La pérdida de vidas humanas y ciudades enteras no es el único efecto desastroso durante los conflictos armados; el daño al medio ambiente pasa desapercibido pese a suponer un problema medioambiental casi irreversible. El ecocidio se refiere a la destrucción masiva y deliberada de ecosistemas, resultando en daños graves, extensos y duraderos al medio ambiente.

A lo largo de la historia, las dos guerras mundiales han dado lugar a los mayores ecocidios. Como primer ejemplo, el hundimiento del armamento en el mar para evitar su reutilización por el bando enemigo generó uno de los efectos medioambientales más graves y que todavía persiste. Se estima que en los mares del Norte y Báltico hay alrededor de 1.6 millones de toneladas de municiones. El gran problema que conlleva arrojar al mar munición y armas es que acabarían liberando compuestos tóxicos que acabarán poniendo en peligro la vida de los ecosistemas marinos. En 1972, a través del Convenio de Oslo, se prohibió esta práctica; pero, actualmente, se desconoce la cantidad de armamento que se encuentra en el fondo del mar. Otro ejemplo tuvo lugar durante la Guerra de Vietnam (1961-1971). Durante este conflicto se utilizaron productos químicos con los que se rociaron vastas extensiones del sur de Vietnam para despejar el paso por la selva. El agente naranja fue uno de los compuestos químicos más utilizados con el que se llevó a cabo una deliberada destrucción de los bosques del país.

Es claro que, en tiempos de guerra, la naturaleza sufre una degradación acelerada y los sistemas de gestión del entorno suelen verse gravemente afectados. La destrucción de hábitats naturales lleva a la extinción de especies y a la disminución de la biodiversidad. Las consecuencias de estas alteraciones a los ecosistemas afectan a los servicios ambientales esenciales, como la purificación natural del agua y la regulación del clima. Además, los contaminantes permanecen a menudo durante décadas en las capas superiores del suelo y perjudican su calidad, lo que produce la pérdida de fertilidad y la capacidad para regenerarse de manera natural, por lo que las zonas afectadas pueden quedar inhabitables durante décadas. Lo anterior tiene un impacto directo en los seres humanos. Por una parte, se genera el desplazamiento de comunidades, es decir, las personas que dependen de los recursos naturales para su subsistencia se ven obligadas a abandonar sus hogares, generando crisis humanitarias, sociales y políticas. Por otra parte, el impacto a la salud humana es impredecible, la exposición a las partículas liberadas puede causar desde enfermedades respiratorias, alteraciones genéticas, cáncer y quemaduras por radiación.

Tras los recientes bombardeos de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares iraníes, las autoridades de Irán afirmaron que “no hubo fugas radioactivas ni señales de contaminación nuclear”. A pesar de que esa versión también fue respaldada por la Agencia Internacional de Energía Atómica, es claro que los efectos de la guerra no son únicamente para las regiones territoriales blanco. Recordemos que los ecosistemas y el medio ambiente lo conformamos todas las formas de vida en el planeta, los recursos naturales y las relaciones que directa e indirectamente establecemos y esto nos hace depender unos de otros. Aunque los conflictos armados estén a cientos de kilómetros de donde actualmente nos encontramos leyendo, las consecuencias ambientales de los actuales conflictos, sumadas al cambio climático que desde hace años la humanidad ha venido acumulando, nos afectarán a todos de manera inevitable.