La historia de los movimientos sociales que luchan por mejorar las condiciones de vida del género humano es amplia; los capítulos que la conforman abarcan distintos periodos de la historia humana, a todos los pueblos y a muchos sectores sociales, pero precisamente por ser momentos que desafían un estado de cosas existente y que pueden derivar en la reducción o eliminación de privilegios para ciertas minorías, no siempre son recuperados en todo lo que significaron para su tiempo y tampoco en todo lo que pueden aportar para el presente. Algo de esto sucede con el caso de Flora Tristán, cuyo activismo y producción teórica contribuyó al desarrollo del movimiento obrero, considerando a las mujeres obreras como parte fundamental del mismo.
Tristán nació el siete de abril de 1803, en París. Aunque sus padres estuvieron casados, por una confusión eclesiástica su matrimonio no fue totalmente reconocido, así que ella no era hija de pleno derecho de su padre. Como otras mujeres de la época, se casó por conveniencia; este impulso no fue suyo, sino de su madre. André Chazal, su marido, era un pequeño propietario que se presentó a la madre de Flora como el camino para garantizar el bienestar económico de su hija sin herencia. Este matrimonio trajo para ella pocas alegrías y muchas penas: violencia física y psicológica contra ella, pero también sexual contra la hija de ambos. Flora dio una lucha histórica al pelear por el divorcio, que estaba prohibido en Francia en esa época. Acusó a su esposo por el maltrato que recibieron ella y su hija Aline logrando no sólo el reconocimiento legal de la separación, sino también que recibiera el castigo que la ley estipulaba para los crímenes cometidos.
Tuvo contacto con las principales corrientes socialistas de la época (aquellas que más tarde Engels conceptualizaría como socialismo utópico): Fourier, Owen, Saint-Simon –por mencionar a los más famosos– fueron leídos por ella. También estudió a los discípulos de aquéllos y las reflexiones de varios obreros sobre los problemas del proletariado en consolidación y las posibles alternativas a la situación cada vez más opresiva en que vivían.
Flora falleció de tifus en 1844, apenas un año después de publicar La Unión Obrera. Ciertamente, la situación en que vivían ella y su hija Aline era precaria y las hacía presa fácil de enfermedades, pero tal vez también el esfuerzo que realizó para que su obrita fuera publicada contribuyó a la fatalidad de sus enfermedades. Considerando la efervescencia social de la época, se esperaría que hubiera entre los editores alguno dispuesto a publicar una obra destinada a organizar y concientizar a la clase obrera; la misma Flora creía que podría encontrar alguno de La Unión Obrera que apoyara la publicación. No encontró a ninguno. Tocó las puertas de editores que publicaban a otros socialistas, pero a ella no quisieron publicarla (tal vez ser socialista era tolerable, pero ser mujer y socialista era demasiado para los progresistas de la época). Así, decide ir de puerta en puerta haciendo una colecta para publicar el libro por sus propios medios. Entre los donadores se encuentran nombres reconocidos como Eugène Sue (Los misterios de París, 1842), pero también otros que corresponden a una criada o a un carpintero. Este gesto puede considerarse como una muestra del interés de Tristán para que su obra y las ideas del socialismo llegaran a todos los grupos sociales. En vida no vio algún triunfo de la clase obrera, pero su labor teórica y su lucha forman parte importante de las victorias que el proletariado, especialmente las mujeres proletarias, ha conseguido a través del tiempo.