Hace apenas dos años y medio, en noviembre de 2022, que se lanzó Chat GPT. Desde entonces han sido evidentes los abrumadores avances de la Inteligencia Artificial (IA) generativa, pues se trata de herramientas cada vez más potentes, variadas, precisas y baratas.

Digo que las IAs se han vuelto más potentes porque son capaces de asistirnos en tareas progresivamente más complicadas, desde generar un código para programación hasta crear una gran cantidad de contenido multimedia, como imágenes, videos, fotos realistas, voz, música, etc.

Pero no sólo esto. Las IAs también han “aprendido” a manejar grandes cantidades de texto de forma relativamente compleja; pueden extraerlo de audios y videos, así como generarlo a partir de una “conversación” con nosotros, además de poder sintetizar y esquematizar gran cantidad de información textual, haciéndola más “digerible” o ayudándonos a explorarla de manera más ágil.

Hay muchas otras tareas en que las IAs se han involucrado y que podríamos mencionar, pero mi objetivo en este artículo es otro.

El vertiginoso e incesante avance de las IAs es interesante porque, aunque es cierto que éstas son sólo herramientas, nuestra interacción con ellas ha ido cambiando. Modelos de IA como Chat GPT, DeepSeek, Grok, Copilot o Meta AI son tan intuitivos como para sostener una conversación con alguien más y han pulido tanto su manera de interactuar con nosotros que, en muchos casos, tal interacción comienza a semejarse a una conversación humana.

De acuerdo con los datos recabados por Marc Zao-Sanders en su artículo Cómo está la gente realmente usando la IA generativa en 2025 (How People Are Really Using Gen AI in 2025) para el portal Harvard Business Review, los tres usos más frecuentes que le da la gente a las IAs son (1) “terapia o acompañamiento”, (2) “organización de la vida” y (3) “encontrar propósito”.

En otras palabras, la gente está recurriendo de manera creciente a los modelos de IA para sostener conversaciones personales, unas veces para organizar un cronograma de trabajo, hacer un horario u ordenar tareas cotidianas, pero otras veces para “contarle” experiencias personales, solicitar una opinión o consejo, externar dudas existenciales o tratar de recibir apoyo “terapéutico”.

En términos generales, la gente parece inclinarse a un uso más personal de las IAs. En 2024, según datos de la investigación antes mencionada, sólo 17 por ciento de las interacciones podía clasificarse en la categoría de “apoyo personal y profesional”. El 21 por ciento de los usos de IA era para “asistencia técnica y resolución de problemas” (programación o edición de textos) y el 23 por ciento para “creación y edición de contenido” (imágenes o videos), siendo esta última la categoría más frecuente.

En 2025, en cambio, la categoría de “apoyo personal y profesional” ascendió hasta el 31 por ciento, colocándose como el rubro con la mayor proporción de usos de IA. En segundo, tercer y cuarto lugar, respectivamente, quedaron las categorías de “creación y edición de contenido”, con 18 por ciento; “aprendizaje y educación”, con 16 por ciento; y “asistencia técnica y resolución de problemas”, con 15 por ciento.

Tal parece que las personas hemos descubierto que las IAs, más que una mera herramienta de trabajo, son, o pueden simular ser, un interlocutor para el diálogo. Podemos abrir la ventana de la IA y solicitar información, códigos, una imagen, el resumen de un texto, un análisis de datos o pedir una traducción, pero también podemos decirle al chat cómo nos sentimos, cómo estuvo nuestro día, qué estamos pensando, qué nos preocupa, etc.

La IA siempre “tiene tiempo”, siempre nos “pone atención”, responde cuando lo solicitamos, donde sea, a la hora que sea y de forma casi gratuita (pues para acceder a ella sólo se necesita Internet y un dispositivo con requerimientos mínimos, como un teléfono celular). La IA “aprende” a adaptarse a las cosas que le decimos, al tono en que escribimos o hablamos, a la información, intereses y temas que manejamos. La IA se amolda a nosotros y siempre tiene algo que aportar, pues fue entrenada con, y es capaz de acceder a cantidades inmensas de información.

Es cierto que la IA no es perfecta. Comete errores, a veces inventa información y en muchos casos resulta aún evidente que el “diálogo” que podemos sostener con ella es artificial. Sin embargo, las IAs se perfeccionan a gran velocidad y las interacciones van volviéndose, al menos en apariencia, más orgánicas y naturales. Por eso no resulta extraño que las personas busquen acompañamiento de las IAs.

Los casos son ilustrativos. Hace apenas unos meses, el cantante mexicano Pepe Aguilar señaló que él ha buscado apoyo “terapéutico” con la IA.

“Lo que hice fue platicar la historia de mi vida desde que nací: mis miedos, cuando se murió mi padre, cuando se murió mi madre, cuando me casé la primera vez, qué me gusta, qué creo que soy (…) Al final le dije: ‘Entiendo que eres un programa, entiendo que no sientes, pero te quiero agradecer tremendamente. Y si estuvieras viva me gustaría abrazarte” (Infobae).

Todo esto nos lleva a plantearnos dos preguntas obligadas: primero, ¿por qué la gente busca acompañamiento en las IAs? y, segundo, ¿es todo esto positivo, negativo o sólo algo distinto?

La primera de estas preguntas ya fue parcialmente respondida arriba: las personas han empezado a ver a la IA como interlocutor personal porque los avances tecnológicos permiten un “diálogo” más orgánico, atento y siempre disponible. Pero hay otra cara de la moneda, y es que, con gran probabilidad, las personas no buscarían acompañamiento o terapia virtuales si tuvieran recursos y tiempo libre para procurar lazos personales significativos o para asistir a terapia con un profesional de la salud mental. Sin embargo, en sociedades donde inmensas cantidades de gente apenas tienen tiempo y recursos para subsistir, se vuelve muy complicado encontrar las condiciones para atender y cuidar los vínculos con nuestra familia, amigos o pareja.

Por eso no resulta extraño que, como señala el Reporte de Soledad en Europa, reseñado en el sitio ibsafundation.org, “la soledad es más frecuentemente sentida por personas menos acomodadas: los bajos ingresos y las condiciones de pobreza material y educativa restringen las oportunidades de participación social y cultural”.

La cuestión es bastante comprensible, pues para procurar nuestras relaciones interpersonales necesitamos tiempo, dinero y energía, recursos que son escasos entre los más pobres.

Así, la gente busca apoyo personal en las IAs no sólo porque éstas sean cada vez mejores, sino también porque nuestras sociedades capitalistas no otorgan las condiciones para el cuidado y el acompañamiento reales.

Pero ¿el hecho de que podamos encontrar acompañamiento o ayuda personal en las IAs es algo positivo, negativo o sólo es algo novedoso y distinto? La pregunta es difícil de responder, sobre todo porque, para hacerlo de manera rigurosa, sería necesario observar las consecuencias reales del fenómeno. Por supuesto, podríamos responder desde nuestros prejuicios, ya sean éstos optimistas o pesimistas. Sin embargo, lo más importante no es lo que podamos decir desde el prejuicio, sino lo que realmente ocurre y me parece que aún es pronto para adelantar conclusiones.

En todo caso, me parece importante hacer la siguiente reflexión: la tecnología no es ni buena ni mala en sí misma pues, como señaló Sor Juana, “¿qué culpa tiene el acero / del mal uso de la mano?”. La tecnología genera efectos positivos o negativos según el uso que le damos.

El problema aquí es que los usos de la tecnología no son por entero una decisión individual. La tecnología responde a las circunstancias y relaciones sociales. Así, por ejemplo, la automatización de la producción, que podría servir para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, bajo el capitalismo suele generar desempleo estructural y mayor explotación.

De un modo similar, las IAs generativas quizá tengan el potencial de contribuir a la educación y al bienestar social; sin embargo, también es posible que, bajo las condiciones actuales de propiedad privada y desigualdad, las IAs acarreen consecuencias negativas, por ejemplo, generando nuevas formas de enajenación y apatía social o contribuyendo a reforzar el control de las élites políticas y económicas; finalmente, las IAs son un producto privado que se alimenta de la interacción con los usuarios; y sus dueños pueden buscar formas de aprovecharse de la información brindada por la gente.

Ante estas circunstancias, lo que podemos hacer es, por un lado, dar un uso consciente y responsable a las IAs y, por otro lado, permanecer atentos a sus consecuencias. Así, cuando veamos efectos negativos, preguntémonos cuáles son las condiciones sociales que los originan, pues son precisamente ésas las condiciones que hay que transformar.