Parte del pensamiento geopolítico occidental está atravesado por un interés básico: controlar Eurasia. Esto es, dominar la masa continental flanqueada por los hielos árticos y los océanos Índico, Pacífico y Atlántico. Aunque no se trata de un interés reciente ni gratuito. Casi todos los grandes imperios de la historia, como los griegos, los romanos, los mongoles o los imperios europeos de los siglos XVIII a XX han procurado abarcar ese espacio o partes importantes de él. Y es que entre sus tierras están las más fértiles del mundo, se hallan fuentes muy ricas de minerales fundamentales para la industria y vive el 70 por ciento de la población mundial.
Pues bien, uno de los precursores de esa geopolítica, el geógrafo inglés Halford J. Mackinder (1861-1947), consideraba que el territorio ruso jugaba un papel fundamental en el tablero euroasiático. Lo expuso en 1904, en su conferencia El pivote geográfico de la historia. En ella invitó a su público a reflexionar que la “civilización europea es, en un sentido muy real, el producto de la lucha secular contra la invasión asiática”. Para sostener esta afirmación señaló que muchos pueblos guerreros asiáticos de jinetes, llegados entre los siglos V y XII (como los hunos, los ávaros, los búlgaros, los magiares, los turanios o los mongoles, e incluso pueblos más antiguos, como los escitas de los que hablaba Heródoto) poblaron y configuraron Europa mediante su presión conquistadora.
A casi todos esos invasores los caracterizaba un par de denominadores comunes. 1) Venían cabalgando de las estepas centroasiáticas (incluso desde Mongolia), y 2) lo podían hacer porque entre esos lugares y Europa (cuando menos hasta Hungría) existe un enorme espacio llano, sin interrupciones o accidentes orográficos de importancia. Estas planicies, que Mackinder denominaba el Heartland (o corazón continental), que reconocía como tierras con recursos incalculables y que, en sus tiempos, pertenecían al Imperio Ruso, habían permitido, por ejemplo, que Gengis Kan se extendiera de manera imparable desde el Pacífico hasta el Atlántico y desde Siberia hasta el Índico. Sin embargo, precisamente esa facilidad multisecular de movimiento “estepario” hacía de la cuestión un asunto de actualidad.
Entonces, Mackinder proponía que, si algún Estado buscaba una preponderancia continental euroasiática real, necesitaba controlar ese Heartland. Esto significaba, palabras más, palabras menos, que aquel que dominara Rusia reemplazaría al Imperio Mongol, es decir, podría extenderse cual Kan, por vía terrestre, sin dificultad, hacia los extremos del continente: sobre Europa, China, la India, los países musulmanes de Oriente Medio o, incluso, el África Sahariana. Asimismo, si la potencia hegemónica en el corazón continental se aliaba o conquistaba alguna potencia económica y marítima de los márgenes euroasiáticos, como a los chinos, los indios, o incluso, digamos, los iraníes, esto multiplicaría ampliamente sus poderes, pues podría construir una flota “y un imperio de alcance mundial estaría a la vista”.
Naturalmente, apuntaba Mackinder, había un rival que podría contrarrestar hasta cierto punto la potencia continental rusa: el poder naval o el dominio de los océanos que rodean la isla gigante que es Eurasia. A inicios del siglo pasado, este poder lo ejercían potencias ultramarinas, separadas de esa tierra, como Inglaterra y Estados Unidos. Estos países, aliados con plataformas insulares o continentales, ubicadas en “cinturones” perimetrales del Heartland, como Francia, Alemania, Japón, China, Australia o los países subsaharianos podrían competir con el poder terrestre, sofocándolo desde el océano.
En conclusión, puede apuntalarse que la lectura histórica de Mackinder era una atenta invitación, seguramente extendida al Imperio Británico, para someter a Rusia –la llave de Eurasia– y así controlar el mundo. Hoy las cosas son distintas: la movilidad terrestre puede ser estorbada tanto por el poder naval como por la fuerza aérea que no existía a inicios del Siglo XX, cuando ocurrió aquella conferencia. Cualquier ejército de tierra puede ser pulverizado con misiles o con aviones. No obstante, la guerra en Ucrania parece una tentativa de avanzada de la OTAN sobre el corazón continental delimitado por ese geógrafo, pues ese país forma parte del continuum estepario euroasiático, y lo mismo puede decirse del acoso incesante de Estados Unidos y sus aliados contra Irán y China, socios marítimos de Rusia. En estas circunstancias parece válido cuestionar, desde esa conferencia de 1904, ¿acaso pretende Occidente apoderarse del Heartland para tener a todo el mundo a sus pies?