Este autor del entresiglo XIX-XX (CDMX, 1868-1908) fue reportero y cronista de prensa diaria con notorias habilidades literarias que le permitieron aportar a la escritura de ficción dos colecciones de cuentos (Cosas vistasOcios y apuntes) y una novela: La rumba. En la mayoría de sus textos, así como en sus crónicas, los personajes son habitantes pobres de la capital de la República que resuelven sus problemas de sobrevivencia como vendedores ambulantes, la práctica de oficios artesanales (remiendo de calzados y vestidos, herrería, carpintería, albañilería, etc) y las múltiples variables de robo, entre ellas el dos de bastos (sustracción de carteras), el asalto callejero y el domiciliario.

En sus relatos es también ostensible el propósito de denunciar los actos abusivos de los principales protagonistas y la burocracia oficial de la oligarquía que encabezó el dictador Porfirio Díaz Mori entre 1877 y 1910, que no sólo tuvo como únicos beneficiarios a los grandes latifundistas, propietarios de minas, gobernadores estatales y alcaldes municipales, sino también a una incipiente burguesía comercial, fabril y bancaria que en la última década del Siglo XIX y la primera del XX se dedicó a explotar al máximo a empleados comerciales, bancarios y obreros textiles.

En la mayoría de los relatos de Micrós y Tic Toc –los seudónimos que más utilizó– es notable la detallada descripción de los oficios, usos, costumbres y hablas de los personajes de barrio de la capital de la República (Doña Chole, El ciudadano Gestas, Caramelo, Caifás y Carreño, etc.), así como también de las múltiples prácticas usurarias de propietarios de vecindades, comerciantes, jueces, agentes del ministerio público, abogados, prestadores de servicios y burócratas.

Uno de los oficios de mayor demanda en ese periodo fue la escribanía popular, la cual databa de la Colonia Española y que para entonces conservaba buena parte de sus recursos utilitarios: mesas de trabajo de madera y portátiles sobre las que elaboraban en manuscrito cartas y documentos oficiales mediante el uso de plumas de ganso, tinta negra y papel blanco. Las primeras mesas de escribanía popular se instalaron en el Siglo XVI en torno a la Catedral Metropolitana; más tarde en el Portal de Mercaderes y ulteriormente en el Portal de Plaza de Santo Domingo, ubicada entre las calles de Brasil, Cuba y Belisario Domínguez.

En el relato Notas de cartera, Del Campo dice que la Plaza de San Domingo era un “museo al aire libre” de la capital de México porque en ella la gente de las condiciones sociales bajas podían lo mismo hacerse leer y enviar cartas a sus parientes que comprar antiguallas, ropa, trastos domésticos y herramientas usados, mala relojería”, que hallar artesanos que componían paraguas, zapatos viejos, mesas, sillas, etcétera.