajados y asfixiados en vehículos de transporte masivo; mueren de sed, hambre, incendios en centros de detención, de volcaduras por los automóviles en carreteras y de caídas en tierra o en vías férreas de los techos de trenes. La muerte los acecha por todos lados. Y, ¿cuál es su culpa?: La de haber tenido la mala suerte de nacer pobres y creer en el espejismo de que en la Unión Americana lograrán salir de la pobreza, lo que no es cierto porque sólo podrán trabajar en empleos de ingresos bajos y serán explotados por capitalistas de un país extranjero.
La crisis que la oleada de migrantes ha provocado sólo puede enfrentarse por los pueblos organizados y educados que ya aprendieron a exigir al unísono que les devuelvan lo que les han robado: la libertad.